Juan Barrés en su despacho de la gasolinera Marge. | Toni Planells

Juan Barrés (Valencia, 1940) ha trabajado durante cuatro décadas en Iberia, viviendo en primera persona la evolución del modo de viajar y reservar vuelos desde que se gestionaba todo de forma manual hasta la llegada de la informática. Con 82 años a sus espaldas y una salud de hierro fue testigo de primera mano de la emigración española en Alemania así como del desarrollo de Ibiza en las últimas seis décadas.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Valencia. Soy el menor de cuatro hermanos, los tres anteriores se llevan dos años de diferencia entre ellos, pero yo me llevaba ocho años con mi hermana Pepita, 10 con Mariano y 12 con Ramón. Como yo fui el que nació después de la Guerra, mi padre siempre bromeaba con que me había comprado a unos gitanos con el dinero de la República, que ya no servía.

— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— Mi madre, Josefa, se dedicaba a su casa y a sus hijos. Tanto mi padre, Ramón, como mi abuelo y mi bisabuelo, eran armadores de barcos de pesca: Uno de arrastre, el Filomena Aparicio (que era el nombre de mi abuela) y un fanal para la pesca de sardina que se llamaba ‘repastaor’ (que era el apodo de la familia). De ahí nuestra relación con Ibiza, donde venía mi padre a pescar en los años 30 y 40.

— ¿Pudo permitirse estudiar más allá de la educación básica?
— Sí. Estudié Formación Profesional en los Maristas, en Zalla, Vizcaya. Allí aprendí económicas, peritaje mercantil, contabilidad y esas cosas.

— ¿Estudió con la intención de continuar con el negocio familiar?
— No. No me gustó nunca. Fueron mis hermanos mayores quienes continuaron con el negocio de mi padre. Cuando terminé los estudios, a los 20, me fui a hacer la mili como voluntario en la Marina, en la base de Mallorca.

— ¿Cuándo vino usted a Ibiza por primera vez?
— En 1957. Pero no vine a trabajar. Vine de vacaciones, tras la muerte de mi madre. Para despejarme un poco. Estuve unos 15 días en casa de una familia con la que mi abuelo estableció una relación muy especial cuando un temporal les dejó atrapados en Ibiza en los años 30. No llevaba dinero y fue a la Guardia Civil a explicarles su problema. El mismo comandante les avaló y acompañó a comprar víveres y demás. A la semana volvió y pagó todo lo que se habían llevado.

— ¿Volvió a Ibiza tras terminar la mili?
— No. Cuando me licencié decidí irme un año sabático a Alemania. No fui a buscarme la vida como emigrante. Lo que quería era conocer eso que llamaban ‘el milagro alemán’. Para entonces ya hablaba alemán, aparte de inglés y francés.

— ¿Encontró ese ‘milagro alemán’?
— Lo que me encontré fue que los alemanes no me querían ver (aquí son muy amables con nosotros, pero allí no éramos más que unos emigrantes). Pero es que los españoles tampoco. Ellos iban a trabajar para ahorrar y mandar dinero a casa. Apenas salían de sus residencias. Ese no era mi caso, yo fui a vivir lo mejor que pudiera y a gastarme el dinero.

— ¿A qué se dedicó en Alemania?
— Es una historia un poco larga. Cuando llegué a Estrasburgo en el autobús para pasar a Kehl. Como no tenía trabajo en Alemania no me dejaron pasar. Lo que hice fue irme al consulado español en Estrasburgo para solucionarlo. Tras estar hablando durante un buen rato, lo que hicieron fue ofrecerme trabajo en el mismo consulado. Allí estuve unos seis meses antes de irme a Alemania por fin. Allí empecé a trabajar en el almacén de una fábrica de sacos de papel. Al poco tiempo me trasladaron al laboratorio de la empresa para hacer pruebas de resistencia y calidad de los sacos.

— ¿Ganó dinero?
— Sí. Pero me lo gastaba. Al cabo de un año ya me había comprado el coche, un Opel Caravana del 64, con el que me quise venir para España. Lo que pasa es que, en Francia, me quedé dormido, caí por un terraplén y me hice daño en una pierna. Acabé volviendo en tren para no volver más que a por las maletas. Allí no era alemán y, si me quedaba, en España tampoco hubiera sido español.

— ¿A qué se dedicó entonces?
— Estuve un año y medio trabajando en el consulado alemán en Valencia. Entonces sacaron una especie de oposiciones para trabajar en Iberia, en una refinería de Shell y para IBM. Aprobé los tres y decidí empezar a trabajar en Iberia. Fue a través de este trabajo cuando, unos años más tarde, en el 70, me vine a Ibiza como Jefe de ventas.

— Supongo que ese trabajo, en 1970, sería muy distinto a como es hoy en día.
— Sin duda. Iba todo a base de libros donde se apuntaban las reservas. Cuando te comprabas un billete, te duraba un año entero, solo tenías que reservar el día antes. Si tenías que ir a Nueva York, por ejemplo, te tirabas la mañana entera cuadrando las distintas escalas que tenías que hacer. No como ahora, que en un momento te lo hace el ordenador. Era otro mundo que no tiene nada que ver con lo que es ahora.

— ¿Trabajó en Iberia durante mucho tiempo?
— Así es. En teoría, tenía que estar hasta que cumpliera los 65 y me jubilara. Pero cuando llegaron los 2000, a todos los jefes de ventas nos dijeron: «señores, ustedes aquí no pintan nada». Así que nos mandaron a casa, cobrando el sueldo íntegro, sin pluses ni extras, eso sí. Además podíamos trabajar en cualquier otro sitio que no fuera competencia.

— ¿Trabajó en otros lugares?
— En realidad me retuvieron un año más, en las oficinas de Vara de Rey. Pero es que, a la vez, he tenido la gasolinera de casas baratas. Donde sigo viniendo, más como ‘ojeador’ que otra cosa. Cuando llegué en el 66 ya vi que aquí debía haber una gasolinera y, en el 73 la monté junto a Gonzalo, Víctor y Pep Marí (que es poeta y pintor). Que son los hermanos de mi mujer, Mari Carmen, y pertenecen a la familia de Can Marge por parte de padre y de Can Busquets por parte de madre. La misma familia con la que mi abuelo, Ramón, estableció esa relación tan especial muchos años antes. El comandante de la Guardia Civil era el abuelo de mi mujer.

— ¿Qué aficiones ha cultivado?
— Cuando me jubilé empecé a ir a nadar cada día hasta la llegada de la pandemia. Pero antes siempre había hecho cosas: corría todos los días, hice karate en Los Molinos, y windsurf durante 10 años con Bernardo, Jaume Bossa, Antonio Sánchez o Paco Abad. También tuve una lancha que me dio las dos alegrías: la de comprarla y la de venderla.

— ¿Y viajar?
— ¡Claro! He estado en los cinco continentes, he dormido en 42 países (he estado en algunos más) e, incluso, he dado la vuelta al mundo por el hemisferio norte. Cuando se arregle del todo pienso darla por el hemisferio sur.

— ¿Tiene hijos?
— Sí. Mi hija Carmen, que es diseñadora gráfica y es la madre de mis nietos Martín y Nico; Juan Ramón, que vive en Japón y es padre de mi nieto Ryu Jei. Mi hija pequeña es Begoña.