Jaume ante la playa de sa Cala, que le vio crecer. | Toni Planells

Jaume Marí (Sant Vicent de sa Cala, 1952) ha sido presidente de la Asociación de Vecinos de la Cala de Sant Vicent durante años. Propietario del restaurante Can Gat, ubicado en la que fue casa de su familia, en plena playa de sa Cala, es conocedor como nadie de la evolución de lo que fue el rincón más apartado de la isla hasta la construcción de la carretera en los años 60.

— ¿Tiene usted recuerdos de sa Cala antes de la construcción de la carretera?
— Sí, claro. Cuando tenía ocho o nueve años para ir hasta Sant Joan había que ir a pie por en medio del bosque. La carretera la terminaron en el 62. Hasta entonces había lo que se llamaba es camí vell, por ahí apenas cabía un carro. Iba paralelo al torrente desde la playa hasta detrás de la iglesia, un kilómetro más arriba. El resto del camino hasta Sant Joan era por senderos a través del bosque.

— Esto para ir a Sant Joan para ir a Vila, ¿cómo lo hacían?
— Levantándonos a las cinco de la mañana para ir caminando a Sant Joan y poder llegar a tiempo para coger el autobús, que salía a las ocho o a las ocho y media. Para volver, era el camino inverso. Llegabas en el autobús a Sant Joan, y de allí hasta sa Cala, a pie. Podías llegar a las 11 o las 12 de la noche. Si tenías más prisa y caminabas rápido, un poco antes. Yo vivía cerca de la iglesia, a dos kilómetros de sa Cala y a unos ocho de Sant Joan. Para ir hasta Sant Carles, un poco lo mismo, a través de senderos. Aunque sí que había un camino de carros que sí que llegaba hasta allí. Este camino lo hicieron los abuelos de nuestros antepasados, empezaron los de Sant Carles, por un lado, y los de sa Cala por el otro hasta que se encontraron. Apenas daba para que llegara un médico cuando era necesario. Era el único coche que se podía ver por aquí.

— Siendo las comunicaciones terrestres tan adversas, ¿aprovechaban las marítimas?
— Por supuesto. De hecho, es como se hacían los transportes. Había tres llaüts, el ‘A Mari’, ‘La Fátima’ y ‘Es llaüt negre que se llevaban tomates, lechugas, animales o carbón a Vila, para volver cargados de otras cosas, aceite, azúcar, arroz, harina, gaseosas... y todo lo que se les pedía desde las tiendas de por aquí. Yo hacía ese trayecto a menudo con mi tío Toni, en el ‘A Mari’ (creo que todavía existe, alguien me dijo que lo había visto en Mallorca, si no recuerdo mal). En esa época, en la cala solo había tres casas, Can Toni Gat (que es donde estamos ahora, la parte interior está tal cual era antes), Can Miquel al lado y en la entrada estaba Can Roig.

— ¿Se vivía del campo y de la pesca?
— Se sembraba y se pescaba, claro, pero más para el autoconsumo que para el comercio. El comercio más potente giraba en torno a la madera. Era la manera con la que se ganaba la vida entonces. De hecho, el abuelo de Can Gat, Vicent Marí (aquí todos somos Marí), se dedicaba a comprar la leña, el carbón y la carrasca a los payeses de la zona para embarcarlo y llevarlo incluso fuera de Ibiza, a la Península.

