Pepe Pérez en su barrio, Es Clot. | Toni Planells

Pepe Pérez (Utrera, Sevilla,1956) es un hombre inquieto donde los haya. Peluquero de profesión, también ha sido profesional de la hostelería y del espectáculo, bailando en la mayoría de hoteles de la isla. Una isla a la que llegó con 14 años y donde conoció por primera vez el mar.

—¿Dónde nació usted?
—En Utrera, Sevilla. Yo soy el mayor de los nueve hijos que tuvieron mis padres, Manuel y Paca. Eso sí, todos muy ordenaditos: los cinco primeros fuimos chicos y las cuatro últimas fueron chicas. El recuerdo que tengo de mi madre cuando yo era pequeño es que siempre estaba embarazada; era como una mamá pato, siempre con la fila de patitos detrás [ríe]. Éramos una familia bastante humilde. La que menos juguetes teníamos en el barrio, sin embargo éramos los que más nos divertíamos. Mi madre ‘repartía’ a los niños entre las tías. A mí me mandó a casa de mis abuelos, donde cuidaba de mí mi tía Juana hasta que se casó con mi tío Manuel.

—¿Qué recuerdos guarda de su infancia en Utrera?
—Como yo era el hermano mayor, me tocaba echar una mano a mi madre. Me llevaba a los mayores a pasear para que ella pudiera ocuparse de los pequeños. Supongo que estar a su lado aprendiendo a cocinar me serviría más adelante para dedicarme a la hostelería. Tenía mil trucos. Siempre decía que ella se había inventado el aire acondicionado casero, que consistía en colocarse una rodaja de pepino en la frente [ríe]. La nevera de casa era el pozo, allí guardábamos, por ejemplo, la sandía para comerla después bien fresquita.

—¿Le tocó trabajar para echar una mano en casa?
—Así es. A los 11 años ya dejé el colegio para trabajar con mi tío Manuel repartiendo pan casa por casa en un ‘dos caballos’ por todo el pueblo. Empezábamos a trabajar a las cinco de la madrugada y parábamos hasta las dos o las tres del mediodía. La panadería era de unos hermanos y cada uno se encargaba de un cometido: Juan era el que elaboraba la masa, Pepín era el que cortaba y preparaba la masa una vez hecha y ‘El Gordo’ era el que se encargaba de hornearlo en un horno de leña antiguo.

—¿Aprendió el oficio de panadero?
—Sí, aunque no lo volví a ejercer hasta la época de la pandemia. Desde entonces, me hago mi propio pan, con mi masa madre, sin levadura y con una fermentación lenta de 24 horas. Siempre le regalo alguno a mis amigos, que están encantados.

—¿Cuándo vino a Ibiza?
—Cuando tenía 14 años, en 1971. Vine a trabajar una temporada y todavía sigo aquí. Fue gracias a mi amigo José Antonio. Su hermano, Salvador, había estado aquí y me dijeron que en Ibiza había trabajo para todo el mundo y que se ganaba dinero. Así era: Pasé de ganar 1.000 pesetas al mes en la panadería a ganar 4.500 trabajando en el hotel El Corso, de aprendiz, pinche y ‘pasa vinos’. Allí solo estuve una temporada, pero me dieron la oportunidad de aprender el oficio de la hostelería. La temporada siguiente empecé a trabajar en el restaurante del aeropuerto. Allí estuve 20 años, del 72 al 92. En esa época jugué entre la hostelería y la peluquería.

