Joan Costa en su casa de Jesús.  | Toni Planells

Joan Costa (Corona, Sant Antoni, 1948) es un hombre emprendedor con una visión muy adelantada a su tiempo. En 1972 abrió la primera tienda de confección de Ibiza, Confecciones Aragón, en unos tiempos en los que la ropa se cosía en casa, o se encargaba a la modista o al sastre. Pero su visión ha ido siempre más allá y, en paralelo a su faceta empresarial, supo explotar sus aficiones, la fotografía y el cine, grabando reportajes para TVE o fotografiando acontecimientos como el accidente aéreo de ses Roques Altes.

— ¿De dónde es usted?
— Yo nací en Corona, en can Toni d’en Lluc. Pero cuando tenía un año y medio mis padres, Toni y Maria, se copraron una finca en Cala d’Hort, Ses Hisendes, y nos mudamos allí. Justo donde pretendían construir el golf y urbanizarlo todo, pero eso se lo acabó quedando mi hermano. Éramos cuatro, Toni, María, Lluc y yo.

— ¿A qué se dedicaba su padre?
— Mi padre era mayoral. Partió de cero. Él ya había hecho la mili antes de la guerra, pero cuando estalló se reenganchó en la reserva. Ya estaba casado y tenía hijos y no tuvo que ir al frente.    Eran tiempos de escasez y control, los payeses no podían ir a Vila a vender sus productos. Así que mi padre se las apañó para tirar de sus contactos en el ejército para venderles los productos que él previamente compraba a los vecinos. También tenía un trull y podía hacer matanzas. Así pudo ahorrar para comprarse la finca de Ses Hisendes. También es verdad que ahora sería imposible. Pero antes se hablaba de lo que valían las cosas, ahora solo de lo que se paga por ellas.

— ¿Creció en Cala d’Hort?
— Sí y no. Estuve allí unos años, pero después me pasé un año con mis abuelos de Corona, que allí había escuela. Después estuve otro año yendo al colegio en Sant Josep y, al año siguiente, a Es Cubells con Don Lluc. Al año siguiente ya habían hecho la escuela de Cala Vedella y fui allí un año, antes de ir a Vila a hacer el preparatorio para entrar al Seminario al año siguiente.

— ¿Hizo cada curso en un colegio distinto?
— Sí. Siempre era el novatillo, pero esto también te enseña. Te puedo asegurar que, al final, nadie se metía conmigo. Aprendí a hacerme respetar. Más de uno tendrá recuerdos míos de esos tiempos. Como uno que después me supo mal, pero le tocó a él. Dijo algo de ‘el cepillo’ mientras jugaba al futbolín y le estampé la pelota en la cabeza. Y es que yo tenía una buena mata de pelo y, cuando lo llevaba corto, me quedaba de punta, así que empezaron a llamarme ‘el cepillo’. Tras eso, nadie me lo volvió a llamar.

— Al Seminario, ¿iba para hacerse cura?
— No, iba para estudiar. Era el único lugar en el que podías estudiar interno. Mis padres vivían en Cala d’Hort. El bachillerato lo acabé en el instituto, pero un poco por libre. No me convalidaban las asignaturas y fui un año como oyente. Aprobé unas y suspendí otras asignaturas, así que acabé yendo a una academia, la de los hermanos Enrique y Ernesto Fajarnés, y examinándome por libre hasta terminar el bachillerato.

— ¿A qué se dedicó al terminar los estudios?
— Comencé a trabajar en Aviaco. Al año hice las oposiciones para entrar fijo, pero me tocaba la mili. Así que en vez de irme a Aviaco me fui a la mili. Eso sí, una mili útil, porque por la mañana estaba con el secretario del coronel, y por las tardes me iba a un laboratorio fotográfico que había en Can Negre donde revelaba las fotos que se les hacía a los viajeros que desembarcaban de los aviones de Aviaco.

— ¿De dónde salió su afición por la fotografía?
— De mi cabeza. Me gustaba y me hice un curso por correspondencia con la Escuela Técnica de Fotografía. Se aprendía laboratorio, había que mandar fotografías para los exámenes y lo aprobé con la nota máxima. Ahora se hacen fotos con el móvil en un momento, pero antes había que calcularlo todo y después revelar la foto.

— ¿Qué cámara tenía?
— Al principio tenía una Zenit, que no sé de dónde saqué. Pero la tuve poco tiempo, la que me gustaba era la Nikon. Así que en un viaje a Barcelona para ir al médico (tenía duodenitis), pasé por casa Arpí y vi la Nikon en el escaparate con un flash muy moderno para la época. Disparaba cada segundo. Les di la Zenit y pagué la diferencia por todo el equipo. Era una virguería, pero me quedé sin dinero. Solo tres monedas de cien pesetas que todavía conservo.

