Sebas en su peluquería. | Toni Planells

Sebastián Badía (Málaga, 1954) llegó a Ibiza hace cerca de medio siglo para dedicarse a su oficio, el de peluquero. Oficio que se resiste a abandonar y desde el que recopila y lanza miles de opiniones sobre la vida, la política y la isla al año y desde donde ha venido cosechando tantas o más amistades como clientes.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Málaga, en una familia con nueve hermanos. Yo era un petardo y no me gustaba nada estudiar. Me acuerdo que yo siempre quería ir a Torremolinos, tendría unos 16 años y mi padre, Sebastián, me decía que qué iba a hacer allí, que era un agujero lleno de maricones, putas y drogas... Claro, nosotros estábamos encantados, justo con eso. A los 14, cuando le dije que no quería estudiar, previo sopapo, me puso a trabajar en un chiringuito a fregar platos. Aunque era duro, fue quién me enseñó las grandes lecciones de la vida. A trabajar y a ganarse el pan siendo honrado.

— ¿Trabajó en otros sitios tras el chiringuito?
— Sí. Trabajé desde pequeñito en una agencia de transportes. Por las noches iba a la escuela de Artes y Oficios. Me gustaba modelar. Yo llevaba melena y unos peluqueros me dijeron que fuera a su peluquería. Mientras esperaba les vi trabajando, modelando el pelo de las clientas y hablando. Me di cuenta de que era lo mío, podía modelar y hablar al mismo tiempo. Con el barro no puedes hablar. Así que pedí permiso para que me dejaran terminar a las 15 h e ir a estudiar peluquería. A mi madre, María, no le hizo mucha gracia en principio, había que aportar a la casa, pero cuando vio que compaginaba las dos cosas, no me puso problema.

— ¿Cuándo llegó a Ibiza?
— Aunque antes ya había estado de vacaciones, llegué en 1975. Eso fue un amor a primera vista. No es que viniera de un pueblo, venía de Torremolinos y no me sorprendían los guiris y esas cosas. Torremolinos un rollo San Antonio en las peores épocas y allí ya se hablaba de Ibiza como un rollo más psicodélico. Así que cuando acabé de estudiar me vine.

— ¿Qué recuerda de esa época?
— Pues que coincidió con la crisis del petróleo de esa época que hizo quebrar a la agencia de transportes donde trabajaba. Aproveché la indemnización para venirme a Ibiza con mi colega Paquito. Él sabía más de peluquería y yo tenía la pasta. Nada más atracar a puerto, vimos un cartelito de ‘Se Alquila Peluquería’ en un localito de La Marina. A los nueve días y yo estábamos abriendo nuestra peluquería. Era la última época de los ‘peluts’, que no iban a la peluquería ni de coña. Así que, tras un tiempo, Paquito y yo hicimos un ‘rompan filas’ y nos fuimos a San Antonio cada uno por su cuenta. Estuve bastantes años trabajando en la peluquería con Ana, que al principio abría solo en verano y la acabé convenciendo para que me dejara abrir en invierno y llevarla yo. Corría el año 78, lo recuerdo perfectamente porque fue el concierto de Bob Marley en la Plaza de Toros.

— ¿Llevaba todos los inviernos la peluquería?
— Todos no. Hubo uno en el que cerré para irme a Málaga. Iba un poco liado con la vida en Ibiza, así que me fui a despejarme. Volví a Ibiza en marzo casado con Mariví, una chica que conocí allí y con quién tuve a mi hija, María. Más tarde, en 1984, tuve que hacer otra parada obligada por un cáncer. La sanidad pública en Ibiza no era más precaria que en Málaga, pero desde el primer momento le dije al médico: «Vengo a que me curéis, que me están esperando en Ibiza».

