María Tur Marí, minutos antes de la charla con ‘Periódico de Ibiza y Formentera’. | Toni Planells

Maria Tur (Sant Josep, 1932) vivió los peores años de la postguerra en Ibiza, a la vez que fue una de las primeras folcloristas que viajó al extranjero para mostrar el baile y la tradición ibicenca más allá de nuestras fronteras. También fundó, junto a su padre, la tienda Can Pep Xica, que continua activa bajo el mando de su hija, Paca.

—¿Dónde nació usted?
—En Can Pep Xica, una casa payesa de Sant Josep, muy cerca de lo que fue el restaurante Cana Joana. Era la casa familiar de mi padre, Toni Pep Xica, que heredó después de que su hermano mayor (s’hereu) emigrara a América y se le perdiera allí la pista. Sin embargo, él prefirió que se la quedara otro hermano suyo más joven y hacerse él mismo su propia casa, que es donde seguimos viviendo hoy en día, para independizarse un tiempo después de casarse con mi madre, Catalina de Can Botja.

—¿Tenía muchos hermanos?
—No. Solo estábamos yo y mi hermana, que se llamaba Rita. Un nombre que siempre estuvo en mi familia: mi abuela se llamaba Rita, igual que mi madrina, que era monja del Convento de ses Monjes Tancades y que murió al filo de los 100 años. Mi hermana tenía una enfermedad y murió cuando solo tenía 11 años. Fue una de las primeras a las que se trató con penicilina en Ibiza. Este medicamento tenía que conservarse en frío y, en aquellos tiempos, no había neveras en el hospital, así que la guardaban en el hotel de Villangómez, el Montesol. Cada tres horas, día y noche, había que ir al hotel a buscar la dosis para inyectársela durante 10 o 12 días.

—Siendo del 32, ¿recuerda los desastres de la Guerra Civil ?
—Como mucho, recuerdo que cada vez que oíamos los aviones salíamos corriendo a verlos. Nunca habíamos oído ese ruido y nos llamaba mucho la atención. No recuerdo los dramas de lka Guerra Civil, + pero sí de sus consecuencias. Parece mentira que, con lo llenas que estaban siempre las tiendas en Vila, se quedaran vacías de un día para otro. Desapareció todo: ropa, comida… No había nada. Para conseguir cualquier cosa había que hacer estraperlo y cambiar unas cosas por otras entre los vecinos. Fue una época muy desagradable. En casa no pasamos hambre, pero tampoco te creas que tuviéramos muchos caprichos. Los vecinos nos ayudábamos unos a otros y, a cambio, te daban algo de trigo cuando segabas o patatas si les ayudabas a arrancarla. En esos tiempos, lo que había era mucho pescado, pero no te creas que lo freíamos: apenas había aceite. Cuando lo guisábamos, tampoco te pienses que siempre podíamos echarle patatas. ¡Si es que no había de nada! De la misma manera que ahora ha habido, de un día para otro, este virus que nadie se esperaba, entonces vivimos el virus de la miseria. De un día para otro no hubo absolutamente nada.

—Las chicas de su generación, ¿vestían todas de payesa?
—No había mucha moda donde elegir. Yo vestí de payesa desde la muerte de mi hermana hasta que tuve unos 19 años. Tampoco te creas que fue mucho tiempo, tres o cuatro años como mucho. Como payesa, en aquella época, yo fui una de las que fueron a los primeros viajes con el grupo de folclore que organizó Pepet d’es Sereno y en el que estaba mi buen amigo Toni Planes Es Pardaler o Maria de sa Cala. El primero que hicimos al extranjero fue a Londres.

—¿Cómo fue ese viaje?
—Una auténtica pasada. Piensa que no había visto ni un semáforo en mi vida. Primero fuimos a Mallorca, de allí directamente a Barcelona. Allí nos subimos a un autocar de los que no había visto nunca, con una iluminación impresionante, con el que fuimos hacia arriba. Una vez en Londres, había un gran festival organizado, lleno de carpas impresionantes. A la hora de dormir, nos alojaron en casas particulares de la misma manera que nosotros acogimos en su momento a los grupos folclóricos que vinieron a Ibiza después. Nos daban un café riquísimo, corn-flakes y muchísimos pasteles y dulces, decorados de una manera preciosa. Nunca habíamos vista nada parecido. Con el idioma, no es que nos enteráramos de mucho, pero sí que nos sabíamos hacer entender con lo que necesitábamos.

—De niña, ¿fue al colegio?
—Sí, a la escuela de Sant Josep. A un lado estaba la clase de los niños y, al otro lado, el de las niñas. Luego llegaron las monjas y fui con ellas antes de aprender a bordar. En aquellos tiempos, si eras una buena cosedora tenías mucha ventaja. Sin embargo, nunca fui una gran cosedora [ríe], como mucho bordaba algún juego de cama o algún mantel, pero nunca me dediqué.

—A qué se dedicaba su padre?
—Era payés, que era lo que había entonces. También pesacaba con su llaütet y estuvo trabajando en Ses Salines, iba cada día con el camión de Agustinet, que, junto a Jordi y Rampuixa, fue uno de los primeros que había. Más adelante, cuando yo tendría unos 19 años, montamos la tienda en casa, que sigue en marcha a día de hoy. Al principio, la única luz que teníamos era un ‘petromax’ de los que llevaban los pescadores que iba a base de gasolina. Lo que pasa es que solo teníamos un cupo de 10 litro de gasolina al mes con los que nos teníamos que apañar. Aquí es donde trabajé con mi padre hasta que me jubilé.

—¿Se casó?
—Sí, con Agustí en 1960. Tuvimos a Paquita y a Maruja. Paquita sigue ocupándose de la tienda a día de hoy. Agustí trabajó en la obra hasta que murió mi madre. Entonces me ayudó con la tienda. Iba a buscar el material a Can Funoy, frutas y verduras al Mercat Vell de Vila, pan a Can Noguera cuando Mariano era muy jovencito. Yo, cuando me saqué el carnet con 33 años en Can Botella, también iba a buscar material con nuestro 600. Fui una de las primera mujeres que se sacó el carnet. Los coches, en aquellos años, había que ir a buscarlos a Mallorca. Por lo general, se encargaban de todo en Can Botella. Lo encargabas allí y, al cabo de un tiempo, te avisaban para ir a buscarlo tal o cual día. Eso sí, a lo mejor lo pedías en color verde y te llegaba blanco. Pero eso era lo de menos.