—¿Cómo fue ese viaje del Pepe de 14 años desde Utrera a Ibiza?
—Un chico como yo, que nunca había viajado más allá de Sevilla y que nunca había visto el mar, ¡imagínese! Fuimos en tren hasta Valencia en un viaje de 11 horas en esas sillas de madera que se te clavaban en la espalda. Allí cogimos el avión, que tampoco me había subido a ninguno, claro. Todavía recuerdo que, para llegar a El Corso, pasamos por lo que ahora es el paseo Juan Carlos I. Era una pequeña carretera con agua a ambos lados y estaban rellenando la parte izquierda con escombros echando el agua con unas bombas a la parte derecha de la carretera. Donde hicieron los cimientos con escombros, ahora están esos edificios de lujo. En Talamanca solo había la barca, que atracaba en el hotel Benjamín y apenas había nada más: El hotel El Corso, el Argos, el Rocamar y el Gilberto. También estaba el Flotante, donde nos llevaron a comer un bocadillo la primera noche. Yo no sabía lo que era el mar y, viendo el agua al lado del Flotante, creía que eso se iba a inundar en cualquier momento [ríe]. ¡Yo quería irme de allí porque pensaba que nos íbamos a ahogar! También guardo el recuerdo de esas payesas sentadas en el hotel Montesol mientras controlaban a sus hijas con sus novios o llevando fruta y verdura al mercado payés. Tengo la suerte de haber vivido eso. Otra cosa que me sorprendió fue el idioma. Yo no había escuchado más que el castellano. Cuando iba al colegio, en la Andalucía profunda, no se concebía que pudiera haber otra lengua que no fuera el español. Cuando oía hablar a los extranjeros en el hotel no me enteraba absolutamente de nada.


—¿De dónde le surgió su vocación por la peluquería?
—Me gustó siempre. Desde pequeñito. Cuando tenía ocho o nueve años ya acompañaba a mi tía Juana a la peluquería a hacerse la permanente. Me encantaba ese olor de las peluquerías que no gustaba a casi nadie. Nada más llegar a Ibiza iba en mis ratos libres, iba a barbería del señor Mas, en el puerto de Ibiza, a barrer cuatro pelos, aprender a afilar la navaja y ver cómo manejaba la tijera. Sin cobrar ni nada, solo por la propinilla que te daban. Más tarde, cuando ya tuve algo de experiencia, entré en la academia de peluquería. En este oficio o te formas o te deformas. Trabajé también en la barbería de Gumás (el marido de Julia Cano), yo ganaba un porcentaje de lo que allí facturaba. Tenía un cajón donde ponía el dinero de mis clientes y, al cabo del día, hacíamos las cuentas. Mientras tanto, conservaba mi trabajo en el aeropuerto. Era un trabajo más seguro y durante todo el año.

—¿Cuándo montó su propia peluquería?
—En el 92, cuando dejé el trabajo del aeropuerto, monté mi primera peluquería en ses Figueretes. Siempre estuve en constante formación, curso que salía, curso que me apuntaba. La peluquería necesita una formación permanente. Unos años más tarde abría la de la calle Baleares, donde he estado hasta que me jubilé el año pasado. Allí sigue Esther, que estuvo trabajando conmigo y se lo acabé traspasando a ella.

—¿Podría decirse que su vida ha transcurrido entre la hostelería y la peluquería?
—¡Y más cosas! Siempre he sido un culo inquieto. Desde el 88 también conjugué mi trabajo con el baile y la danza. Durante 18 años bailé en la casi totalidad de los hoteles de Ibiza. Mi mujer, Victoria, montaba las coreografías del grupo, que se llamaba Los Piconeros. Sílvia y Miriam, mis hijas (de mi primer matrimonio con Maria José), también estuvieron bailando con nosotros. Entre Natalia (de Victoria), Sílvia y Miriam, ya tengo nada menos que ocho nietos.

—¿Dejó el baile?
—Ahora sigo activo con la asociación de vecinos organizando y coordinando cursos y de todo. En 2014 fundamos la AA.VV. de Es Clot y he sido el presidente desde entonces. Ahora somos un equipo de 11 directivos que hacen posible que cada año vayamos a más. El 21 de julio comenzamos con las fiestas del barrio. Antes, en el 81, ya había fundado la asociación de vecinos de Platja d’en Bossa, que presidí hasta el 90, aproximadamente. También presidí la Asociación de Peluqueros de la PIMEEF.