— ¿Cómo funcionaba esta industria?
— Los payeses hacían sitges en verano dónde preparaban el carbón. Yo vi hacer alguna cuando era pequeño y era muchísimo trabajo. Había que colocar la leña perfectamente y hacer las bocas para que entrara el aire justo. Había que estar tres días vigilando. Hubo una época en la que el pino de aquí era muy apreciado en Levante. Creo que hacían canastas con la madera. Los pinos se cortaban (a base de hachazos), los animales los empinaban y después se lanzaban montaña abajo hasta el mar, donde se embarcaban en el llaüt para transportarlos a la Península. Era un trabajo infernal. Yo no lo hice nunca, pero recuerdo a mi abuelo y a mi padre afilando las hachas la noche antes. Y no te pienses que se cortaban los pinos sin ton ni son. Venía un guardabosques a marcar los que se podían cortar. Todo esto se hacía en pleno bosque, como los hornos de cal, pero el campo estaba totalmente limpio. Piensa que la leña era un elemento fundamental para nuestra vida: para cocinar, para calentarse... De hecho, antes se decía que una casa sin bosque era una casa pobre. Había quién trabajaba a cambio de leña. Había toda una cultura con la leña, se sabía qué leña usar para una cosa o para otra. Para cocinar no era lo mismo quemar una que otra.

— ¿Cómo era la playa?
— Muy distinta. Era una playa de códols, solo había arena en el fondo. A la playa la llamábamos sa grava y era menos de la mitad de lo que es ahora. Entonces había mucha más agua y el torrente arrastraba muchas piedras. Había una gran charca, que llamábamos es gorg, y era espectacular. Allí pescábamos (con una caña de verdad) anguilas o gambas.

— Habría un antes y un después de lla llegada de la carretera a Sant Vicent...
— Así es. El hotel se construyó poco después de que se abriera la carretera. Antes no había nada. Ni electricidad. De hecho, los dos primeros años funcionaba con generadores. Te hablo del 67 o el 68. Yo empecé a trabajar allí como botones, pero también ayudaba al señor Tiburgio (que se encargaba del mantenimiento) a poner los generadores en marcha. Como botones, lo que hacía era, con mi uniforme, subir las maletas a los huéspedes.

— ¿Qué tipo de huéspedes tenían?
— Franceses mayoritariamente. Les acompañaba con la maleta a la habitación, se la enseñaba y les daba la llave. Después, merci beaucoup y ya se sabe: una buena propinita. Ganaba más con la propina que con mi paga oficial, que era de mil pesetas al mes. El turismo que venía entonces era muy distinto al que viene ahora. Eso sí, algunos de ellos todavía siguen viniendo.

— Me ha dicho que la playa era totalmente de piedras. ¿De dónde salió toda esta arena?
— Eso es otro punto muy importante en la historia de sa Cala. Al construir el hotel se machacaron las piedras de la playa con una machacadora de la carretera. Unos años más tarde se hizo una segunda pasada. Se allanaba y se le ponía arena de cantera, lo que cuando venía mal tiempo se ponía el agua roja. Más adelante se trajo arena, la traían unas dragadoras de Galicia que trajeron arena de es Canar, si no me equivoco. Pero años más tarde un gran temporal lo arruinó todo, pero acabó cambiando para siempre el aspecto de sa Cala. Serían los años ochenta y se podían hacer estas cosas: el Govern balear reaccionó, hizo un estudio con unos técnicos para sacar arena de es Clot d’es llamp y depositarla en sa Cala. Un barco cargaba la arena allí y después la bombeaba a la playa. Era todo un espectáculo que duró dos o tres meses. Al ingeniero de costas que hizo el estudio le decían que la arena duraría allí cuatro días. Él contestaba que nunca se movería de allí. Nadie se lo creía, pero él me insistía en que debería hacer más parkings en la zona. Tenía toda la razón. Aunque visto desde la perspectiva de ahora, ecológicamente puede ser una aberración, la verdad es que fue todo un acierto.

— ¿Cuál ha sido el secreto para mantener la zona con esta calma que caracteriza?
— Lo bien avenidos que hemos estado siempre los vecinos de sa Cala. Piensa que aquí montamos una de las primeras asociaciones de vecinos hace 45 años. Desde ella hemos venido gestionando la playa desde el principio sin ningún ánimo de lucro. Desde mi punto de vista ha sido uno de los mayores aciertos, si aquí hubiera 15 parcelas, habría 15 personas y, posiblemente, 15 problemas. Muy probablemente habría un ambiente muy distinto al que ves ahora.