Víctor Colomar, disfruta ahora de la repostería. | Toni Planells

Víctor Colomar (Sant Carles, 1943) creció entre Sant Carles y Formentera, de donde procedía su padre. Su vida laboral comenzó en el mar, pescando junto a su padre, tal como vino haciendo desde su infancia, aunque sus inquietudes empresariales acabaron llevándole a la representación comercial de productos alimenticios en distintas empresas y con distintas experiencias y resultados.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Sant Carles, en Can Toni d’en Talaies, encima de la montaña yendo hacia Pou d’es Lleó. Allí estuve mis primeros cuatro años, antes de mudarnos a Formentera, donde vivimos hasta que tuve nueve o diez años y volvimos a Sant Carles, a un terreno que nos compramos en Ses heres rojes, cerca de Pou d’es Lleó. Allí fue donde crecimos yo, que soy el mayor, y mis cinco hermanas.

— ¿Por qué se mudaron a Formentera?
— Porque mi padre, Domingo, era de allí. Vino a Ibiza para hacer la mili. Le destinaron al destacamento que había en Sa Talaia de Sant Carles y allí fue donde conoció a mi madre, Eulària, de Can Talaies, y se casaron al poco tiempo. Mi madre era hija única, su padre murió de tuberculosis a los 26 años y no llegó a conocerlo nunca. Se crio ella sola con su madre.

— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— Mi madre cuidaba de nosotros y de la casa. Mi padre era pescador profesional. Tenía el Llaüt en Pou d’es Lleó o en Cala Mastella e iba a pescar cada día con el famoso ‘Bigots’, que era primo de mi madre, o con Toni, del restaurante Salvador. Mi padre siempre tuvo mucha vista y fue muy innovador. De hecho fue el primero en usar redes de nilon. Hasta entonces se pescaba con redes de cáñamo, que había que tejer y teñir con la carraca molida de los pinos. En su última etapa, cuando estaba en Sant Antoni, también fue el primero en usar sonda y todos los demás pescadores le decían que estaba loco, que la sonda no cogía peces (ríe). Pero también hacía muchas cosas, hasta paredes de ‘marés’.

— ¿Dónde fue al colegio?
— No fui al colegio hasta que volvimos de Formentera. Hasta entonces fue mi padre el que me enseñaba en casa. De hecho, cuando empecé a ir a la escuela, estaba por encima del nivel demás compañeros. Iba cada día caminando kilómetros para dar clases con Don Toni Marí, que me estuvo dando clases siempre, hasta el bachillerato, con 16 o 17 años. Luego nos examinábamos por libre en Vila. Toni Marí nos daba clases de todo menos de latín, que nos la daba el cura con la caña en la mano. ¡Y lo poco que le costaba darnos con ella si no contestábamos bien a sus preguntas!. Tanto que llegó un momento que me planté e hice huelga: Estuve tres días sin ir a clase. Mi padre fue a hablar con el profesor para decirle cuatro cosas al respecto y el cura ya no volvió a calentarnos más a ninguno de nosotros.

— ¿Qué hizo al dejar los estudios?
— Trabajar con mi padre pescando. Cada día íbamos los dos con el llaüt y no veas como lo cargábamos de pescado. Antes sí que había pescado, no como ahora. Cada día, a la vuelta, cargaba la bicicleta de cajones de pescado. La cargaba tanto que a veces me vencía el peso, la bicicleta se me levantaba y se me caía todo al suelo. La cuestión es que, con la bicicleta y el ‘corn’ y me iba con el pescado a Sant Carles, Es Figueral y hasta Morna o la parte de Atzaró hasta que lo vendía todo. El día que me sobraba algo, lo llevaba hasta Santa Eulària, a Can Aubarca, donde se lo quedaban todo. Siempre me gustó acompañar a pescar a mi padre. Cuando era pequeño y vivíamos en Formentera ya me levantaba de madrugada para ir con él desde que tenía siete u ocho años en su barca a remos.

— ¿Se dedicó a la pesca de manera profesional?
— No. La pesca nunca me gustó tanto como para dedicarme profesionalmente. Así que, al volver de la mili, estuve unos años más y, después, me fui a trabajar a la tienda de uno de los hermanos de mi padre, Emilio, en Ses Païses. Era una de esas tiendas de las de antes, Tienda Domingo se llamaba, en las que se vendía de todo, desde petróleo, cemento, hilo, aguja o botones, comida o el pescado que nos traía mi padre.

Allí fue donde conocí a Carmen, mi mujer. Su hermana venía mucho a la tienda con mi cuñado. Siempre insistía en que tenía que presentarme a su hermana y, un año después ya nos habíamos casado. Tuvimos a nuestros tres hijos, Cecilia, Rosendo y David, que tiene a nuestro nieto, Nil.

— ¿Dónde nació usted?
Allí estuve unos cinco o seis años antes de dedicarme a la representación, cuando me quedé ‘Vins d’Or’. A partir de allí empecé a ir por los hoteles a venderles el vino, después iba a los payeses para comprarles patata y llevársela a los mismos hoteles, más adelante me puse en contacto con una empresa de huevos de Catalaunya y, también, les vendía los huevos… De esta manera acabé montando mi propia empresa de distribución de todo tipo de producto. Primero con mi nombre, después monté Vicoma y, finalmente, fundé Es Bon Rebost que lo siguen llevando Rosendo y Cecilia, mis hijos, y les va muy bien. Siempre me dicen que, empresarialmente he sido siempre muy ‘caperrut’ (ríe).

— ¿Por qué razón?
Por haber montado Es Bon Rebost tras la mala experiencia con Vicoma. Vicoma creció mucho en los años 80, llegué a tener 12 o 13 empleados. Pero me robaron hasta la cera de las orejas y tuve que cerrarla. Siempre me he fiado demasiado de todo el mundo y aprendí que no te puedes fiar ni de tu sombra. Por ejemplo, un sábado por la tarde fui al almacén con mi mujer y me encontré al encargado de almacén cargando su coche particular de material, a saber durante cuántos años estaría haciendo eso. Sin olvidar la complicidad de los clientes que le compraban el género más barato y sin pedir ninguna factura. Tuve que malvender todo mi patrimonio y declarar suspensión de pagos para afrontar toda la deuda que se acabó generando. Esto no me hubiera pasado con un buen gestor. Una vez cerrada la empresa, me enteré de que mi contable se había montado un restaurante en Port Aventura. En fin, de todo se aprende.

— ¿A qué dedica su jubilación?
— A hacer nada (ríe). En realidad voy mucho a casa de mi hija a cuidar de las gallinas y sembrar cuatro cosas. Tuve una época en la que me puse a pintar tras dar unas clases con Walter Kopeki, aunque yo lo he dejado. También me ha gustado siempre cocinar. Cuando iba a pescar con mi padre, ya en Formentera, con siete u ocho años, era yo el que hacía la comida (ríe). Ahora hago una repostería ¡que ya quisieran muchos restaurantes!