Isabel Prats posa después de la entrevista | Toni Planells

Isabel Prats (Sa Vorera, 1958) ha recibido hace pocos meses el premio Portmany y la carta de Maestra Artesana por su labor en la divulgación de la cultura ibicenca que ha vivido desde su infancia.

—¿Dónde nació usted?
—En Can Vicent Prats, que está en Sa Vorera, Sant Antoni. Nací en la misma casa en la que sigo viviendo. La casa la construyó mi bisabuelo y consta en el registro del Ayuntamiento como que paga sus impuestos desde el año 1900. Mi padre era Lluc y mi madre, María, de Can Palau. Yo era la mayor de las dos hermanas, me llevo más de cinco años con María.

—¿De qué vivían en su casa?
—Siempre vivimos de la agricultura. Mis padres eran payeses. En casa se trabajaba a la antigua, se segaba con un animal, se ‘lligaba’, se hacían ‘ses garbes’. Todo esto yo lo he visto y vivido. Hasta teníamos, mis abuelos, una máquina de hacer las suelas para las ‘espardenyes’. Mientras mi abuelo hacía las suelas, mi abuela hacía las cubiertas de las ‘espardenyes’. Una tarea habitual que me mandaban cuando era pequeña, al salir del colegio a lo mejor mi padre me mandaba a buscar las ovejas para llevarlas a un sitio u otro. A la hora de hacer matanzas, también estaba limpiando vientres o lo que tocara.

—¿Dónde fue al colegio?
—Fui a las monjas Trinitarias hasta los 14 años. Los primeros años me llevaba mi padre, más adelante nos estuvo llevando el panadero de Can Rafal, que iba a la tienda de Can Ramonet. Cuando descargaba el pan de la furgoneta a las 8:45, unas cuantas niñas, las dos de Can Rich, Toñi de Can Figueretes y yo misma, le esperábamos en la tienda para que nos acercara al colegio. Llevaba unos cojines y todo para que estuviéramos cómodas. Era muy buen hombre. Recuerdo que un día se me olvidó el almuerzo en casa y me escuchó cuando se lo contaba a mis compañeras. Al bajar de la furgoneta al lado de su tienda, que estaba al lado del colegio, me dijo que me esperara y me trajo una viena y dos chocolatinas para que pudiera almorzar. El día que Rafal, por lo que fuera, no podía venir, el padre de las de Can Rich cogía el tractor y nos llevaba al colegio montadas en él. Cuando tuve unos 12 años ya tuve mi propia bicicleta e iba al colegio en ella.

—¿Siguió estudiando al terminar el colegio?
—Al terminar, con 14 años, empecé a aprender a coser con Cati d’en Pepís. Cuando aprendí a coser suficientemente bien, empecé a coser por comisión para los mercadillos. Estuve cosiendo dos años, hasta que me casé con Pep con solo 16 años.

—Se casó muy joven...
—Así es. Pero ya llevaba unos años saliendo con Pep Rei. Desde que íbamos al colegio. En aquellos años, lo de salir con un chico no era como ahora. Para salir me tenía que acompañar, o bien mi hermana, o bien mi abuela María, ya que mi madre siempre estaba hasta arriba de trabajo. Cuando me acompañaba mi hermana venía con nosotros todo el tiempo. En cambio cuando nos acompañaba mi abuela, la dejábamos en casa de una tía o de la abuela de Pep y nos íbamos él y yo solos.

—Su abuela, ¿no se chivaba a sus padres después?
—No. Mi abuela y yo teníamos muchísima complicidad. Tenía más confianza con ella que con mi madre. Como mi madre trabajó mucho siempre, quien me cuidaba era más siempre fue mi abuela mi abuela. Teníamos muchísimo vínculo y confianza. Cuando nos dejaba a Pep y a mí que nos fuéramos solos, lo único que hacía era aconsejarme y advertirme. Si me hubiera quedado embarazada mientras se suponía que estaba con ella, hubiera sido muy incómodo para mi abuela. Nos casamos dos años después, en el 75 y tuvimos a nuestros dos hijos, José Antonio y Lucas. Ahora ya tenemos tres nietos, Lucas, que se llama como su padre, y Elías y Daniela que son de José Antonio.

—¿Tiene la misma relación con sus nietos que tenía usted con su abuela?
—Exactamente la misma, no. Lo que sí hago es de abuela. Tal como defiendo siempre, para criarlos están los padres, para malcriarlos estamos los abuelos (ríe). Así es cómo lo hacemos. Mi nieta mayor es Daniela y tiene la suerte de poder recordar a mi abuela. Su tatarabuela. En su bautizo nos juntamos hasta cinco generaciones distintas. Mi abuela murió con 98 años. Siempre fue una mujer muy menuda y, como se llamaba igual que mi madre, mis hijos siempre la llamaron ‘sa güela petita’ (la abuela pequeña). Todavía al hablar de ella nos referimos así. A no ser que hable de ella mi nieta Daniela, para ella es ‘sa güela d’es calcetins’ (la abuela de los calcetines), ya que siempre estaba tejiendo calcetines, ‘enrollant fil’ como ella decía. Todavía conservamos una bolsa llena de calcetines de lana que hizo ella. No nos desprenderíamos de ellos por nada del mundo.

—Al casarse, ¿dejó de trabajar?
—Dejé de coser, pero no de trabajar. Los primeros años estuve trabajando en unos souvenirs de Sant Antoni durante la temporada. Cuando decidí trabajar todo el año, me fui a una lavandería, la Royal, donde estuve hasta que me quedé embarazada. Hasta que los niños no crecieron un poco no volví a trabajar. Entonces mi abuela me echaba una mano quedándose con ellos mientras yo trabajaba en un supermercado. Tuve distintos trabajos hasta que terminé como encargada de las pescaderías del Eroski durante ocho años. Me caí trabajando y acabaron dándome una invalidez cuando tenía 47 años. En ese momento empecé a dedicarme a la artesanía.

—¿De qué manera?
—Hice un curso de ‘espardenyes’ y esparto en 2005 durante un año entero en el Museo Etnogràfic de Santa Eulària. A partir de allí no he parado nunca de hacer ‘espardenyes’. Nada más terminar me saqué el carnet de artesana examinándome ante unos maestros que vinieron desde Mallorca y de Maria Orvay. Diez años después ya pude examinarme como Maestra Artesana y, aunque tardaron dos años en poder examinarme, para mí era un hobby y había gente que lo necesitaba para poder trabajar. Hace un par de meses que ya tengo mi carta de Maestra Artesana. Además, la misma semana me dieron el Premi Portmany, que me pilló totalmente por sorpresa. Lo tengo en casa, en un mueble entre las fotos de mis nietos.