Margarita de s’Amasat en el Parque de la Paz. | Toni Planells

Margarita Cardona (Vila,1943) creció en la tienda y fábrica de ‘espardenyes’ de su padre, Can s’Amasat. Uno de esos oficios, el de ‘espardenyer’, que el tiempo ha acabado extinguiéndose y cuya dureza limitaba a los hombres. De esta manera, Margarita no dejó de aprender otros oficios que la llevaron a llevar la contabilidad de una gran empresa de finales de los años 60 antes de volver al negocio familiar hasta su jubilación.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en un piso que estaba en la calle Alfonso XII, detrás de Sa Peixeteria. Justo encima de los de Can Mayol y al lado de la familia de Berta. A los de mi casa nos llaman de Ca s’Amasat. Mi padre era Toni y mi madre Pepa (de Can Sort).

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi padre era ‘espardanyer’ y tenía la ’esparedenyaria’ al lado de la pastelería San José, muy cerca del Pereira. Allí se trabajaba bastante, mi padre tenía a unos cuantos hombres que trabajaban con él haciendo ‘espardenyes’.

—¿Dónde iba al colegio?
—Los primeros años fui a las monjas de la Consolación. Lo que pasa es que, cuando tenía seis años, al nacer mi hermana Pepita, el piso se nos quedó pequeño. Entonces, mi padre compró un piso en la Plaça de Vila, justo delante de la panadería de Planells. Cuando nos mudamos allí empecé a ir al colegio a Can Comasema, que estaba donde hoy está el Museo Puget. Allí nos daba clases doña Pepita García a prácticamente todas las niñas de Dalt Vila.

—¿Cómo era la vida en la Plaça de Vila de su infancia?
—Nos conocíamos todos y nos llevábamos como si fuéramos hermanos. Una familia. El mejor día de todo el año era Sant Joan, cuando hacíamos ‘foguerons’ y nos divertíamos como nunca. Delante del Seminario vivían mis tres tías, Margarita, Antònia y Maria, con mi abuelo Toni. Ellas cosían y siempre iba allí a aprender y a coser con ellas. También bajaba mucho a la tienda de mi padre a echar una mano despachando, y es que tenían muchísimo trabajo. Más adelante, cuando tenía unos 16 años, mi padre se compró un terreno en Casas Baratas, al lado del Norte. Allí es donde estuve viviendo con mi familia hasta que me casé con 30 años.

—¿Pudo seguir estudiando?
—Después de aprender a coser con mis tías, fui a Artes y Oficios para aprender Corte y Confección. Aunque ya se me ha olvidado, también fui a aprender francés con Vicente Medina, inglés con un joven valenciano y, además, también aprendí contabilidad. Y es que en casa tenían claro que tenía que estudiar.

—¿Pudo desarrollar alguno de sus conocimientos laboralmente?
—Sí, claro. Como había aprendido contabilidad, estuve trabajando en las oficinas de Miguel Bosca. Una empresa distribuidora de vinos, cafés, aceites… Allí conocí a Pepe mi flamante marido (ríe). Él trabajaba en el departamento de ventas y siempre estábamos discutiendo por una cosa u otra (ríe). Al cabo de un tiempo, en el 71, nos fuimos haciendo ‘más amigos’ hasta que nos acabamos casando en 1974. ¡El año que viene celebramos las bodas de oro y nos seguimos queriendo muchísimo! Dos años después de casarnos tuvimos a nuestra hija Mónica y, en el 81, a Jose Antonio, que es el padre de un ‘ratolí molt polit’ que se llama Lucas y que es mi nieto. ¡Mira que guapo! (no puede resistirse a sacar la cartera para mostrar las fotos que guarda allí de su nieto).

—¿Salía mucho a bailar cuando era más joven?
—No te creas. Mi padre era muy estricto con la hora y no te creas que salíamos mucho a bailar. Más adelante, cuando mi padre murió y mi madre se quedaba sola en la casa de Casas Baratas, todavía éramos más estrictas con tal de que no estuviera mi madre sola en casa por la noche. Eso sí, en cuanto nos casamos, Pepe y yo no paramos de viajar. Hemos visitado toda España y buena parte de Europa: Francia, Holanda, Inglaterra, Praga, Polonia, Portugal… Aunque nuestro lugar favorito es Italia. Hemos ido dos o tres veces.

—¿Siguió trabajando en la oficina tras casarse?
—No, la oficina ya la había dejado antes de empezar a ‘festetjar’ con Pepe. La dejé un par de años antes de que muriera mi padre, en 1970, para trabajar en su tienda junto a mi hermana. Estuve trabajando allí hasta el momento de jubilarme, en 2005, cuando la cerramos.

—Supongo que viviría un gran cambio en el negocio de la zapatería.
—Así es. Antes de que faltara mi padre ya apenas había gente que trabajara haciendo ‘espardenyes’ y ya se empezaban a pedir desde fuera. Las mandaban de Palma, de Valencia o de Alicante, por ejemplo. Todo el material que teníamos en el taller de mi padre, las hormas, las cubiertas y todos los instrumentos y herramientas, lo donamos al museo d Es Molí d’en Simó, en Sant Antoni.

—¿Sigue haciendo ‘espardenyes’?
—¡No!, ¡ya no!, ¡para nada! (ríe). No te creas que las hiciera yo. Lo que hacía yo eran los cortes y ayudar en la tienda. El trabajo de hacerlas era de hombres. Ten en cuenta que se hacían con la suela de las ruedas de los camiones y lona o ‘serratje’ (ante de piel), no de esparto. Era calzado para trabajar en el campo y tenía que ser lo más resistente posible. Para coser eso había que hacerlo con unas ‘alenes’ y unos ‘puntxons’ que no veas. Bueno, para verlas, vete a verlas al museo. Además, ahora en Santa Eulària también lo puedes ver en la muestra que han organizado en el museo etnológico, al lado de la Iglesia de Es Puig de Missa.

—¿De verdad nunca ha hecho ‘espardenyes’?
—De estas de suela de camión ya te digo que no. Las únicas que he hecho son de esparto y se las hice a mi hijo, porque bailó en la colla de Sa Bodega de los seis a los 27 años. También le llegué a coser la ropa y el ‘capell’, pero yo ya me he ‘jubilado’ y ¡ya no hago nada!