El artista ibicenco, Pep Monerris ‘Bagaix’. | Toni Planells

Pep Monerris, Bagaix, (La Marina, 1960) es un artista ibicenco cuyo bagaje pasa por el auge de las discotecas ibicencas en los años 80. Con formación en electrónica e inquietudes artísticas forma parte de una generación de creadores que desarrollaron la creatividad desde los carteles de las salas de fiestas que eclosionaron durante esos años.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en el Carrer de la Mare de Déu. Soy el segundo de tres hermanos, Elías, el mayor, y mi hermana Josefina. Mi padre, Pep, era de Xixona. Llegó a Ibiza con los de Los Valencianos y trabajó con ellos en la heladería, en el puerto de Ibiza. Así fue como conoció a mi madre, Enriqueta, en el Bar Balear (hoy Zoo), que estaba justo al lado y que era de su familia, Can Bagaix.

— Llama la atención el nombre ‘Bagaix’, ¿qué significa?
— Si le preguntas a mi madre te dirá que viene de un perro que tenía mi abuelo, que se llamaba ‘Bagán’ y que él pronunciaba ‘Bagaix’. Pero la versión oficial, y más consistente, es que, como los barcos amarraban a unos metros de su casa, los primeros turistas dejaban allí le bagage, de ahí se quedó el nombre de Bagaix.

— ¿Se crió en el Carrer de la Mare de Deu?
— No. Me crié en Casas Baratas, muy desconectado de la vida en Vila, más allá de ir al cine los fines de semana. Allí, mi padre montó la pensión Monerris y una tienda de barrio al lado, en Casas Baratas. Allí es donde viví mi infancia y mi adolescencia, corriendo por el campo y por la montaña, que es como era esa zona entonces: muy salvaje. Al colegio, íbamos a doña Victoria, que daba clases en su casa, en el primer piso del edificio de la tienda, junto a su hermano, don Alfonso. Siempre nos contaba cuentos en la época preescolar, cuando nos tirábamos escaleras abajo a modo de tobogán.

— Cuando acabó el preescolar, ¿a qué colegio iba?
— Al lado, a un local de la Iglesia de San Pablo. Allí don Manolo, un profesor que era cojo, nos daba clases a todos los niños del barrio, todos juntos en una misma clase. El recreo lo pasábamos en el patio de la iglesia (donde ahora la han ampliado y la han hecho enorme), como me gustaba mucho Historias para no dormir, la ciencia ficción o los ovnis, y doña Victoria siempre nos contaba cuentos, yo tenía mucha habilidad para inventarme historias sobre la marcha. Alguna vez, alguna madre le llamó la atención a la mía porque su hijo no podía dormir por las noches [ríe]. También montábamos un comando en los recreos para copiar los deberes a los empollones la última fila. Sobre todo a Salvador que, el día que salía a la pizarra y tenía mal las cuentas, ¡no veas cómo sudábamos todos los de primera fila! [ríe].

— ¿Cuándo empezó a trabajar?
— A los 14 años. En el taller de electrónica de Paco. La electrónica era lo que me interesaba. De hecho, dejé el colegio para estudiar electrónica. Lo que más me gustaba era averiguar por qué no funcionaban los aparatos, como una especie de detective de averías. Una vez estuvimos una mañana entera buscando para, después de comer y reincorporarnos, descubrir que era una pequeña chispa que hacía el radiocasete al meterle la cinta. Estuve reparando tocadiscos, radiocasetes y cosas así durante unos dos años. Hasta que mi padre vendió el hostal y montó una boutique y una heladería en Platja d’en Bossa y me puse a trabajar allí.

— Un cambio sustancial.
— Sí. Era un trabajo divertido por un lado, pero también tenía horas más aburridas. Así es como descubrí el arte, por aburrimiento. Y es que, en esas horas muertas, me ponía con mis cuadernos a dibujar con los rotuladores y un pincel para hacer los difuminados. Tanto me inventaba los dibujos o hacía cosas abstractas como calcaba una portada de Lou Reed que me gustaba. En esa época también descubrí este tipo de música. Fue con un programa de Radio Popular, Onda Viva que hacía Rafa Riera los sábados de madrugada, de medianoche a tres de la mañana. Con él descubrí a bandas como Alan Parson’s Project, Kraftwerk o Super Tramp. También Yes, que al principio no les hacía ni caso, de hecho tenía su disco, Going for the one, para probar los tocadiscos que reparaba, pero cuando lo redescubrí flipé con esa maravilla. No dejé de comprarme discos de Yes, que acabaron influenciándome mucho en mi vida artística.

