Rosa ante su caseta de cupones en Vila. | Toni Planells

Rosa Torres (Vila, 1966) ha tenido una vida adulta precoz. Casada a los 15 años, su vida se convirtió en una carrera de obstáculos que ha sabido superar con éxito a través de los años.

— ¿Dónde nació usted?
— En Vila, si no me equivoco, en la clínica de Villangómez. Sien embargo crecí en ‘Casas Baratas’. Lina (†) y María eran mis hermanas mayores y mis padres eran Toni 'Cama’ y Rosita ‘Jerres’ (†).

— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— Mi padre trabajó siempre en GESA. Llegó a ser encargado y recuerdo que, cada vez que había una avería, de madrugada sonaba el teléfono y salía disparado. Mi madre era cocinera. Estuvo trabajando en un restaurante italiano en ses Figueretes, allí aprendió a hacer pasta italiana y acabó trabajando en distintos lugares de la isla como en Cala Llonga o en el Hostal Costa de Sant Antoni.

— Nos ha contado que creció en ‘Casas Baratas’.
— Así es, aunque también pasé bastante tiempo en ses Figueretes y he vivido en Vila. Eso sí, hace ya tiempo que volví a vivir en Casas Baratas. Ha cambiado mucho. Cuando era pequeña apenas había algunas casas pequeñas y esas casas económicas que le dieron nombre al barrio. Can Cama era la nuestra, también estaba Can Putxet, Can Gelat, Can Sort… Más adelante hicieron el bar Norte o la panadería de Planells. Sin embargo, pasaba mucho tiempo en la tienda de mi abuela Maria ‘Jerres’, en ses Figueretes: la boutique Romalín (le puso el nombre con los de sus nietas). Casas Baratas era un poco aburrido y prefería escaparme a esa zona.

— ¿Fue al colegio?
— Sí, como lo mío no era estudiar, solo hice los estudios básicos en las monjas de La Consolación. Además, cuando terminé me quedé embarazada enseguida y me casé muy pronto, con 15 años. Con 20 años ya tenía a Román y a Víctor. Me separé cuando el mayor tenía siete años y el pequeño cuatro. Aunque mi marido no quería que trabajara, se fundía toda la pasta, así que no me quedó más remedio que ponerme las pilas. Así que estuve trabajando en distintos lugares: en el hotel Es Pla de Sant Antoni, en el Squash de Platja d’en Bossa, en el restaurante Cachirulo…

— ¿Trabajó siempre en hostelería?
— Hasta que me separé. Entonces me fui a vivir a Barcelona, a Sant Celoni, con los niños. Allí estuve, yendo y viniendo durante unos siete años. Trabajando todo el día como una mula en distintas cosas, desde hostelería hasta limpieza. Mi abuela María vino a echarme una mano con mis hijos, pero tuvo la desgracia de que la atropelló un autobús y murió. Fue algo muy fuerte para mí (se emociona), caí en una depresión enorme y me acabaron viniendo a buscar para volver a Ibiza.

— ¿Se quedó definitivamente en Ibiza?
— Sí. Ya me quedé en Ibiza para superar la depresión con el apoyo de la familia. También tuve ayuda profesional, pero lo único que hizo fue drogarme con pastillas y, después, aprovechar para meterme mano. Yo no era más que una jovencita y él un aprovechado de mierda. Un día me harté y estuve a punto de darle de hostias. Ya no volví más. Eran los años 80 y, con la edad que tenía y habiendo pasado lo que pasé, también tuve una época de marcha. Por supuesto (ríe). Recorríamos todos los locales del Puerto: el Akelarre, La Tierra, La Oveja Negra… Los pasajes, Sant Antoni. Fue una época divertida. Sin embargo, también fue la época en la que llegó toda la mierda de la droga. Llegó de golpe. Yo no tomé nunca, pero el caballo se acabó llevando a muchos amigos, Pachuli, Manuel, Jose… tantos. Menos mal que supe esquivarlo, porque estuve tan en riesgo como los demás.

— ¿De qué trabajó cuando salió de su depresión?
— Cuando me recuperé de la depresión conocí a Paco. Paco fue mi pareja durante 20 y con quien tuve a mi tercer hijo, Aitor. Fue siempre muy buen hombre, muy buen padre y muy buen abuelo de todos mis cinco nietos. Por desgracia y le pilló la pandemia en pleno tratamiento de una metástasis y murió hace tres años (se emociona). La psicóloga que nos atendió entonces, por teléfono, eso sí, nos ayudó mucho. Con la depresión también me salió una psoriasis de la que todavía no me he librado y que me supuso un problema a la hora de encontrar trabajo cuando ya estuve preparada. Por muy bien que trabajara, y trabajaba muy bien, cada vez que me daba un brote de psoriasis tenía que darme de baja. Eso en pleno verano y en la hostelería es una putada para el empresario. Como me sabía mal, lo contaba en las entrevistas de trabajo y no me cogían. No me gusta engañar a la gente. Lo único que podía hacer era buzoneo, y así lo hice, aparte de otros trabajitos que me iban pidiendo. En 2005, cuando me recuperé de la muerte de mi madre, me llamaron para trabajar en la ONCE, donde sigo trabajando muy a gusto. A ver cuándo me puedo jubilar, porque esta es otra: con todo lo que he trabajado, ha sido casi todo en negro y apenas he cotizado. Pero es que se hacía casi todo así.