Lluquí Torres en Es Cantonet. | Toni Planells

Lluquí Torres (Ibiza, 1981) , de Can Lluquí, de Santa Gertrudis es cocinero desde hace años. De familia de pescadores y pescaderas, la vida le ha llevado a ser cocinero de uno de los restaurantes-cafetería más populares de Vila, Es Cantonet.

— ¿De dónde es usted?
— Soy de Can Lluquí, Santa Gertrudis. Mi padre, Toni, era pescador y mi madre, Antonia, de Can Riera era pescadera. Mi padre faenaba en una barca de arrastre, el Bartolomé, y mi madre tenía dos puestos de pescado en el Mercat Nou. Pero antes ya había estado en la antigua Peixateria. Pescados Lluquí. El oficio de pescador ya venía de lejos. Mi abuelo, Toni, que venía de Portinatx, de Can Lluquí de Sa Cova, también lo era.

— ¿Tiene recuerdos de su infancia en el Mercat Vell?
— Sí, claro. Cogiendo sacos de mejillones, arrastrándolos para subirlos al mostrador e intentando ayudar un poco. Aunque, en realidad, lo que hacía era empreñar, más que otra cosa. Nos juntábamos toda una cuadrilla de chavales, todos hijos de gente del mercado, que hacíamos el salvaje todos los sábados. Estaba Fita, Lidón, Palau, Guillermo, Pascual...

— ¿A qué colegio fue?
— A Can Misses. De esa etapa guardo el recuerdo de Brígido. Uno de esos profesores que te marcan. Un profesor de Matemáticas, duro y exigente, que fumaba en pipa. Creo que en aquellos entonces era director del colegio. Venía a hacer alguna sustitución cuando faltaba algún profesor y nos enseñaba cálculo mental. Cuando entraba por la puerta, se notaba la tensión y el respeto que despertaba en toda la clase. Pero, en realidad, quien me enseñó lo más importante de las matemáticas, fue mi abuelo, Mariano. Una vez me dijo: ‘tú aprende a sumar y a multiplicar, que a restar y dividir ya te enseñará la vida’. [ríe].

— Su abuelo, Mariano, parece que fuera más filósofo que matemático.
— [Ríe] En realidad, mi abuelo (el padre de mi madre) se dedicaba a hacer pozos, según tengo entendido. Mi abuela, Antonia, sé que cosía y también he llegado a oír que trabajó en una conservera de Santa Gertrudis. Sin dejar de dedicarse al campo, como todo el mundo. Allí también les ayudaba mi madre.

— ¿De dónde le viene su oficio?
— De ver a mi madre haciendo cosas por la cocina y, sobre todo, de ver buen pescado siempre en mi casa. En realidad, a la hora de estudiar en el instituto, en el IES Isidor Macabich, cuando llegué a cuarto, repetí. Las malas compañías, ya sabes (yo era una de ellas, tampoco nos engañemos). Así que decidí dejar los estudios. En ese momento, mi padre me dejó claro que, ‘si no estudias de cabeza, estudiarás de brazos’. Me dio a elegir entre ir a pescar con él o ir a trabajar en la cocina con mi hermano, Toni, que llevaba la cafetería Xicu. Él fue mi mentor como cocinero.

— ¿Tiene más hermanos?
— Sí. Toni y Mariano son los mayores. Años más tarde, mis padres fueron a por la niña y se encontraron con trillizos: mis dos hermanas, Isabel y Carmen, y yo.

— ¿Se planteó en algún momento embarcarse con su padre?
— No es que me lo planteara, es que estuve un año enrolado en el barco con mi padre y mi hermano Mariano. Fue sustituyendo a Joan de sa Torre, que era el maquinista y enfermó.

— ¿Qué fue del ‘Bartolomé’?
— Se retiró. Es el que está en el hipódromo de Sant Rafel.

— ¿Cuál era su horario como pescador?
— Salíamos a las cuatro de la madrugada y entrábamos sobre las 11.30 horas o 12.00 horas con el pescado fresco, que después llevábamos al mercado. Mi padre lo pescaba, mi madre lo vendía y mi hermano lo cocinaba en el Xicu. Se cerraba todo el círculo. Yo, cuando terminaba de pescar, me cambiaba la ropa y me iba al Xicu a trabajar. ¡Y todavía me quedaban energías para salir de fiesta al Siglo XX o al Mitjorn! [ríe].

— ¿Hasta cuándo trabajó en el Xicu?
— Hasta los 25 años, cuando me fui a trabajar al Forn de Can Bufí. Allí trabajé durante cuatro años hasta que me salió la oportunidad de quedarme el local en el que llevo ocho años. Antes se llamaba Punto de Encuentro, pero después pasó a llamarse Es Cantonet, que es el nombre que todavía conservo.

— ¿Cómo decidió quedarse este local?
— Fue un poco por casualidad. El anterior propietario, Joan d’en Balda, hizo un comentario de esos que se hacen a la ligera delante de un conocido mío: ‘¡Si pudiera traspasaría el restaurante!’. Yo llevaba un tiempo buscando un local por los alrededores y mi amigo me lo comentó. Le pedí el contacto de Joan y, a la media hora, ya estaba hablando con él y preguntándole el precio. Por la tarde mismo cerramos el trato. Así que mi mujer, Maria José, y yo dejamos nuestro trabajo en Can Bufí para dedicarnos a esto. Formamos un buen tándem, yo soy el que pone las ideas y ella es la que pone los cojones [ríe]. También está Vicent, que es mi mano derecha en es Cantonet.

— ¿Lleva mucho tiempo casado?
— Sí. Nos casamos muy jóvenes, con 18 y 19 años, y todavía nos aguantamos. Tenemos tres hijos, María, que tiene 20 años y está estudiando el grado de Magisterio y Pedagogía a distancia; Lluquí, que es el pequeño, tiene 14 años y este año empieza el instituto; y Paula, que ha empezado Enfermería en Valencia hace unas semanas.

— ¿Cómo lleva eso de que su hija haya ido a estudiar fuera de la isla?
— Muy mal. Es un sentimiento un poco agridulce, pero es ley de vida. Les ves crecer y después ves que se van. Ya lo vivieron nuestros padres, antes nuestros abuelos....