Alfonso ‘de Sa Bodega’ tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Alfonso Riera (La Marina, 1952) es uno de los niños que tuvieron el privilegio de crecer en La Marina de los años 50 y 60. Viviendo en primera persona desde el privilegiado palco que suponía el negocio familiar, la bodega El Puerto, fue testigo de la revolución que supuso la llegada de los primeros visitantes, tanto para Ibiza como para su propia biografía.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en La Marina, al lado de Vara de Rey, justo delante de lo que era la Banca Matutes. En la que antiguamente se llamaba calle Olófaga. Yo era el tercero de los cuatro hijos que tuvieron mis padres, Toni y Celia.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi padre era de la familia de Can Coves, sin embargo, nadie le conoció nunca por ese nombre. Él era ‘Toni de Bodegas El Puerto’. Cuando era muy joven bajó a Vila, donde fue maestro de obras del Ayuntamiento y, al estallar La Guerra, le reclutaron los nacionales para llevárselo a primera línea del frente. Se convirtió en un militar destacado, le conocían como ‘el ibicenco’, salvó muchas vidas y le llegaron a condecorar. De hecho, quisieron encarrilarle para que hiciera la carrera militar y lo tuvieron en el ejército hasta tres años después de que terminara La Guerra. Aunque por alguna razón lo había perdido todo en Ibiza, decidió que prefería volver aquí a montar su propio negocio. Así que convenció a mi madre, a la que conoció durante esos años en León y pertenecía a una familia bien posicionada que tenía allí minas de carbón y ganado, para venir a empezar de cero en Ibiza. Mi madre lo dejó todo allí para venirse con mi padre, que no tenía nada, a Ibiza. La integridad de las personas de aquel tiempo no tiene nada que ver con la de hoy en día.

—¿Qué hicieron sus padres al volver a Ibiza?
—Llegaron a Ibiza en 1941 y un año más tarde abrieron Bodegas El Puerto al lado del colmado de mi abuela, ‘Colmado La Payesa’. Recuerdo que tenía un mural en la fachada con una payesa en el mercado, sería el único mural en toda la isla. Estaba en lo entonces era el centro neurálgico de la ciudad: en primera línea del Puerto, al lado de lo que ahora es Los Valencianos. Era el primer lugar que te encontrabas al desembarcar en el que podías beber y claro, pasaba todo el mundo, incluso grandes personalidades como Rainero y Grace Kelly, reyes o presidentes de los EE.UU.

—¿Creció usted entre el colmado y la bodega?
—Crecí en La Marina, comiendo patatas y legumbre hervidas cada día, excepto los domingos, que nos permitíamos comer pollo. Jugando a ‘cames rojes’ o a fútbol con los demás chavales del barrio y rompiendo algún cristal de la bodega, haciendo alguna gamberrada, vacilando a ‘Margalida i Mistu’ (los dos policías del barrio, uno bajito y gordo y el otro larguirucho), rompiendo alguna bombilla de las farolas delante de ellos para salir después corriendo. Pero sobre todo enfrentándonos entre los distintos ‘terrirotios’. Con los que más, con los de Dalt Vila, a quienes llamábamos ‘mossons’, que eran más señoritos (excepto los del Portal Nou, que eran todavía más humildes que los de La Marina). Los del Ensanche, gente bien de Vara de Rey, se juntaban con unos o con otros según les conviniera. Los de La Marina éramos los ‘banyeculs’ y éramos unos auténticos salvajes. La Marina era un territorio inexpugnable. En una ocasión bajaron 20 o 30 ‘mussons’ armados con ‘macs’ (piedras), ‘garrots’, tirachinas e incluso escudos. Vinieron por detrás para pillarnos desprevenidos en el obelisco, que era nuestro centro. Entre los 10 o 12 que éramos les hicimos retroceder hasta el Polvorín, ¡y no seguimos más por miedo a que no acabara ninguno cayendo por las murallas! Los grupos de Sa Penya y Sa Riba éramos verdaderamente temibles. Sobre todo, los que eran un poco mayores que nosotros, con esos no se atrevían ni los de la Guardia Portuaria.

—Guarda un buen recuerdo de esa época
—Así es. Todavía siento la necesidad de ir a La Marina a pasear y rememorar aquellos tiempos. Era como un mundo de aventuras entre el Puerto, las murallas, las Feixes… Nadábamos desde el Muro hasta Talamanca, pasando por delante de los correos. Cogíamos la barca de Talamanca y, al acercarse al Muro, cuando Benjamín nos venía a cobrar, nos tirábamos al mar. Era un torrente continuo de adrenalina. Aunque yo era bastante esmirriado, era todo un nervio. Ganaba todas las carreras, cucañas, carreras de sacos… En una ocasión vinieron a rodar una película con José Isbert y Manolo Morán. Necesitaban un chico de mi edad y, entre todos los amigos decidieron que tenía que ser yo. Salí en dos escenas, una delante del banco y otra en la calle Mayor. ¡Lo único que me faltaba para darme protagonista! (ríe).

