Carmen en Toni Vedraner, su tienda en Sant Antoni. | Toni Planells

Carmen Costa, de Can Puig (Ibiza, 1972) regenta, junto a su marido Toni, una tienda de frutas y verduras en pleno carrer d’es Molí, en Sant Antoni. Un oficio, el de tendera, al que accedió tras haber ejercido durante años como ayudante de cocina en diferentes restaurantes de Ibiza.

— ¿De dónde es usted?
— Mi familia es de Can Puig, en Buscastell. Mi padre era Toni d’es Puig y mi madre era María de Can Xiquet. En casa somos cinco hermanos, yo soy la mayor de ellos.

— ¿Cuál es su oficio?
— Desde hace 10 años soy tendera, vendo fruta y verdura. Pero antes hice otras cosas. Desde que me casé con mi marido, Toni Vedraner, que es payés. Así que nos dedicamos a vender lo que se siembra en el huerto. Antes habíamos estado en el mercado de Sant Antoni, pero no me gustaba mucho. Por suerte nos salió la oportunidad de montar la tienda en este local de la calle Molí y aquí estamos.

— Llama la atención una tienda de fruta y verdura en una zona tan turística como esta
— Es verdad que el invierno es bastante triste, pero en verano hay bastante movimiento.

— ¿Entran turistas en su tienda de fruta y verdura?
— Sí, claro que entran. También vienen mucho de los barcos. Tras estos dos últimos años de la pandemia, que han sido un espanto, este año se ha recuperado, se nota mucho.

— ¿Dónde trabajaba antes de dedicarse a la venta de fruta y verdura con su marido?
— Antes trabajaba como ayudante de cocina. Estuve en distintos restaurantes. El último en el que estuve fue en Can Ramonet, pero también había estado en otros como el Savanah, en Sant Antoni.

— ¿Dónde estudió?
— En la escuela de Buscastell. Que estaba muy cerca de casa, podíamos ir caminando en apenas 10 minutos. No era como ahora, que todo el mundo tiene coche. Al menos, en casa, no teníamos, así que, para ir al colegio a Sant Antoni lo teníamos un poco complicado.

— ¿Qué tipo de escuela era la de Buscastell?
— Era una escuela pequeña como las de antes. Muy diferente a las de ahora. Éramos tan pocos alumnos, que estábamos todos en el mismo aula. Desde primero hasta quinto, en una clase. Desde quinto para arriba, otra clase. Un mismo maestro para todas las asignaturas. ¡En mi clase no éramos ni 20 alumnos entre todas las edades!.

— Un tipo de educación muy distinto al que conocemos ahora.
— Sí. Se pierde todo lo de antes. Cuando se salía en verano a a vetlar con toda la familia a la fresca, los padres o los abuelos te contaban sus historias y se conversaba. Todavía me acuerdo cuando mis abuelos, Toni y Francisca, lo hacían. Ahora, mientras uno se mira una serie en el ordenador, el otro se mira el móvil y nadie se hace caso. En cuanto al colegio, aunque es verdad que tenía sus cosas buenas, no es el tipo de colegio que yo querría hoy en día para mi hija Cristina.

— Hábleme de esas cosas buenas del colegio.
— Bueno. La verdad es que no era una cosa muy seria. Nos mandaban hacer algún trabajito y, cuando lo terminabas, podías hacer un poco lo que quisieras.

— ¿Qué hacía usted?
— Yo siempre llevaba en mi bolsa las cosas de coser. Me encantaba, tanto coser, como bordar y hacer punto. Eso era lo que hacía cuando terminaba mis tareas y no pasaba nada, la profesora que teníamos, Carmen, no me decía nada. De hecho fue ella la que me enseñó. Así que ya ves que no es que fuera una educación seria del todo. Hoy en día, a mi hija no se le ocurriría meter sus cosas de coser en la mochila. Y eso que también le gusta.

— ¿Fue después al instituto?
— No. Lo de estudiar no me gustaba mucho, así que me quedé en casa ayudando a mi madre hasta que tuve la edad para trabajar.

—¿Dónde empezó a trabajar?
— Al principio cuidando de un niño pequeño durante un tiempo. Después empecé a ir a algún souvenir hasta que acabé trabajando en las cocinas.

— ¿Llegó a ser cocinera?
— No, aunque me hubiera gustado, solo hice de ayudante. Pero si me dejas en la cocina, ya te digo que algo sé hacer (ríe). No te creas que no me hubiera gustado. Hay veces que vamos a un restaurante y, como algunos son clientes y amigos, vamos a saludarlos a la cocina y te reconozco que me entran ganas de pedirles que me dejen ir un día (ríe).

— ¿Echa de menos su trabajo en la cocina?
— A veces un poco. Pero cuando recuerdas el calor que se pasa en una cocina... Además, aquí, aunque esté más horas, voy y vengo cuando quiero. Allí había que hacer las horas que había que hacer y no había otra.

— ¿Conserva su afición por la costura?
— Cuando tengo tiempo, sí. Lo que más me gusta es el bordado y el punto de cruz. Siempre tengo algo en marcha. Principalmente mantelerías.