Lina Torres ante su guillotina. | Toni Planells

Lina Torres Escandell (Sa Penya, 1951), de Cas Parrí, ha sido bibliotecaria y prestó sus servicios en una inmobiliaria durante décadas. Sin embargo, se define como encuadernadora. Un oficio que aprendió y ejerció durante su juventud en Ibiza.

— ¿De dónde es usted?
— En casa somos de Cas Parrí. Nací en Sa Penya, soy penyera de pura cepa. Mi madre, Eulària, era de Sant Llorenç, pero su familia bajó a Sa Penya cuando era pequeña y toda su familia vivía allí. Como buen penyero, mi padre, Juanito d’es Parrí, era pescador. También se embarcaba en barcos, como marinero o cocinero, que traían material desde Tánger u otros lugares. Era un personaje muy simpático y gracioso que se hacía con todo el mundo. Un ibicenco de los antiguos.

— ¿Qué quiere decir con ‘un ibicenco de los antiguos’?
— No te sabría explicar. Antes eran todos más o menos igual. Se ayudaban todos y los vecinos eran prácticamente como familia. Si te encontrabas mal ibas antes al vecino que al médico. Sa Penya estaba limpia como una patena y, además, eran una gente muy juerguista. Pasábamos el año preparando las banderitas para decorar la calle la noche de Sant Joan. Siempre había mucha competencia entre calles, de hecho, la noche anterior, se quedaba alguien de guardia para que no viniera los de abajo y se cargaran nuestra falla.

— ¿A qué se dedicaba su madre?
— Mi madre era una hormiguita trabajadora. Trabajaba en cualquier cosa. Hacía repulgo y planchaba por comisión. Madre mía, lo que planchaba, ¡pobrecita mía!. Además, planchaba con una plancha de carbón, era un trabajo tremendo y arriesgado. Como se te saltara una chispa, te quemaba la prenda. Se pasaba el día almidonando y planchando.

— ¿A qué escuela fue?
— A las monjas de San Vicente de Paul. Igual que mi madre. Recuerdo que había una monja, Sor Catalina, que tenía obsesión porque lleváramos las uñas cortas. Llevaba unas tijeritas en el bolsillo y nos las cortaba si consideraba que eran demasiado largas. Allí aprendí mucho, mecanografía, labores y manualidades, que siempre me han gustado.

— ¿Cuándo empezó a trabajar?
— Con 13 años empecé a trabajar en la imprenta Isla. La había montado Joan Sunyer, de Can Parra, y la llevaba junto a su mujer, Pepita. También estaba su hijo, Antonio. Joan y Pepita me enseñaron a encuadernar y otras muchas cosas. Estuve muchos años con ellos, no sabría decirte, más de diez. Pero no dejé de encuadernar nunca.

— ¿Trabajó en otras imprentas?
— Había varias en Ibiza, Manonelles, Can Verdera, la del Diario, Ibossim… Pero no. Cuando me fui de la imprenta Isla, fue para irme a trabajar a una inmobiliaria, Darser se llamaba, que estaba en la Plaza del Parque. Siempre he tenido suerte con mis trabajos y los disfruté mucho. Allí estuve cuatro o cinco años como secretaria y, aunque estuviera mal visto, también enseñaba alguna casa.

— ¿Por qué estaba mal visto?
— Porque en esa época éramos més asens que una espardenya. Si eras mujer, parecía que no podías hacer otra cosa que de dependienta, coser o esas cosas. Trabajar en una inmobiliaria era algo fuera de lo normal para una chica. Tanta gente extranjera, solo se hablaba inglés… ya sabes.

— ¿Hablaba usted inglés?
— Sí. Joan Parra me enseñó. Él había sido guía turístico y enseñaba por las tardes. Pero tampoco te creas que yo sabía hablar inglés muy bien, yo dije que sí en la inmobiliaria, pero ¡un caray!. Sin embargo, me fue de maravilla, el sueldo era muy distinto y también aprendí mucho allí. Mi jefe era muy manitas también y hacíamos de todo. Desde los carteles para hacer los anuncios, él hacía las fotos (aunque yo también terminé haciéndolas) y yo hacía las composiciones y la descripción a mano. Todo a mano.