— ¿En qué sentido?
— Por un libro que encontré en la librería Ex-Libris, en Vara de Rey, de Roger Dean, el creador de las portadas de Yes y otros grupos. Fue un libro que me influyó mucho y que me marcó en mi estilo artístico. Eran principios de los 80 y también descubrí nuevas técnicas, como la aerografía, con libros de distintos artistas. Como no tenía escuela artística, me apañaba de manera autodidacta.

— ¿Trabajó siempre en la tienda y la heladería?
— No, trabajé en distintos lugares, en la Gilet reparando máquinas de escribir y máquinas registradoras. Fue en esa época cuando mi primo, Niti, que era dj, me propuso que podría trabajar pegando carteles de la discoteca Es Paradís y cambié de trabajo. Aparte de los que pegaba, que los hacía Carlos Genicio, veía los de las demás discotecas. Las del Ku eran una pasada, los hacía Ives Uro, era un adelantado a su tiempo. Tanto fijarme en los demás, me dije que por qué no probar yo. Ya había vendido un cartel al Glory’s antes de dejar la Gilet por nada menos que 25.000 pesetas, así que me hice una carpeta con mis dibujos y mis pruebas para presentarlo a las discotecas. La llegué a presentar al Ku y Tirso, uno de los encargados, eligió cinco de ellos. Como el que llevaba el tema de los carteles era Brasilio, no le gustó nada la jugada. Me dijo que Ives era el diseñador de Ku y que, aunque no estuviera en un momento bueno, él le iba a defender. Me pareció genial, yo admiraba a Ives y me pareció muy honesto. Al salir le dije a Elena, mi pareja, que ojalá algún día alguien defendiera igual mi trabajo.

— ¿Le fichó alguna discoteca para hacer sus carteles?
— No. Ese ha sido mi handicap, no haber sido ‘residente’ de una discoteca concreta, más allá de un año que hice la campaña de Space y dos años en los que estuve haciendo los carteles para el Angel’s de sus fiestas de Miss y Mister, que hoy serían del todo incorrectos. En el 85, al año siguiente de vender los del Ku, presenté la carpeta al Space. Pepe Roselló me compró unos cuantos y le propuse preparar, por mi cuenta y riesgo, la campaña del año siguiente. Funcionó muy bien; la gente iba a la puerta de Space para pedir pósters. De hecho, años más tarde conocí a Ives y me contó que ese año le llamaron al despacho, ante todos los jefazos de Ku, para cuestionarle si esos carteles los había hecho él [ríe].

— ¿Estuvo haciendo carteles durante muchos años?
— Hasta principios de los 90. Los últimos carteles los vendí a Space en el 96. Pero antes, en el 89, Pepe hizo toda la renovación de la imagen de Space e hicimos un nuevo logo. Ese año fue un follón: los lunes se decidía la fiesta del viernes, por lo que el miércoles a primera hora tenía que entrar el cartel a las gráficas. Una locura, ni me acuerdo de esos carteles. Las siguientes temporadas no nos entendimos en la línea de los carteles. Entonces trabajé como camarero, como venta anticipada en Amnesia, también monté un bar en Sa Penya con Alex Jarman, el ‘Némesis’ y acabé en el departamento de fiestas en Space, haciendo los carteles, pero esta vez en forma de decoración de la discoteca. Pero cuando eres una persona creativa y los que mandan no saben ni qué material se usa, es una mierda. Desde entonces nunca he dejado mi vena creativa en mi vertiente artística. Hago lienzos con influencias de electrónica y ciencia ficción con los que he hecho varias exposiciones. Pero esto os lo contaré en la segunda parte [ríe].