Javier Serra Mur este lunes en Ibiza. | Toni Planells

Javier Sierra (Madrid, 1956) ha dedicado su vida profesional, desde los 14 años hasta su jubilación, a la banca. Sector en el que vivió distintas crisis en las que su conciencia tuvo que resistir a importantes presiones. Enamorado de Ibiza desde que viniera al mítico concierto de Bob Marley en la plaza de toros, nunca ha dejado de visitarla hasta el punto de convertirla en una de sus dos viviendas, a caballo entre la isla y la capital.

— ¿De dónde es usted?
— De Madrid, de Chamberí, que es donde nací en una familia muy modesta. Allí vivíamos los cuatro: mis padres, Silverio y Dolores y mi hermano, Jesús. Puedo decir que me siento orgulloso de haber crecido en una familia modesta, eso y la educación que nos dieron mis padres te hacen valorar las cosas de verdad. No pasamos nunca hambre, pero valorábamos cada plato que se servía a la mesa o cada uno de los regalos, uno solo, que nos trajeron los reyes.

— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— Eran pescaderos. Mi padre era maragato, de ahí le vino el oficio de pescadero. De tanto ir a Madrid, acabó conociendo mi madre, que era de Guadalajara, y montando la pescadería.

— ¿Qué es un maragato?
— Maragatos son los nacidos en una región de León que se llama Maragatería. Allí es donde nació. Lo que pasa es que los de esta región, los maragatos, eran los arrieros que se encargaban de llevar el pescado, que venía de Galicia y de todo el norte, en carretas y con mucho hielo, hasta Madrid a principios del siglo XX. De esta manera se quedó el nombre de ‘maragato’ para hablar de ese oficio.

— ¿Iba al colegio en Chamberí?
— Sí, a uno que se llamaba Veyllón, con un profesor que se llamaba Don José. Era uno de esos maestros que había estado en la cárcel por sus ideas políticas. Me enseñó a leer y me enseñó valores pero no me adoctrinó. Eso es lo más importante: me dejó pensar por mí mismo. Estuve yendo allí hasta los 14 años, cuando empecé a trabajar.

— ¿Dónde empezó a trabajar?
— En un banco, de botones haciendo recados. Eso sí, por las noches seguí estudiando hasta terminar COU. Luego hice la mili con 19 años como voluntario. Al terminar, mi madre me insistió en que siguiera estudiando, así que hice Ciencias Económicas a la vez que seguía trabajando en el banco.

— Sus estudios, ¿le permitieron ascender en el banco?
— Así es. Llegué a ser director de zona, con 10 o 12 oficinas a mi cargo. Estuve toda mi vida laboral en el banco, hasta que me jubilé con 61 años. Además, con veintitantos años, me metí en la hostelería abriendo un pub que tuvo bastante éxito durante aquellos años en Madrid: el Class. Con esa edad tenía mucho afán de superación y, además, mi prioridad era marcharme de casa.

— Abrió el Class en los años 80, ¿vivió los tiempos de la Movida Madrileña?
— Sí, claro. La viví de lleno, pero sin drogas. Tampoco es que no me haya fumado un porro nunca, pero las drogas me han sentado siempre fatal. Ni siquiera tomo alcohol más allá de alguna caña, que en Madrid eso de ‘tapear y cañear’ está a la orden del día. Pero nada más. La Movida Madrileña fue el no va más. Cada uno lo vivió a su manera y yo la viví con mucho trabajo. Me levantaba a las siete menos cuarto para estar a las ocho en el banco y, cuando salía a las cuatro, me iba al pub a trabajar hasta las tantas de la mañana. El pub tuvo su pegada en Madrid. Era uno de los puntos de La Movida, pero con un punto distinto. No era tan ‘sexo, drogas y rock&roll’, era un lugar un poco más estiloso. Mi inspiración fue el Café del Mar.

— Entonces, ¿ya conocía Ibiza?
— Sí. Vine por primera vez a Ibiza en el 78 para ver a Bob Marley. Tocaba en la Plaza de Toros, me acuerdo que en la puerta ya nos estaban dando porros de marihuana (ríe). Me quedé 15 días y acabé prendado de la isla, de su luz, de su gente, de su clima… Estaba en la zona de Sant Antoni y me hice muy amigo del que entonces era dj de Café del Mar, que era muy distinto a lo que es ahora. Apenas éramos unos veinte pringaos allí. Carlos Guinea, el dj, me contó el secreto de Café del Mar: el truco era hacer coincidir el final de la puesta de sol con el final de la canción que tuviera puesta en ese momento. Es espectacular, además solían poner una pieza de música clásica o ambient y era todo un éxito. Luego lo llamaron ‘Chill out’.

— ¿Se quedó entonces en Ibiza?
— No me quedé, pero ya nunca dejé de venir. No me compré una casa hasta hace 23 años, pero he estado viniendo desde entonces cuatro o cinco veces al año. Al principio a Sant Antoni, hasta que se convirtió en ‘el Bronx’, y es que cambió del turismo que conocí al principio, familiar y nórdico en general, por el inglés y joven. Entonces empecé a moverme por otros lados y acabé viniendo a una casa en Salines, muy cerca del Mar y Sal. Estuve yendo allí durante unos cinco años. Después estuvo seis o siete años más yendo a Sant Jordi, a Can Tixedo. El lugar más madridista de la isla. Desde que me jubilé, estoy pasando aquí siete u ocho meses al año. Eso sí, en agosto huyo de Ibiza.

— Toda su vida en un banco. Ha vivido muchas crisis.
— Ya lo creo, todas. Lo peor fue lo de 2008 con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Un año antes fue lo de la venta de preferentes para todo el mundo. No había filtro, era un producto para gente que sabe, pero había que venderlo a la gente mayor. Fue un engaño en toda regla, a base de medias verdades. Había hasta puntos donde el vencimiento del producto era, literalmente, ‘indefinido’: para toda la vida. Me negué en redondo a vender ese producto y me vapulearon por eso. Cada día me entraban entre 20 y 30 llamadas desde la central para que las vendiera. «Véndeselas a tus amigos», me decían. ¡Véndeselas a tu madre!: yo no vendo nada tóxico a nadie. Si vendo una moto, no se la voy a vender a alguien que no sabe conducir. Tuve tanta presión y tanto acoso que, en 2010 me dio una depresión enorme. Y es que no era solo lo de las preferentes, es que, además había el tema de recuperar los impagos de las hipotecas que habíamos vendido unos años atrás.

— ¿Habla de cuando vivíamos ‘por encima de nuestras posibilidades’?
— Si es que la gente a la que se les otorgaron las hipotecas no tenían ninguna garantía. Se les dieron porque se quiso. No había ninguna razón firme para pensar que esas hipotecas se fueran a cobrar. Se daba el 100% de la hipoteca, más préstamos personales de 10.000 euros para decorar la casa, más otros 10.000 para un coche, por ejemplo, ¡y eso te lo mandaban desde arriba!. Luego me mandaban que fuera a los puestos de trabajo de la gente para decirles a sus jefes que no les pagaran a ellos, que nos pagaran a nosotros. ¿Pero qué locura era esa?

—¿Y qué locura fue esa?
— Más que locura fue un engaño. El engaño de la clase media. La clase media no existe: Existe la clase empresarial y la clase trabajadora. Si dependes de un sueldo, eres de clase trabajadora, aunque ganes 3.000 euros. La clase media es un engaño que se inventó Felipe González.