— ¿Hasta cuando estuvo en la inmobiliaria?
— Hasta que hice un salto de estos tontos, me casé y tuvimos dos hijos. Así que, con mis dos bichos, Rosa y Mariano, ya tenía suficiente. Luego estuve una temporadita en un puesto del Mercat Nou que era de mis tíos, Eusebio Noguera y María Escandell, hasta que enfermé. Estuve un año y medio compareciente con tuberculosis. Pero ya pasó. Cuando me recuperé comencé a trabajar en un bufete de abogados con José María Roig, Mariana Viñal Bastida y Joan Serra, como secretaria.

— ¿Hasta cuándo estuvo en el bufete?
— Hasta 1990. Los abogados ya se habían separado, Joan ya se jubilaba y me enteré de que se hacían oposiciones en el Ayuntamiento para la biblioteca, me presenté y aprové. Así que, ese año, comencé mi trabajo como bibliotecaria en la biblioteca de la calle Castilla antes de trasladarnos a Can Ventosa. Probablemente te echara alguna vez (ríe), ¡yo era ‘la bruja de la biblioteca’! (carcajadas), y con mucho orgullo. Allí estuve hasta la jubilación. Hace cuatro días. Pero todavía voy muy amenudo a darles la tabarra o a echarles una mano si lo necesitan.

— Aparte de echar a los escandalosos, ¿qué recuerdos guarda de esa etapa?
— Muy buenos. Me gustaba mucho hacer las decoraciones. Todos los muñecos que hay por ahí, los hice yo. Además, cada vez que veía un libro estropeado no me podía resistir a arreglarlo. Siempre mano a mano con Fanny Tur, que es una verdadera máquina.

— Y es que antes nos ha contado que no había dejado nunca de encuadernar. ¿Cómo lo combinaba con su trabajo?
— Hay tiempo para todo. Mantuve el contacto con Can Verdera, que me mandaban a casa los libros para encuadernar y me sacaba un extra cuando terminaba el trabajo. Tenía una guillotina y todo. Una que había en la inmobiliaria y, el jefe me dijo que, si era capaz de llevármela «para mañana», me la dejaban por unas 5.000 pesetas. Resulta que mi madre estaba encabezonada en comprarme una pulsera de oro por mi santo o algo así. Le gustaba mucho el oro. Yo lo detesto. Total, que me llevó por sorpresa a la joyería Piña y me dijo: «elije una pulsera». Le dije que no y me marché. Una vez en casa, me preguntó que qué caray quería. Cuando le dije «una guillotina» no me echó de casa porque no podía. Cuando le expliqué lo que era le cambió la cara. Así es cómo cambié una pulsera de oro por la guillotina, que todavía conservo (no estoy segura de si seguiría conservando la pulserita, o ya la habría imposiblado).

— Es una máquina muy grande, ¿La tenía en casa?
— No. Por aquellos entonces festejava con Mariano, que era carpintero y tenía una feixa con un almacén delante del Club Náutico. La llevamos allí, en casa no hubiéramos cabido. Aunque después vino al piso, había una habitación para ella, que no es tan grande, pobrecita mía.

— Habla de su guillotina con verdadero cariño.
— Sí, toda la vida me han dicho que por qué quiero esto, que no sirve para nada.... ¡Y me da una rabia!. ¡¿Cómo que no sirve para nada?!. ¡La de BOEs que habrá cortado!, ha trabajado mucho y sigue funcionando perfectamente.

— ¿La sigue usando?
— No. Ahora le he pasado el testigo a mi hija. Que aprendió conmigo en casa y es ella quién encuaderna. Yo, desde que me he jubilado me dedico a mis manualidades: desde hacer espardenyes a manotnes artesanos o decorar sanallons, que llegaron desfilar en la AdLib.