Pepe Borrell ante el piso en el que nació, en Vara de Rey. | Toni Planells

Pepe Borell (Vara de Rey, 1938) pudo dedicar su vida a la aviación. Un oficio con el que soñaba desde su infancia.

—¿Dónde nació usted?
—En Vara de Rey, en el primer piso del número 18. Mis padres, Juan y Antonia, eran catalanes y llegaron a Ibiza en el año 30, cuando abrieron la Caja de Pensiones y les destinaron aquí. Cuando nací mi padre ya me abrió una cuenta de la que sigo manteniendo el mismo número.

—Su madre, ¿también trabajaba para la caja?
—Así es. Ella controlaba la parte médica y social de la caja. Era una especie de Seguridad Social (entonces no había) que tenía la caja. Desde allí se gestionaban ayudas a la agricultura o a la vejez a través de un instituto que, cuando mandaban los de izquierdas se llamaba ‘Instituto de la Mujer que trabaja’ y, cuando mandaban los de derechas, se llamaba ‘Instituto de la Santa Madrona’. En aquella época no había más que tres o cuatro médicos en Ibiza: Villangómez, ‘es metge Pepet’, Pujolet y pocos más. Además, no había ni hospital, lo único que había era una casa asquerosa en Dalt Vila en la que estaban Cornejo, Toni ‘de ses caderneres’, Margarita ‘d’es gats’, Margarita ‘de s’aigua’ y que no era más que un asilo de viejos. De hospital, nada.

—¿Era como un seguro privado?
—Algo así. Por muy poco dinero, a lo mejor era un duro cada no sé cuantos siglos, podías disponer de médico ‘gratis’. Ella se encargaba de coordinar la oficina y el dispensario. Ella trabajaba allí cuando bombardearon el Deutschland. Hay un libro que cuenta que se los llevaron al hospital, pero no fue así. Ya te digo que ni siquiera había hospital. La Cruz Roja estaba muy cerca de Vara de Rey y mi madre, que era la jefa de todo esto, organizó junto a Fornes (el médico que estaba allí) una especie de hospital de campaña donde atienderon a todos los que pudieron. Al cabo de un tiempo mi madre recibió una carta de agradecimiento con una foto de todos los oficiales firmada por todos ellos. Ella consideró que el regalo era para toda la Cruz Roja y llevó allí la foto. Creo que se perdió en algún momento del traslado, al menos, yo nunca más llegué a saber de esa foto que, para mí, es un recuerdo muy importante.

—¿Iba al colegio?
—Sí, con Sor Lucía a las monjas cuando era pequeño y después con Don Joan d’es Sereno antes de pasar al instituto. Allí tenía un buen amigo, Antonio Clapés, que, antes de alquilarse una habitación detrás de ‘Sa Peixeteria’, venía caminando desde Cala Llonga.

—¿Siguió estudiando tras el instituto?
—Desde bien pequeño siempre me apasionaron los aviones y quise ser piloto, aunque no sabía cómo hacerlo. De niño a lo mejor me enteraba de que iba a venir un ‘Dragón rápido’ y me iba corriendo con la bicicleta de mi hermano Jaume hasta el aeródromo, que ni siquiera era aeropuerto todavía. Eso no era más que una explanada de tierra. Al final logré averiguar cómo se hacía para poder llegar a ser piloto y, con 17 años, me presenté en San Javier, Murcia, para hacer el examen de acceso. Lo suspendí y al año siguiente entré en una academia para prepararme en Santiago de la Ribera.

—¿Logró entrar en el ejército para hacerse piloto?
—Así es. Entré en la academia del Aire y fueron unos años muy buenos. De hecho coincidí allí unos meses con Juan Carlos I, con el que llegué a jugar una partida de cartas.

—¿Llegó a ser piloto del ejército?
—Sí. Llegué a capitán antes de que Fraga, en plena expansión del turismo, reclamara 300 pilotos del ejército para convertirlos en pilotos comerciales. En ese momento me pedí seis meses de excedencia para probar en Aviaco. Tras esos seis meses llegaron otros seis y me acabé yendo del ejército para ejercer como piloto comercial el resto de mi carrera. Al principio a mi mujer no le hacía mucha gracia el cambio de militar a comercial. Se pensaba que apenas estaría en casa. Sin embargo, donde ganaba 6.000 pesetas pasé a ganar 19.000. Además, acabé estando más tiempo en casa trabajando como piloto comercial.

—Entiendo que se casó durante su etapa militar.
—Así es, cuando era teniente, en 1963, me casé con Gloria Botella, hija del fundador de la autoescuela y de Trini de Figueroa, una escritora muy reconocida en aquella época que murió en el fatídico accidente de Ses Roques Altes en 1972. Gloria y yo tuvimos cinco hijos que me han dado 18 nietos. Etuvimos casados 47 años, hasta que le dio por morirse.

—¿Estuvo muchos años como piloto?
—Estuve, entre Aviaco e Iberia, hasta que tuve que dejar de pilotar, por normativa, a los 60 años. En total, tengo 25.000 horas de vuelo y he pilotado diez tipos distintos de aviones comerciales y otros diez militares. Empecé con un Bucker del ejército y acabé con un ‘Jumbo’ de Iberia. El último vuelo fue de Miami a Madrid en un 747. Se me llenó la cabina de familiares y amigos, llegando a Getafe nos cayó un rayo (ríe), pero no pasó nada. Al aterrizar, ya no volví a volar más.

—Supongo que tendrá mil anécdotas.
—La verdad es que me llegué a hartar de cruzar el Atlántico por la noche, para ir siempre era de día, para volver, siempre de noche. Sin embargo, reconozco que era bonito. Hay una curiosidad que se me viene a la cabeza. Se trata de un Dc-9 al que bautizaron como ‘Ciudad de Ibiza’. Cuando retiraron los DC-9 de España, se llevaron unos cuantos a Miami, donde Iberia tenía un ‘hub’ y llevaban a los pasajeros que traíamos en el Jumbo hasta otros destinos de América. Entre ellos se llevaron el ‘Ciudad de Ibiza’ . Es decir, el ‘Ciudad de Ibiza’ estuvo años volando por los cielos de América.