Maria Planells (Santa Gertrudis, 1960) ha trabajado toda su vida en el restaurante Santa Gertrudis. Un restaurante que su padre asumió en 1977 y en el que ahora siguen trabajando tanto María como toda su familia.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Can Porxo, que está en Santa Gertrudis. La casa familiar de mi madre, Catalina. Sin embargo, cuando tenía unos doce años nos mudamos a la casa familiar de mi padre, Xicu d’en March, para poder cuidar de mi abuela junto a mi tía María. Cuando nos mudamos, mi única hermana, Cati, no tendría más que unos meses. Pero vamos, que una casa estaría a unos 600 metros de la otra.

— ¿Dónde fue al colegio?
— Los dos primeros años fui a la escuela de Santa Gertrudis. Pero el resto de mis estudios los hice en la Escola d’es Canal, que estaba junto a Sa Fontassa y mucho más cerca de casa. Era una pequeña escuela de barrio y nuestra maestra era Pepita Escandell. En su momento fue muy conocida también en su faceta de pianista y por sus obras de teatro. Tengo muy buen recuerdo de ella y de la obra de teatro que representamos con ella: ‘S’oli de ratolí’, una de las que escribió ella misma.

— ¿Pepita Escandell se encargaba de todos los cursos?
— Era un colegio pequeño y todos los cursos estábamos en la misma clase. Piensa que de mi curso solo éramos cuatro. Niños y niñas juntos. A la hora del patio, sobre todo cuando apretaba el calor, nos llevaba a la sombra de un algarrobo. A los mayores nos sentaba sobre una pared de piedra, a los pequeños les colocaba unas piedras en el suelo para que se sentaran a almorzar. Ella se sentaba en una hamaca a comer algo de fruta con su libro.

— ¿Qué hacían los chavales de su edad en Santa Gertrudis en esos tiempos?
— Lo normal. Para arriba y para abajo con las bicicletas. Nos parábamos en algún huerto para coger ciruelas o cerezas. No pedíamos permiso, pero tampoco hacíamos ninguna gamberrada. Unos días tocaba jugar a la ‘chinga’ o a la cuerda y otros tocaba jugar a fútbol. Jugábamos niños y niñas juntos a lo que tocara. Cuando ya éramos un poco mayores, acompañábamos a nuestras madres o abuelas a misa y aprovechábamos para dar una vuelta por el pueblo. En verano las mujeres se sentaban delante del estanco a ponerse al día o a jugar al parchís a la fresca.

— ¿Iban a Vila con asiduidad?
— Donde íbamos muy a menudo era a ver las carreras de caballos a Can Bufí. Nos pasábamos los domingos en el hipódromo. Allí también nos juntábamos una buena pandilla de chavales de nuestra edad. Allí también éramos una gran familia. Mi padre era un gran aficionado a los trotones, incluso llegaba a ir a Palma para ir a ver el gran premio. Sin embargo, cuando cogió el restaurante ya no tuvo tanto tiempo para dedicarle a esta afición.

— ¿Cuál era el oficio de su padre?
— Desde que yo tengo recuerdo, mi padre se dedicó siempre a la hostelería. Su primer trabajo, cuando no era más que un niño, fue en el antiguo Casino como camarero junto a su hermano. A los dos les gustaba mucho bailar y era el lugar ideal para ambos. Más adelante echó una mano a Vicent del Costa o a Toni d’en Rey cuando pusieron en marcha sus negocios. En esos tiempos los bares de Santa Gertrudis solo abrían los fines de semana y los días que había algún difunto. Más adelante estuvo como jefe de cocina en el Barbacoa durante unos años hasta que se hizo cargo del restaurante en 1977. Restaurante que seguimos llevando hoy en día toda la familia y que está tal cual estaba entonces.

— ¿Trabajó usted en el restaurante?
— Ya lo creo. Es el único trabajo que he hecho en mi vida. Aunque fui a aprender a coser una temporada con Maria de Can Roig, no me gustó mucho y cuando mi padre cogió el restaurante empecé a trabajar detrás de la barra. Entonces no se estilaba mucho eso de que una chica estuviera tras la barra y había quien no lo veía con buenos ojos. «Ay Catalina, no sé como tienes a tu niña en el bar. ¡Se oyen tantas cosas!», le dijo una vez una señora a mi madre, que le contestó: «En un bar se oye de todo, menos el Padre Nuestro» (ríe). Jamás le volvió a decir nada (ríe). Pero en casa eso nunca hubo diferencias. Tal vez sea porque en casa éramos todo mujeres menos mi padre. Fue así hasta que nació mi hijo Xicu.

— ¿Con quién tuvo a su hijo Xicu?
— Con Pep, que entró como camarero al poco de abrir el bar y en el 81 ya nos casamos. Antes que a Xicu tuvimos a Maria José. Ahora ya tenemos a nuestras nietas Claudia y Carlota, de Xicu, y a Miquel y Marta, de Maria José. Tanto mi hijo como mi hija también siguen trabajando en el restaurante. Ya son la tercera generación.

— ¿Estuvo siempre tras la barra?
— Solo había un día en el que mi padre no nos dejaba salir de la cocina ni a mí ni a mi madre. Cuando venían a hacer las partidas al ‘munti’. Siempre podía haber alguna discusión. Se jugaba cada día en Ibiza, un día en cada pueblo y los jueves tocaba hacerlo en Santa Gertrudis. Cada jueves nos turnábamos entre los locales y alguna casa para acoger esas partidas, que eran clandestinas. Todo el pueblo se implicaba y, si pasaba la Guardia Civil, alguien avisaba a mi padre. Él tenía un interruptor que encendía una bombilla en el cuarto en el que jugaban y cuando se encendía, ni te imaginas la cantidad de gente que salía corriendo, saltando por las ventanas (ríe).

— ¿Recuerda alguna anécdota o momento especial en el restaurante?
— Sí. Por ejemplo, cuando se hacían paellas para recaudar fondos, por ejemplo, para el colegio. El colegio estaba recién inaugurado y apenas tenían material, así que el profesor, Don Miguel, organizaba comidas para poder comprar material escolar, libros para la biblioteca o para que los niños pudieran hacer deporte o en fin de curso. Toda la gente se juntaba, participaba y aportaba lo que podía para hacer una gran fiesta. Los buñuelos los hacía un matrimonio sin siquiera ‘bunyolera’, con las manos. Para las paellas siempre venía a ayudar a mi padre Toni ‘Cosmiet’. También en los convites que se hacían en el restaurante.

— ¿Mantiene Santa Gertrudis esa buena sintonía entre sus vecinos?
— Antes se hacían cosas que ahora serían impensables, como esas fiestas que organizábamos entre todos. Sin embargo sí que se mantiene el buen rollo entre los vecinos de siempre, cuando cerramos nosotros, el Costa usa nuestra terraza y viceversa, por ejemplo.