— Y le curaron.
— Así es. De momento llevo 38 años de regalo (me operaron a los 30 y tengo 68). Pero tuve que estar bajo cuidados en Málaga durante cinco años. A la vuelta me busqué un localito de 16 metros (al lado del Sex Shop), 14 meses más tarde me mudé al que estoy ahora. Aquí llevo 33 años, no como empresario, sino como artesano del pelo. No solo eso, para mí, la peluquería es mi carro de combate. Esa época me pilló un poco desencantado de la política y me di cuenta de que, teniendo un espejo, un sillón y miles de conversaciones, tenía el escenario perfecto para lanzar y recoger opiniones.

— ¿Ha sido militante políticamente?
— Fui muy militante, con un gran problema que surgió al poco de montar este local. El SIDA. Una enfermedad que se ha llevado a gente de mi vida, grandes amigos y también familiares. Pertenezco a una generación que sufrió, primero la heroína y después el SIDA. Cada año organizábamos una un desfile para recaudar fondos (el primero fue en El Divino), pero sobre todo para concienciar. Que cuando alguien te dijera que tenía la enfermedad no le preguntaras cómo lo ha cogido, sino que le diera un abrazo. Fruto de la organización de estos eventos me acabé implicando en política en la misma época en la que me separé. Era la época del Pacte de Progres. Entendía que había que colaborar para que cambiara el color de los que mandaban en Ibiza. Llevaban demasiados años gobernando los del PP, y hay que cambiar los gobiernos. Ya no por ideología, sino porque no es sano que gobiernen los mismos siempre. Como ha pasado ahora en Andalucía, era necesario un cambio, aunque ideológicamente no esté de acuerdo. La cuestión es que, al poco tiempo, como no tenía ninguna intención de escalar en política, lo acabé dejando. Mi militancia está en mi sillón y mi espejo. La política se ha convertido en algo cutre. Les votamos para que cambien nuestra vida, pero la única vida que cambian con nuestro voto es la suya. Creo que el mundo no se cambia votando cada cuatro años, se cambia siendo solidarios y ayudando a quienes lo necesitan. Hay que ser críticos con unos y con otros y huir de los sectarismos.

— ¿Se decepcionó con la política?
— Sí. La política se ha convertido en algo cutre. Les votamos para que cambien nuestra vida, pero la única vida que cambian con nuestro voto es la suya.

— ¿No piensa en jubilarse?
— Estoy jubilado. Pero jubilado activo. Cuando recibí la carta de jubilación y vi las condiciones en las que podía seguir trabajando ni me lo pensé. Me di cuenta de que, si dejaba de trabajar, no volvería a ver a muchos, a muchas y a muches, con quienes llevo décadas en contacto. Ahora puedo decir que trabajo por puro corazón. Mi vida es esto, estar con la gente. Cuando llegué a Ibiza lo hice para ser feliz y he sido muy feliz en este puñetero local y en esta maravillosa isla.

— Supongo que le habrán contado más de una confidencia.
— Entre este sofá y este espejo me han compartido muchas cosas, buenas y malas, durante mucho tiempo. Eso crea un gran vínculo. Para que te hagas una idea: cuando estaba en San Antonio le corté el pelo a un chico, Juan, que tenía 25 años, para casarse. El otro día se lo corté para celebrar su 70 cumpleaños. No he dejado de cortarle el pelo, te puedo asegurar que sé cosas de él que no sabe ni su familia. Como él, muchísima gente me ha contado su vida, que se han casado, que han tenido hijos, que se han divorciado... pero no nos hemos tomado nunca un café fuera de la peluquería. Hay quién dice que los peluqueros somos una suerte de psicólogos, yo digo que somos más sociólogos. Compartimos opiniones, aunque no tengamos las mismas.

— Aparte de la enfermedad, ¿destacaría algún otro momento de su vida?
— Sí. Hace ocho o nueve años vino un chico, Isaac, de unos 40 años y que venía de Estepona, a verme a la peluquería. Se presentó como mi hijo, y es que es el fruto de un verano loco y ha sido muy importante para mí conocerle. He podido recuperar el contacto con su madre.