Eckard Van Wickern tras esta entrevista. | Toni Planells

Eckard Van Wickern (Dusseldorf, 1958) es el tipo de perfil de personaje de Ibiza que, tras una vida de éxito económico, ha elegido esta isla para establecerse en un retiro dorado.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Dusseldorf, el segundo lugar mejor del mundo después de Ibiza, en una familia acomodada. Mi padre, Gerhard, era arquitecto y éramos cuatro hermanos, a quienes nos cuidaba mi madre, Poswitha. Allí, en Dusseldorf, fue donde crecí y donde fui al colegio antes de ponerme a trabajar en distintos negocios.

—¿En qué tipo de negocios estuvo trabajando?
—Principalmente desarrollé mi profesión en el mundo del juego y las apuestas en Alemania y Austria. Es a lo que he dedicado toda mi vida, hasta que tuve 50 años y vendí la compañía. Todo comenzó tras un viaje a Ibiza con unos amigos, cuando tenía 18 años y no quería ni trabajar ni seguir estudiando. Así que vinimos a dar clases de esquí acuático. Compramos una lancha en Holanda, aprendimos a esquiar en Talamanca durante una semana y fuimos a Platja d’en Bossa a dar clases a los turistas alemanes. En esos años no había ningún tipo de normativa (ríe). La primera noche dormimos en la misma lancha, al aire libre, ¡nos levantamos empapados con la humedad! Luego lo intentamos en el coche, pero tampoco. Así que nos las apañamos para ir a los hoteles con amigas y colarnos en los desayunos hasta que nos pillaban (ríe). Volvimos en octubre y, a la vuelta, fue cuando monté, con Andrea´s, nuestra compañía.

—¿Tenía su propia compañía de juegos y apuestas?
—Así es: Andrea’s Brun-Van Wicken. En realidad, era un conglomerado de 47 compañías aglutinadas en ABVW y llegamos a tener hasta 1.5500 empleados. La fundé junto a mi amigo Andrea’s. Fuimos los mejores amigos desde el colegio y siempre lo hicimos todo juntos. Siempre al 50%. Por desgracia, decidió dejarnos hace seis años. Ese fue el peor momento de mi vida.

—¿Fue entonces cuándo decidió dejar el negocio?
—No. El negocio lo dejé unos años antes. Al cumplir los 50 lo vendimos y no pienso trabajar más. La vida es demasiado corta (ríe).

—Entiendo que el negocio les funcionó bien...
—Así es. Durante una década estuvimos facturando un dineral cada año. Sin embargo, en esta segunda vida es donde mejor me siento. Eran otros tiempos con las normativas en este tipo de compañías. Nosotros teníamos más de 40 call-center en Europa desde los que llamar a futuros clientes. Ahora estaría prohibido. Las normativas de cada país era distinta y, en muchas ocasiones, llegaban a chocar con la normativa de la UE. A la hora de pagar los impuestos, era un galimatías entre países y llegué a pagar un alto precio. Esa fue la segunda peor época de mi vida.

—¿Siente alguna responsabilidad respecto a las personas con adicción al juego?
—En el tipo de juegos y apuestas que trabajamos nosotros, los usuarios no solían gastarse más de 20 euros al mes. Eso no son cantidades preocupantes en el sentido de la adicción. El problema de las adicciones viene más por la parte de las máquinas tragaperras. El dinero automático. Como te decía, hasta 2005 no hubo reglas en este negocio, tampoco a la hora de hacer promoción y publicidad en televisión, y eso fue un factor que favoreció a que mucha gente se hiciera adicta.


—¿Cuándo comienza su relación con Ibiza?
—Ibiza siempre ha sido mi lugar favorito de Europa. Después de Berlín y Amsterdam, es el sitio en el que más nacionalidades diferentes conviven. Es un lugar donde, cuando te chocas con alguien, haces un amigo. Si te chocas con alguien en Alemania, tienes pelea, seguro. Así que, en 1999, compramos una finca en Jesús, Can Bernat, para que la familia de la compañía pudiera disfrutarla. Ganábamos el dinero en Alemania y nos lo gastábamos en Ibiza (ríe). Durante los primeros años pasé el verano entero aquí, pero después, durante 12 años, me pasaba aquí el año entero. Entonces, encontré una casa en ruinas en Es Viver, al lado del mar. Así que hice lo posible para encontrar a los dueños, que son de una familia de pescadores, la restauré y aquí es donde vivo desde hace 11 años.


—¿Ha dejado todos sus negocios?
—En realidad no. Cuando hacíamos las reuniones de socios en Can Bernat siempre dedicábamos un día a salir en un barco que se llama Marco Polo, así que terminamos por comprarlo. La cuestión es que, al vender los negocios y la finca, no sé bien por qué, pero me quedé el Marco Polo. Está amarrado al lado del único monumento a los corsarios del mundo. Como es un agujero de gastos, lo caractericé como barco pirata y decidí dedicarlo a hacer charters. Es un barco holandés de más de cien años y le hemos puesto hasta un cañón del siglo XVIII original. En una ocasión, la Guardia Civil nos paró y nos dijo que no podíamos llevarlo, que era un cañón totalmente funcional y que estaba prohibido. Tuve un buen susto. Así que tuvimos que ir a capitanía para reformarlo y no tener problemas con la ley.


—Siempre ha estado lidiando con las leyes, ¿verdad?
—(Risas) Así es, siempre me ha gustado jugar en la línea. ¡Soy un pirata! Pero en el mejor sentido, que en Ibiza hay muchos tipos de pirata. Es curioso, porque quienes hicieron que Ibiza sea lo que es, los hippies o los que trajeron el techno, ahora no pueden vivir en Ibiza. Sin embargo, Ibiza es el sitio en el que pienso pasar el resto de mis días.