— ¿Cómo se apañó?
— Tuve la suerte de ver un anuncio en La Vanguardia. En un local social de la SEAT necesitaban a un fotógrafo para hacer unos días de comuniones. Como prueba, hice unas fotos, las revelé en diez minutos y alucinaron con la velocidad a la que revelaba. Me contrataron a mí y a dos más. El primer día de las comuniones (eran a decenas de críos a la vez), yo hice seis carretes y ellos hicieron uno cada uno. Al día siguiente me dieron dos cámaras más e hice yo todas las fotos. Tras tres días, volví a casa con los bolsillos llenos y con un equipazo fotográfico.

— ¿Le sacó partido a ese equipo?
— Sí. Estuve a un pelo de enrolarme en un safari que iba a hacer Rodríguez de la Fuente en África. Pero justo conocí a Agnesa, mi mujer, y había aprobado la oposición, así que me quedé. Hice la mili y, cuando la terminé, estuve trabajando en una compañía de seguros en Vara de Rey. Fue entonces cuando hubo el accidente aéreo en Ses Roques Altes. Esa mañana cogí mi equipo y me fui para allá. No sé como fui capaz de atravesar la zona sin desmayarme. Había restos de personas por todos lados, un desastre. Hice fotos a los restos del avión o de equipaje por encima de los pinos. Por respeto, no hice ninguna foto a los restos humanos. Fueron las únicas fotos de ese día, se las mandé a EFE y fueron las que se publicaron. Todavía tendré los negativos por ahí. Después también hice un pequeño montaje de vídeo, con unos planos en la cabina de un Carabelle (el mismo avión que se estrelló), y las fotos que hice aquel día.

— ¿También hacía vídeo?
— Si, pero eso vino un poco más adelante. Cuando comencé con la tienda. Como no tenía mucha idea del sector, comencé a viajar bastante a distintas ferias, en esos viajes hice los planos de la cabina del avión. Yo tenía la idea de hacer publicidad de la tienda en los cines y    vídeos para las fábricas de ropa. Buscar a unas modelos para que hicieran un pase, y hacer vídeos de uno o dos minutos, algo sencillito. Así que me compré una cámara de 16 mm, pero me di cuenta de que hacer esos vídeos publicitarios era demasiado complicado. Eran los tiempos en los que empezaba a sintonizarse la señal de televisión de Aitana (los estudios de la Comunitat Valenciana), y se me ocurrió que podía hacer vídeos para la televisión. Así que estuve haciendo vídeos para Aitana unos años, eran los 70.

— ¿Qué tipo de reportajes hacía?
— Todo lo que podía pasar interesante por aquí. Desde la moda Ad Lib a la llegada de un pez gordo del gobierno que viniera a dar un discurso. También algún accidente marítimo como el del barco que se quedó varado en ‘la barra’ tras hacerse una vía de agua en Es Freus.

— ¿Cuándo dejó de hacer vídeos para televisión?
— Con la llegada de la televisión en color. Piensa que hasta entonces la tele se había hecho en blanco y negro y en formato de cine. Con el color llegaron las cámaras Betacam, más ligeras, con grabación de imagen y sonido con buena calidad. Pero valían un dineral. Era inasequible. Los estudios de Aitana eran en blanco y negro. Pero hubo una iluminación, no sé si del cielo o del infierno, y un rayo provocó un incendio que acabó con los estudios (y con todo el archivo), cuando los reconstruyeron ya fue para hacerlo todo a color.

— ¿Se dedicó entonces de lleno a la tienda?
— Me lo pasaba mejor haciendo vídeos por ahí que en la tienda. Pero también había que estar, sobre todo me ocupaba de la parte más administrativa.

— ¿Cómo se le ocurrió montar una tienda de ropa?
— Es que entonces no se vendía ropa confeccionada. La ropa se hacía en casa o las modistas. Fue la época de la moda Ad Lib. Yo me había metido en eso, Agnesa y sus hermanas confeccionaban, Catalina se encargaba de los patrones y el corte. Yo hacía los diseños, eran unos pantalones y una camisa muy parecidos a los que llevaban los payeses antiguos. Como ya estaba en ese mundo y mis padres tenían un local en la calle Aragón, no sé de qué manera lo pusimos en marcha. Llenamos el local de ropa y tuvo un éxito que nunca me hubiera imaginado, pedíamos hasta doce prendas por talla. Una barbaridad.

— ¿Mantiene su afición por el audiovisual?
— Sí. Claro. Sigo haciendo mis cosas para mí, mis fotos y vídeos familiares.

— ¿Han heredado sus hijos sus aficiones y negocio?
— Bueno, de los tres hijos que tengo, Juan Antonio se ocupa de la tienda (que está a punto de cumplir 50 años), Toni, como es el mediano, no se ha quedado con ninguna de las aficiones y va por libre con su granja de huevos. El pequeño, Óscar, sí que es aficionado a la fotografía.