Eulària Tur en su casa. | Toni Planells

Eulària Tur (Sa Rota d’en Sargent, Sant Josep, 1933) pertenece a una generación de mujeres que creció vestida de payesa y que trasgredió la vestimenta tradicional. Una generación que vivió la Guerra Civil y que todavía recuerda los años del hambre en Ibiza.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Sa Rota de Can Pep Sargent. Era una finca muy grande, iba desde lo que ahora es la cantera hasta el arenal que se fue dividiendo entre la familia. Quien heredó nuestra parte fue mi hermano, Pep, que era el hereu aunque yo era la mayor de los cuatro hermanos. Después venía Toni y la pequeña, que es María. Mis padres eran Toni y María.

— ¿A qué se dedicaba su padre?
— Mi padre, cuando había trabajo, iba a los estanques de la Salinera. Eran tiempos muy duros; había mucha hambre. Todavía recuerdo a mi padre yendo a los estanques a pie. Los días que llovía venía empapado. A mí me tocaba secarle la ropa al lado del fuego para que pudiera irse a trabajar seco la mañana siguiente. No te creas que entonces había chubasqueros, lo que se ponían era un saco por capucha y un mantón de abrigo alrededor del cuello. Los mismos mantones que las mujeres se ponían sobre la cabeza.

— ¿Vestía usted de payesa?
— Claro que sí. Todas íbamos vestidas de payesa, en misa no veías a ninguna que fuera vestida ‘de corto’. Allí se ponían los rifajus blancos y todo lo que ahora puedes ver cuando bailan payés. En el día a día no se iba tan arreglada. Yo vestí de payesa hasta tres años después de casarme con Joan, que ya decidí vestir ‘de corto’. Además, también me corté la coleta, que la tenía largísima.

— Esta decisión, ¿sorprendió a su entorno?
— Ya lo creo. Todo el mundo me miraba y cuchicheaba ‘mira la de Sa Rota, se ha vestido de corto’. Incluso venían a casa para verme.

— ¿Cómo sentó eso en su familia?
— A mi abuelo no le sentó muy bien el cambio que hubo en esa época, pero al final llegó a ver a sus dos hijas vestidas de corto [mi madre y mi tía]. A mi padre tampoco le sentó muy bien cuando se lo dije. Me contestó que no quería putas en casa. En ese momento estaba mi tío Juan en casa, que vivía en Argel, que me defendió.

— ¿Fue al colegio?
— ¡Ya puedes pensar! Las cuatro letras que aprendí me las enseñó mi tío, Bartomeu, sentada en una pared. En aquellos años nos contábamos las historias a través de los estribots; me sé muchos de aquella época. Mis hermanos fueron al colegio, pero a mí, como era la hermana mayor, me tocó cuidar de los pequeños. También me tocaba cuidar de las ovejas o de las cabras, sin contar el trabajo de casa.

— Usted vivió la Guerra Civil de niña, ¿guarda algún recuerdo?
— Ya lo creo. Yo era muy pequeña, pero recuerdo perfectamente que estaba con mi madre en Vila cuando sonaron las alarmas. Nos fuimos a un refugio que había bajo el Rastrillo. Estaba muy oscuro y yo tenía mucho miedo. No paré de llorar hasta que Xiquet de Ca na Xuia encendió un mechero y me entretuvo con la llama. No se me olvidará nunca. También recuerdo huir de casa porque mi padre y mi abuelo [su suegro] temían que los mataran. Me acuerdo de bajar por paredes de la mano de mi abuela mientras mi madre llevaba a mi hermano, Pep, en brazos.

— ¿Huían por alguna razón concreta?
— Porque mataban a gente. Bastaba que sospecharan que refugiaras a algún fugitivo de los que se escondían por los alrededores. Más adelante siempre había militares por aquí, dejaban las garrafas de vino en casa con tal de no cargarlas. También estuvieron los moros en el arenal de Can Racó. Los trataban fatal. Una vez se acercó uno a casa y mi madre le ofreció un plato de habas; estaba hambriento. Le contó que se había escapado porque le iban a dar no sé cuántos latigazos.

— Antes nos habló de tiempos de hambre. ¿Qué recuerda de esos tiempos?
— Había hambre y escasez, sí. Para que te hagas una idea, yo era una niña y mi hermana estaba a punto de nacer. Yo estaba con mi abuela segando y me eché a llorar. Cuando me preguntó qué me pasaba le dije que me daba mucha pena que cuando naciera se iba a morir de hambre. Cuando nació, mi padre fue a Cas Formenterer, en Sant Jordi, que le vendió una arroba de harina que mi padre le pagó al cabo de muchos años. Fue terrible. Teníamos nuestras cartillas de racionamiento y las de mis abuelos, pero había que ir a por las cosas a dos sitios distintos, a Can Masauet y a Sant Jordi. También íbamos a vender gallinas a Vila con el carro; me acuerdo que, donde ahora está la rotonda de ses Figueretes, había el consumer, una especie de aduana que te revisaba la carga y te cobraba una tasa de lo que llevaras.

— ¿Cuál ha sido su oficio?
— Ninguno en particular, pero siempre he trabajado muchísimo. No solo cuidando de la casa, también cavando y recolectando en fincas, en la de Can Fluxà estuve 14 años, o emblaquinant [pintando] casas. También he criado a mi hijo, Joan, a mi nieto, Adrián y ahora también a mi bisnieta, Lilo.

— ¿Recuerda los primeros turistas?
— Sí. Me daban miedo. Vivíamos en Cap d’es Falcó y pasaban por allí delante a bañarse con esos vestidos anchos y unos sombreros muy raros. Los vecinos decían que iban todos drogados y no nos fiábamos mucho.