Vicent Quirós. | Toni Planells

Vicent Quirós (Bunyola, Mallorca, 1949) es uno de los barberos más veteranos de la isla. Hijo de feriante y payesa, lleva ejerciendo su oficio desde los 14 años y, a los 73 que luce hoy, asegura que no tiene la jubilación entre sus planes.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Bunyola, en Mallorca. Mi padre, Francisco, era feriante y mi madre, Maria, era ibicenca, de sa Penya.

— ¿Vivían sus padres en Mallorca?
— No exactamente. Haber nacido allí tiene que ver con el oficio y la historia de mi padre, que era feriante y nacido en Toulouse, Francia en 1922. Sus padres, Aurelio y Rosario, que eran valencianos, habían emigrado allí en los años 20. Con la llegada de la Guerra Civil, volvieron, como buenos españolitos, a España. Al terminar la Guerra, como era ‘rojo’, metieron a mi abuelo en la cárcel tres años. Fue al salir de la cárcel cuando se metieron en el oficio de feriante. A partir de ese momento empezaron a moverse entre Ibiza y Mallorca.

— ¿Cómo se conocieron sus padres?
— Fue durante el servicio militar de mi padre, que lo hizo en Ibiza. Se casaron en 1947, a las 07.00 horas, de negro y en una pequeña capilla que había antes de entrar a la calle de la Virgen. En aquellos tiempos, todavía se estaba arreglando la iglesia de Sant Elm tras los bombardeos de la Guerra. Mi madre me contaba que creía que la noche de bodas la iban a pasar en un hotel, pero nada más lejos, durmieron en un colchón en el suelo.

— ¿Continuó, entonces, su padre con el oficio de feriante?
— Así es. Mis abuelos ya se lo habían dejado a él y se fueron a Andalucía con el negocio en 1950. Aquí no había nada que rascar. Allí la temporada era desde abril hasta octubre; nos pasábamos de lado a lado todo ese tiempo y, al terminar la temporada, solíamos pasar el invierno en Sevilla, donde aprovechábamos para ir al colegio. Hasta abril, claro, que volvía a comenzar la temporada y tenía que dejar el colegio.

— ¿Alternaba el colegio con las temporadas de feriante?
— No solo trabajaba como feriante. También me tocaba trabajar en el campo, recogiendo algodón, por ejemplo.

— ¿Cómo era el trabajo de la recogida de algodón?
— Bastante duro. La gente sabe qué es el algodón, pero no tiene ni idea de lo que es recogerlo. El algodón sale de la flor de una planta que hace como una pelota que hay que abrir para sacar el algodón de dentro con los dedos. Lo ibas metiendo en un saco que llevabas entre las piernas, que ibas vaciando en otro saco más grande que después llevabas al cortijo para que lo pesaran con una romana. Pagaban dos reales el kilo (50 céntimos de peseta). Siempre había trampas que se hacían para que el saco pesara más. Meter alguna piedra o alguna rama en el saco, humedecer el algodón en un charco o meándote en él también era uno de los trucos. Lo que pasaba es que, si te pillaba el capataz, te marchabas sin cobrar.

— ¿Hizo usted alguna de esas trampas?
— ¡Por supuesto! Se hacía cualquier cosa para sacarse las castañas. No solo con el algodón; con la recogida de patata también tenía mis trucos, como enterrar un montoncito en un lugar controlado para volver en otro momento y llevármela a casa. Cuando se terminaba el trabajo del campo empezábamos con la feria.

— ¿Qué puesto de feria tenían?
— Una caseta de tiro. La misma caseta era donde vivíamos. Medía diez metros por cuatro y mis padres dormían en un lado y, en el otro, dormíamos mi hermano Francisco y yo en una litera. Mi hermana, Mari Nieves, que en paz descanse, nació más tarde.

— ¿Cuándo vino a Ibiza?
— En 1964, cuando murió mi abuela Juana Mariano Colomar, de Can Sellaras (de Sa Penya). Mi abuelo, Vicente, era de Can Felix, que trabajaba en la fábrica de la luz. La cuestión es que, al morir mi abuela, volvimos y dejamos aparcado el tema de la feria. Estuvo al final de Bartolomé Roselló mucho tiempo, delante de unos surtidores de gasolina que había.

— ¿A qué se dedicó entonces?
— Por las tardes seguíamos abriendo el puesto, pero había que trabajar el resto del día. Así que mi padre me dijo ‘como tú no llegarás a ser catedrático de nada, mejor que aprendas un oficio’. Así lo hice. Empecé como aprendiz de Pepet Bisbe, al lado de Sant Elm. Allí estuve cinco años. Ganaba 600 pesetas a la semana, pero un día mi padre vio un anuncio en el diario en el que ofrecían 1.000 pesetas a la semana a un barbero oficial de primera en Sant Antoni. Hablamos con mi maestro, que le dijo a mi padre que no me podía pagar esa cantidad, que estaba preparado para ir a trabajar y que me dejaba las puertas abiertas para cuando quisiera volver. Así empecé a trabajar en Sant Antoni para Mañanet. Lo que pasa es que solo duré un mes. Discutí con su hijo y me marché a otra barbería, con Juanito Ribetes. Él fue el primero que me aseguró en el trabajo.

— ¿Estuvo mucho tiempo con Ribetes?
— Hasta 1971, que me tocó hacer la mili en Blancadona. Me licencié en septiembre de 1972 y eso significa que me tocó ir a ses Roques Altes cuando se estrelló el avión el enero anterior.

— ¿Cómo soportaron esa misión?
— A base de coñac y patadas en el culo. Eso era insoportable. Un sargento me mandó subir a un pino. Me negué varias veces hasta que no me quedó más remedio que subir y bajar lo que eran los restos, de cintura para abajo, de una azafata. Lo supe por el uniforme.

— ¿Con la mili tuvo que dejar de trabajar?
— No. Estuve trabajando mientras tanto por las tardes en la barbería Pedro, al lado del bar Sinio, detrás de Santa María. Al terminar la mili me quedé con ellos hasta el 76. Cuando me puse por mi cuenta en este mimo local, que había sido la oficina de Cardonet y Rafal, en el que sigo a día de hoy.

— ¿No se plantea la jubilación?
— No. No me da la gana. Aquí he sobrevivido hasta a ocho operaciones, incluso a corazón abierto. En la última me llegaron a amputar dos dedos del pie. Pero no tengo ninguna intención de jubilarme. Soy feliz aquí, haciendo lo que hago, disfrutando de las tertulias que organizamos cada mañana con mi clientela. Aquí no dejamos títere con cabeza, ponemos a parir al ‘risitas’ [así es como llamamos al alcalde de Ibiza, porque cada vez que posa en una foto ríe] y al ‘guaperas’ [el presidente del Gobierno].