—¿Fue al colegio?
—Sí, claro. Primero a Ca na Cameta y, después, a la monjas antes de ir a Sa Graduada. Después había que hacer la preparatoria en Dalt Vila con el mítico Don Joan antes de ir al instituto a Santa Maria. El circuito habitual, vamos. Físicamente siempre se me dieron bien los deportes, era determinante a la hora de ganar los Juegos Olímpicos Infantiles que se organizaban. Siempre fui tuve el nervio y la determinación que heredé de mi padre, solo que yo era más agresivo. Para canalizar toda esa agresividad, a los 16 años, me apunté con Marcel cuando abrió el primer centro de Artes Marciales de la isla. Ahora, 55 años después, soy maestro de Artes Marciales en tres especialidades diferentes, he podido entablar amistad con el maestro Taiji Kase e incluso llegué a desarrollar un método de entrenamiento que reflejé en dos volúmenes: ‘Karate Kata - Forma Evolutiva’. Lo estuve desarrollando de manera compulsiva durante dos años. Durante años tuve un gimnasio en Ibiza, el ‘Budoka’ junto a Fernando.

—¿Basó su vida en las Artes Marciales?
—No exclusivamente. Tras el instituto, me fui a estudiar Económicas, entonces se llamaba Comercio, a Valencia. Eran finales de los 60, unos tiempos en los que la calle empezaba a levantarse y había mucha represión. Tuve que correr delante de lo grises en varias ocasiones. Iban a caballo con unas porras de plomo de un metro, ¡imagínate si te enganchaban! Yo era tan chulo que les vacilaba rememorando a ‘Mistu y Margalida’ (ríe). Corría tanto que no me pillaron nunca.

—¿Qué hizo al llegar a Ibiza?
—Me dediqué a la Bodega, que ya había progresado y ya estaba en la Avenida España. Tuvimos la primera embotelladora de la isla, mi padre y mi tío Mariano la montaron en el barrio de Can Negre, que crearon ellos mismos. Empresarialmente fue una explosión y yo estuve trabajando como comercial en el negocio durante 30 años, hasta que me retiré. También casé a los 30 años y tuve a mis hijos, Alex y Diana, que está a punto de hacerme abuelo. Sin embargo, al llegar a Ibiza, decidí que quería viajar. Crecí rodeado de turistas extranjeros y hippies y siempre tuve inquietud por conocer mundo. Con solo seis años ya les pedí que me apuntaran a Inglés con un profesor que se llamaba Joan. Así que con 20 años me dediqué a viajar, cómo no, a la cuna de los hippies a San Francisco. Y es que conocí a Xavier Cugat cuando vino a abrir el Casino a Ibiza. Como buen palanquero de la época, me acabé ligando a una de sus vedettes principales. Una mulata preciosa con la que estuve todo el verano y me lo acabó presentando. Nos hicimos amigos y me acabó ofreciendo ir con él a San Francisco. Me dijo que me encontraría cualquier trabajo que yo quisiera y le hablé de que me gustaría probar en el mundo del cine. Me metió en los estudios Universal a hacer un curso de Arte Dramático. Pero solo aguanté un par de meses, yo quería ir directamente a hacer el ‘Robert Deniro’ (ríe). Entonces tiré más a Europa, entonces ‘la Meca’ era Londres, donde estuve yendo cada dos por tres.

—¿Qué hizo al retirarse?
—Tras tantos años trabajando con la práctica totalidad de los comercios de Ibiza, vendíamos hasta el vino a las iglesias, me interesé por la historia de los comercios pioneros de Ibiza y oficios desaparecidos. Los comercios son las semillas de cualquier sociedad. De la misma manera que me pasó con el libro de Artes Marciales, tuve otra época compulsiva y preparé un libro con entrevistas a quienes habían sido mis clientes de toda la vida: ‘Comercios Pioneros de Ibiza’, editado por Balàfia en 2017. Se vendieron todos. Ahora estoy a punto de sacar dos más uno de ellos es ‘Comercios históricos vivos de Baleares’ y ‘Las empresas más antiguas de España’.

—¿Dónde nació usted?
—El mérito no es mío. Es de mis padres, que me dieron la educación y me inculcaron los valores necesarios. Ellos y su generación fueron los que vivieron las penalidades de las que hoy recogemos nosotros sus frutos.