Antonio Calbet en su tienda de muebles. | Toni Planells

Antonio Calbet (Ibiza, 1954) pertenece a una estirpe dedicada a los muebles. Una familia ibicenca, los Calbet, que fueron los encargados de amueblar un buen porcentaje de viviendas ibicencas durante varias generaciones.

— ¿Dónde nació?
— Nací en la misma tienda de la familia, en el muelle de Ibiza. Literalmente. Allí es dónde vivíamos toda la familia. Era tienda, era taller y también era nuestra vivienda. Ahora es una sucursal de una inmobiliaria de lujo.

— ¿A qué se dedicaba su familia?
— Mi padre, José, era carpintero. Pero mi abuelo, Antonio, ya se dedicaba a la madera, era ebanista. Lo que pasa es que murió muy pronto y fue mi abuela, Francisca, quien se ocupó del negocio. [Saca una factura antigua, plastificada para su conservación] Mira, una factura de 1947, pone ‘Viuda de Antonio Calbet’.

— ¿Desde cuándo tienen la tienda?, ¿desde los años 40?
— No. Desde muchísimo antes. La verdad es que no te podría decir el año exacto. Calcula que si mi padre, que no era el mayor, nació en 1905 y mi abuelo ya tenía la tienda, bastante más de 100 años, seguro. A finales del siglo XIX, seguro que ya existía.

— ¿Su abuelo vivía de la ebanistería?
— Mi abuelo hacía muchas cosas. De hecho, trabajó de alguna manera en la construcción del puente de Santa Eulària. Era contratista o algo así. Además, también era un gran aficionado a la pesca, iba mucho a Formentera y me suena que, como contratista, también intervino en la construcción de la carretera allí. Pero lo que más le gustaba era la caza. Sin escopetas ni tiros: con podencos y hurones. Los podencos asustaban a los conejos, que se escondían en sus madrigueras. Entonces, mi abuelo soltaba el hurón para hacerlo salir y capturarlo con la ‘sendera’ (una red). Tenía los perros en las cuadras d’en Verde (allí donde aparcaban los carros de los que venían de los pueblos). Para ir a cazar, iban caminando o en bici hasta Cala d’Hort; a veces pasaban la noche, y cazaban todo el día para después volver. De pequeño, le acompañaba siempre que podía.

— Supongo que los recuerdos de su infancia van ligados a la carpintería de su padre.
— Así es. Eran otros tiempos. Recuerdo a mi padre barnizando a muñeca (con una especie de esponja, no se usaba el pincel), esperando a que secara para darle otra capa. Recuerdo que iba con una bicicleta a buscar somieres a un almacén que teníamos y para traerlos a la tienda los apoyaba en el pedal y los llevaba empujando a pie. No era como ahora. No había servicio de reparto. La gente venía con los carros a buscar los muebles a la tienda.

— ¿Hicieron siempre ustedes los muebles?
— No. En un momento dado, mi hermana Nieves empezó a pedir muebles ya hechos fuera de Ibiza, a Palma y otros lugares de la Península. Pero seguíamos haciendo cosas en el taller. Recuerdo la época en la que Bernardet, el maestro de obras, nos pedía no sé cuántos somieres y colchones. Nos poníamos toda la familia a trabajar sin descanso.

— ¿Cómo los hacían?
— Los somieres se hacían con dos maderas paralelas y dos travesaños, haciendo como un bastidor. Con unos ganchos se colocaban las mallas metálicas. En la parte de abajo del bastidor se colocaba una estructura que servía para tensar la malla cada tanto tiempo. Los colchones los hacíamos con virutas de corcho. No valía la pena hacerlos de lana. Piensa que los colchones de lana costaban una barbaridad de mantener limpios. Cada año había que vaciar los colchones, limpiar la lana, dejarla que se secara. Los de corcho eran más de batalla.

— ¿A quién iban destinados esos colchones, a los turistas?
— No. Eran para los trabajadores que venían, sobre todo, a construir los hoteles. Estaban unos días y después ya se encontraban un sitio para irse a vivir.

— ¿Les afectó en el negocio de alguna manera la llegada de los hoteles? ¿Les tocó amueblarlos?
— No. Nuestro modelo de negocio es otro y decidimos seguir manteniéndolo, sirviendo al mismo tipo de clientes de toda la vida. La ambición no pudo con nosotros.

— Entonces, ¿se puede decir que siempre se ha dedicado a la tienda?
— Sí, y desde que nos casamos, Neus también ha estado aquí conmigo. Es una gran vendedora, mi padre siempre decía que hacía ‘la serpiente’, encantando a los clientes con su don de gentes.

— En tantos años, tendrán mil anécdotas.
— Sí, una vez se presentó una mujer mayor porque se le había estropeado la mesita de noche que compró en la tienda cuando se casó (¡hacía 60 años!). La atendió Neus, que le dijo que exactamente la misma, seguramente no, pero le consiguió una muy parecida. La señora le preguntó si la nueva le saldría igual de buena que la otra. Neus le contestó que esperaba que no, así no tendría que esperar 60 años para volver a verla [ríe].

— Se trata de un modelo de negocio que ha cambiado mucho a lo largo del tiempo.
— Ya lo creo. Hay mochos tipos de muebles que antes no existían. Esto me recuerda otra anécdota relacionada con la llegada de las sillas abatibles. Otra señora mayor vino a probar una y, cuando Neus le dijo que si levantaba los brazos (de la silla), podría recostarse. La señora levantó sus brazos y se quedó esperando a ver qué pasaba [ríe].

— ¿Habrá cuarta generación al frente?
— No. De hecho, nos estamos deshaciendo del stock para cerrar definitivamente. Nuestras hijas, Esther y Anna, son maestra y técnica de laboratorio; no han tirado por esta parte del negocio.