Toni Serra dedicó su vida a la industria del turismo. | Toni Planells

Toni Serra (Argel, 1956) ha estado relacionado con el turismo durante toda su vida. Criado en el Sant Antoni de la segunda mitad del siglo XX, ha sido testigo en primera línea de la evolución turística de su pueblo, también de manera profesional. Gran aficionado a la cultura y a la música, reconoce en este sentido la influencia de los primeros turistas y locales portmanyins, que pusieron la banda sonora de su generación.

— ¿De dónde es usted?
— Yo soy de Can Toni d’en Xicu, de Sant Mateu, aunque nací en Argel, en un barrio que se llama Bab El-Oued. Mi padres, Toni y Maria, emigraron a Argelia por cuestiones económicas nada más casarse. Allí ya había buena parte de la familia de mi madre, de Can Roques, y estuvimos hasta que la cosa se ‘enmerdó’ y salimos todos por patas cuando yo tendría unos cinco años.

— ¿Tiene recuerdos de su infancia en Argel?
— Muy pocos, de hecho, nunca he vuelto y es un viaje que tengo pendiente y que cada vez tengo más ganas. Estuve a punto de ir con mi tío, que había vivido allí, pero murió antes de que pudiéramos llegar a ir. Sé que allí se vivía muy bien, era una colonia francesa y había mucho trabajo. Mi padre, que era carpintero de varias generaciones (su abuelo, su padre y su tío ya lo fueron), encontró trabajo de lo suyo enseguida sin ningún problema.

— ¿Qué hicieron al volver?
— Vinimos a Sant Antoni y mi padre montó su carpintería, Can Toni d’en Xicu, a la que se dedicó toda la vida. Yo jugué y ayudé siempre allí, pero no he llegado a dedicarme al oficio por cuestiones de salud. Soy asmático, así que me dediqué siempre al turismo.

— ¿Estudió en Sant Antoni?
— En el colegio sí, en Vara de Rey, pero al instituto había que ir a Vila, al de Santa María. Esa fue una época dorada. Íbamos a Vila cada día con ‘el camión’, nos juntábamos con chavales de toda la isla y había una familiaridad y compañerismo extraordinarios. Todavía conservo muchas amistades de esa época. Era curioso porque, entre nosotros, hablábamos ibicenco pero, en clase, hablábamos en castellano. Recuerdo con cariño a casi todos los profesores: Ferrer Guasch, ‘Botja’, el ‘jai Planas’, Gabriel Sorá, Estela o del profesor de matemáticas, al que llamábamos ‘la curvatura’, porque caminaba siempre doblado. Era una bellísima persona. No se me daban mal los estudios, así que empecé a estudiar Química en Barcelona, pero a los dos años pillé una depresión bastante fuerte y lo dejé para volver a Ibiza.

— ¿Empezó a trabajar al volver a Ibiza?
— Antes me fui a hacer la mili a Melilla. Allí hacía las guardias justo al lado de la frontera con Marruecos. Tenía que ir de arriba a abajo recorriendo un alambre oxidado que separaba España de Marruecos. ¡Y pensar que ahora están esas vallas y concertinas!, como cambia todo. Al acabar la mili ya me puse a trabajar, siempre en el turismo. Soy un poco ‘cul-remena’, así que he trabajado en hoteles, en recepción y en dirección, en casas de alquiler de coches y, los últimos 14 años, los he pasado en el Aeropuerto. Ahora estoy arreglando los papeles para jubilarme. En invierno, siempre echaba una mano a mi padre en la carpintería y procuraba viajar todo lo que podía y dedicarme a mis aficiones.

— Hábleme de sus aficiones
— Soy muy aficionado a la música y a la cultura, pinto y colaboro con la asociación cultural Retro, con Pepe ‘Pilot’ hace años. En Sant Antoni falta más cultura y procuro aportar mi grano de arena. La afición por la música me viene desde pequeño, en Sant Antoni había mucho ambiente y cultura musical, con todos los bares que había, que ponían buena música del extranjero, era normal. El Colón, el Capone, el Play Boy… El West era una pasada y, Es Paradís, era apoteósico… Cuando estaba estudiando en Barcelona trabajaba los veranos en la farmacia de Puget y, con el primer sueldo, me compré un tocadiscos y un disco de Neil Diamond, ‘Hot August night’, que todavía conservo. A raíz de aquí nos juntábamos los amigos en casa para escuchar discos habitualmente. En esa época también pude disfrutar de los dos mejores conciertos de mi vida: el de los Rolling Stones y el de Lluís Llach, ¡apoteósico!, estábamos todos rodeados de ‘grises’.

— Siendo de su generación y de Sant Antoni, la pregunta es obligada: ¿Era muy ‘palanquero’?
— (Ríe) ¡Se hacía lo que se podía!. No es que fuera un profesional, pero algo iba haciendo (más risas). Al final me casé gracias a mi otra gran afición: viajar. Había viajado por toda España y Europa, pero cuando viajé a Brasil descubrí otro mundo que me encantó. Allí me encantó su cultura, la música es una verdadera pasada y, además, conocí a mi mujer, Isaura, con quién me casé hace 31 años y quien hemos tenido a Leo y Gabi.

— Como profesional del turismo, ha visto la evolución durante estos años.
— Al principio, Sant Antoni tenía un turismo de lo más cosmopolita. Había gente de todos los lugares, alemanes, franceses, las famosas suecas (ríe)… Esto convertía Sant Antoni en un lugar agradable, con gente distinta, había familias pero también había fiesta. Era gente que sabía combinar la noche con el día y funcionaban las playas y funcionaba todo. Nosotros salíamos de trabajar y salíamos, nos mezclábamos con los turistas y disfrutábamos como los que más. Las discotecas eran más pequeñas, con música en directo en algunos locales y el ambiente era muy cordial. La cosa cambió cuando un perfil concreto empezó a dominar el turismo en Sant Antoni. Me refiero a las agencias y touroperadores que se centraron en el turismo joven británico, los famosos y molestos hooligans. Estos touroperadores llevaron a la decadencia de Sant Antoni y provocaron que el otro tipo de turismo dejara de venir. Incluso mucha gente del pueblo también se marchó y pequeñas tiendas de toda la vida, cerraron.