Juan Partida en el Parque de la Paz tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Juan Partida (Puebla de Cazalla, Sevilla, 1924) está a las puertas de cumplir un siglo de vida. Una vida que comenzó en la Andalucía de principios del siglo XX, y que lleva más de 60 años establecida en una Ibiza que acogió a Juan con los brazos abiertos.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en la Puebla de Cazalla, en una familia pobre y muy trabajadora, hace ya casi 100 años. Yo era el segundo de los nueve hijos que tuvieron José y Francisca, mis padres.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Al campo, que era lo único que se podía hacer entonces. En casa teníamos un poco de terreno del que cuidábamos, pero también nos íbamos a los cortijos a recoger aceitunas o lo que fuera que tocara hacer. Con siete años yo ya trabajaba, recogiendo aceitunas o sembrando, con 12 ya segaba como uno más. Fue con esa misma edad cuando dejé de ir al colegio para ponerme a trabajar todo el tiempo.

—Haciendo cuentas, cuando usted tenía 12 años era 1936, cuando empezó La Guerra, ¿guarda algún recuerdo de esa época?
—Claro, con esa edad ya tienes memoria. Mi familia era muy numerosa, entre tíos y primos podríamos ser más de cien, y os puedo asegurar que ninguno tuvo ningún problema. Ninguno de ellos estaba metido en política, vivíamos en el campo y no nos pasó nada. De toda mi familia solo murió un primo mío, al que La Guerra le pilló haciendo la mili en Atocha de las perdices, en Madrid, y allí le mataron. Él y mi tío, que acabó siendo mi suegro, fueron los únicos que participaron en La Guerra. Sin embargo, nosotros no llegamos a ver nunca nada. Vivíamos a unos 13 o 14 kilómetros del pueblo y allí no llegaba nada. La Guerra pasó de largo.

—Los años de la postguerra, ¿fueron muy difíciles en su pueblo?
—No especialmente. Como vivíamos en el campo nunca llegamos a pasar hambre. Podíamos cultivar todo lo que necesitáramos, teníamos animales para hacer las matanzas y no nos faltaba de nada. En todo el pueblo era más o menos igual, la gente del campo no llegó a pasar hambre.

—¿Trabajó siempre en sus tierras?
—Trabajaba allí siempre, sí. Pero más adelante, cuando ya estaba casado, estuve varias temporadas yendo a Francia como temporero. Allí se ganaba mucho dinero, íbamos a trabajar 90 días y ganábamos 90.000 pesetas. Íbamos toda una cuadrilla hasta Madrid en el tren, de allí íbamos a Irún para marchar hasta París. De allí yo me iba a Chateau o a Lyon para arrancar remolacha. Se ganaba mucho dinero, sí, pero también se trabajaba muchísimo. Cada uno de nosotros teníamos que abarcar nueve hectáreas. Estuve yendo y viniendo de Francia durante cuatro años.

—Nos ha contado que se casó, ¿con quién?
—Me casé con Remedios cuando tenía 24 años. Nos conocíamos desde niños, nos criamos juntos y nos acabamos casando. Y es que éramos primos, casarse entre primos era algo habitual en los pueblos. Tuvimos cuatro hijos: Pepe, Remedios, Carmen e Irene. Ahora ya tengo cuatro nietas, de hecho, una de ellas, Lorena, está ahora en la academia militar con la princesa.

—¿Por qué dejó de ir a Francia?
—Porque hubo un año en el que no me mandaron la carta. Vi que habían reclamado a un amigo y a mí no, así que, como me falló Francia, me vine a Ibiza. Estuve aquí seis meses antes de volver a hacer la última temporada a Francia. Eso sí, cuando terminé la temporada allí, volví a Ibiza. Eran los principios de los años 60 o finales de los 50 y en Ibiza no había nada. La ciudad no llegaba más allá de la avenida España y la calle Aragón, que eran de tierra y por donde no pasaban ni coches. La gente en Ibiza me trató siempre muy bien. Es verdad que al principio te miraban un poco raro, pero los ibicencos siempre se portaron muy bien conmigo. Ibiza ha cambiado mucho y yo pienso que para bien. Cuando llegué no había nada y ahora es toda una capital: Ibiza se lo merece.

—¿A qué se dedicó en Ibiza?
—Al principio me fui a trabajar a s’Argamasa, en Santa Eulària, haciendo las carreteras. No tardé mucho en comprar un piso en la avenida España, donde sigo viviendo, y traerme a la familia. En Ibiza se ganaba mucho dinero, más que en Francia. Trabajé siempre por mi cuenta en distintos lugares, desde la Telefónica llevando las cabinas o haciendo el martillo del Puerto, hasta en hoteles como jardinero. Donde más tiempo estuve fue en las pistas de tenis de al lado del Mercat Nou, llevando el mantenimiento. Allí estuve 36 años, hasta que me jubilé, pero a la vez trabajaba en el hotel Fénix llevando sus jardines. He trabajado mucho y pienso que me lo he ganado, pero no puedo decir que la vida me haya tratado mal.