Carolina de Can Afro en la joyería que regenta junto a su hermano. | Toni Planells

Carolina Bonet (Vila, 1961) ha crecido vinculada a la tienda que todavía sigue regentando junto a su hermano, Francisco José, tres generaciones después de que su abuelo la fundara. Se trata de Casa Afro, una joyería y relojería que nació como selleteria de manos de su abuelo. Sin embargo, joyería aparte, una de las pasiones que han movido a Carolina desde hace 40 años es el folclore ibicenco con el que ha vivido grandes momentos de la mano de la Colla de Sant Jordi.

—¿Dónde nació usted?
—Yo nací en la clínica de Alcántara, aunque mi hermano mayor, pese a que nos llevamos poco tiempo, nació en casa. Se llama Francisco José, pero como cuando era pequeña no sabía pronunciar su nombre le llamaba Tito, que es el nombre con el que le conoce todo el mundo desde entonces. Mi madre, aunque se llamaba Catalaina, todos la conocían como Adelina de Can Casetes. Mi padre, Afrodisio, era de Can Coll pero todos le conocían por Cas Selleter, por el oficio de guarnicionero de su padre.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Como he comentado, mi madre era de Can Casetes. Sus padres, Pepito Casetes e Isabel Groc, tenían una tienda de tejidos en la que ella trabajó desde que era muy jovencita y hasta un tiempo después de haberse casado. Mi abuelo paterno, Paco, era selleter [guarnicionero]. Mi padre trabajó con él junto a sus dos hermanos (las mujeres ‘no servían’ para ese trabajo) hasta que estos se fueron casando y montando sus propios negocios. Uno montó la librería Bonet y el otro montó un negocio de maquinaria industrial. Mi padre se quedó con la tienda junto a mi abuelo.

—¿Siguió su padre con el oficio de ‘selleter’?
—No. Con la llegada de los años 60 y el turismo, convirtieron la tienda en un ‘souvenir’. Eso sí, en un rincón de la tienda mi abuelo conservaba el taller donde seguía trabajando el cuero, haciendo cinturones y esas cosas. Un hermano de mi abuelo, el tío Salvador, que vivía en Barcelona, donde tenía una relojería y joyería, convenció y ayudó a mi padre para que montara el mismo negocio en nuestro local. De esta manera, empezando por la relojería, poco a poco, la tienda se acabó convirtiendo también en la joyería que todavía lleva su nombre: Afro. Esa época fue en la que mi madre se puso a trabajar también en la tienda.

—Llama la atención el nombre de su padre: Afrodisio.
—Es que mi abuelo tenía la manía de poner el nombre del santo del día de su nacimiento a sus hijos. Mi padre era el pequeño, sus hermanas se llamaban Marcela y Aquila y mis tíos Vicente Héctor y José María (no sabría decirte si este último nacería el día de Santa María o San José).

¿Se hicieron joyeros?
—No. Desde el principio nos dedicamos a las joyas payesas, pero nunca las fabricamos nosotros. Las encargábamos a un fabricante cordobés, Almufer, que se dedicaba a fabricar joyería ibicenca. Sin embargo, mi madre era una mujer muy creativa y encargaba joyas ibicencas muy originales. Todavía conservo unos pendientes largos de tres botones de payesa que tienen más de 50 años y que ahora los puedes ver por ahí como si fueran el último grito.

—¿Creció usted en la joyería?
—No lo diría así. Nos íbamos pasando, pero nos pasábamos aquí todo el tiempo. ¡Solo faltaban los niños por aquí en medio! [ríe] Yo iba al colegio, primero a las de San Vicente y, después, a las monjas de la Consolación. Al terminar la EGB fue cuando empecé a ir a echar una mano y a aprender a la tienda a la vez que iba a una academia Cos a aprender contabilidad, inglés, mecanografía y esas cosas. Al cabo de unos años fui a Mallorca a aprender Gemología junto a Elisa Pomar. Íbamos cada 15 días para dar clases intensivas durante dos o tres días para después volver a casa. Así durante dos años.

—¿Cultivó alguna afición?
—Desde jovencita siempre me gustó el baile. Nada más abrir Capricorn me apunté a clases con Sandy y aprendí todo tipo de bailes, hasta flamenco. Sin embargo, mi gran afición surgió hace 40 años, cuando Pepita Casals, mi amiga desde el colegio, me propuso que me apuntara a bailar payés con ella en la Colla de Sant Jordi, cuando todavía no había ninguna colla en Vila. Me enseñó sa curta y sa llarg’ sobre un papel en 10 minutos y nos fuimos a Sant Jordi. Aún siendo de Vila me acogieron muy bien y acabé siendo la primera gonella de Sant Jordi. Fui la primera con un traje de gonella negre (el más antiguo) con emprendada de plata y coral.

—¿Era un vestido antiguo de su casa?
—No. En casa somos todos vileros y no teníamos vestidos de payesa. El vestido más antiguo que conservamos de la familia es de mi bisabuela y es un vestido de señora victoriano, con su corpiño y todo. Un año, por carnaval nos hicimos uno igual para las tres amigas. Mi abuela tenía la tienda de tejidos, no nos faltaban las mejores telas para llevárselas a las modistas, Maria Prats, de Sant Jordi, o María, de Jesús, para que nos hicieran los vestidos. Mi abuela estuvo muy orgullosa de que me pusiera a bailar payés y empezó a moverse para buscar mocadors o mantones antiguos.

—Habrá vivido buenos momentos con la colla de ‘ball pagés’.
—Así es. Uno de los mejores fue en el 87, cuando fuimos al Festival Mundial de Folclore en Palma. Fuimos un grupo pequeño y otro grupo grande. El pequeño ganó el primer premio y el grande quedamos los segundos entre más de 100 grupos. Fue muy bonito. Otro momento muy bonito fue en el 20 aniversario de la moda Adlib. Smilja nos llevó a Madrid a Beatriz Marí y a mí para ir a la televisión. Por la mañana al programa de la recién desaparecida Maria Teresa Campos y, por la tarde, al 1,2, 3… con Chicho Ibáñez Serrador. Allí se hacía un desfile de moda con modelos de los últimos 20 años de la moda Adlib que encabezábamos Beatriz y yo vestidas de payesas. Ella iba de gonella negre con la emprendida de plata y coral y yo iba de gonella blanca. Pretendían que fuéramos las dos solas pero reclamé que necesitábamos alguien que nos ayudara a vestirnos y a ayudarnos. Ir solas por ahí con los vestidos y las emprendidas nos intranquilizaba un poco. Además necesitábamos ayuda para ponerlos toda la ropa, ¡que se tarda una hora en vestirse! Así que nos acabaron acompañando nuestros maridos.

—No me ha llegado a hablar de su familia, ¿tiene hijos?
—Sí. Me casé en el 85, aunque me separé hace unos años. Adoptamos a dos niños. A Josep, el mayor y padre de mi nieta Ciara, lo adoptamos en Santo Domingo; Jordi, el pequeño nació en Colombia.

—Su hermano y usted son la tercera generación en esta tienda, ¿continuará con la cuarta?
—No sabría qué decirle porque a mis hijos no les veo muy por la labor y la hija de mi hermano es todavía joven y tiene que estudiar y hacer carrera.