María Torres nació en Sant Mateu en 1944 | Toni Planells

Maria Torres (Sant Mateu,1944) nació en una familia numerosa en unos años difíciles para familias humildes como las suya. De esta manera, la edad no era un problema a la hora de trabajar, así que, con solo seis años, María ya comenzaría a trabajar para una familia como pastora de ovejas.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Sant Mateu, en Cas Puig Verd, que era la casa de mi madre, Maria. Mi padre era de Sant Miquel, de Cas Pujolet. Yo era la tercera de nueve hermanos, y es que entonces no había televisión (ríe).

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi padre era pescador, pescaba por su cuenta. Mi madre, con tantos hijos, ¿qué quieres que hiciera?. Sin embargo sacaba tiempo para ir a ‘enblanquinar’ casas, ‘emblanquinar’ sombreros y zapatillas o hacer ‘espardenyes’.

—Por lo que dice, era una familia humilde.
—Así es, todo lo que hacían, tanto los trabajos de mi madre como el pescado que pescaba mi padre, no lo cobraban con dinero, sino con comida. Éramos muchos hermanos y, cuando cumplí cinco años me ofrecieron ir con una familia a cuidar de las ovejas. En aquella época no había edad para empezar a trabajar, hoy en día sería inconcebible. Sin embargo, me fui a esa casa a ayudarles con las ovejas y demás. Estaba en una casa no muy lejos de la nuestra y de camino a la tienda del pueblo. Cada vez que mi padre iba a la tienda aprovechaba para venir a verme. Al parecer, yo no iba muy aseada y mi padre me mandó decirle a María, la dueña de la casa, que me duchara. Bueno, entonces no sabíamos qué era una ducha, pero sí que nos limpiábamos en un ‘librell’, una ‘tina’ y con una esponja. Como María no hacía ningún caso y yo seguía igual de descuidada y sucia, mi padre se hartó, me agarró y me llevó a casa. Al llegar, mi madre me estaba esperando con un gran fuego en la cocina payesa, o con una ‘tina’ preparada con agua caliente.

—¿Se quedó entonces en casa?
—Durante un tiempo. Hasta que un año más tarde Vicent ‘March’ de los ‘Plaroig’, un señor de Sant Miquel me volvió a ofrecer lo mismo. En casa éramos demasiados niños y acabé por aceptar. Eran muy buena gente y estuve allí muy bien durante cinco años con Vicent y su mujer. Aunque allí tenían sus ‘detalles’ a la hora de los castigos, uno la oreja, otro el cabello, no me puedo quejar: me llevaban siempre limpia y me trataban más o menos bien. Sin embargo, con 11 años ya me cansé de tanta oveja tanta historia y me marché con los de casa. Un día que fui de visita a ver a mis padres, ya no volví más.

—Me está hablando de cuando era una niña, ¿no iba al colegio?
—No. No había ido nunca al colegio hasta que volví a Sant Miquel. La escuela estaba a unos cuatro kilómetros de casa, pero si iba por la mañana no podía ir por la tarde. Nos turnábamos entre los hermanos. Y es que en casa también teníamos unas ovejas que había que cuidar y, mientras unos hermanos estaban en el colegio, los otros tenían que ayudar en casa. Estuve yendo a la escuela un par de años hasta que empezaron a ofrecerme cuidar de niños pequeños. No sé si tendría 12 o 13 años cuando me fui a cuidar de los hijos de una pareja de un policía secreta y una maestra que nunca ejerció. Entré cuando tenían dos y salí cuando tenían seis. Todo ese tiempo estuve en Vila.

—¿Qué hizo al dejar de trabajar con esa familia?
—¿Que iba a hacer?: lo que hacía todo el mundo. Irme a un hotel en el que me metió mi hermano a trabajar limpiando habitaciones. El primero fue la Pensión March, en Sant Antoni, pero estuve en muchos más, el Palmyra, por ejemplo. También pasé por distintos restaurantes limpiando los salones. Ese fue el trabajo que hice durante la mayoría de los años, aunque los últimos nueve años los dediqué a cuidar de ancianitas, así me fastidié la espalda, y me jubilé llevando el club de la tercera edad de Sant Jordi. Ya no cuidé más de ovejas de otros niños que no fueran los míos.

—¿Tuvo muchos hijos?
—Tuve seis (María hace una larga pausa y se le humedecen los ojos), aunque me falta uno desde hace unos años. Ahora tengo nueve nietos y 10 biznietos. De su padre prefiero no hablar demasiado. No me levantó nunca la mano, pero a veces duelen más las palabras que las palizas. Ahora soy feliz, hago lo que me dicen mis hijos: lo que me da la gana, cuando me da la gana, voy donde quiero cuando me apetece y no doy ninguna explicación a nadie. Vivo con mi hijo pequeño, Daniel, y mi nuera Elvia y los tres estamos la mar de bien.