Blas Torres tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Blas Torres (Melilla, 1954) llegó a Ibiza durante los primeros años 80 como instalador de todo tipo de suelos. Un oficio que, quien le conoce bien no duda en afirmar que es uno de los mejores de su gremio.

¿Dónde nació usted?
—Nací en Melilla. Mi familia era de allí. Mi padre, Blas, era pintor y mi madre, Josefina, era modista. Yo fui el mayor de sus hijos, Rosario y Josefina son mis hermanas pequeñas.

—¿Creció en Melilla?
—Sí, allí pasé mi infancia entre moros y legionarios hasta que cumplí 10 o 12 años. Vivíamos en el barrio de la Reina Cristina y allí nos criábamos en la calle. Al llegar del colegio, merendábamos y salíamos enseguida a jugar a la calle. Allí todo el mundo se conocía, no había ningún peligro y se vivía muy bien. Sin embargo, llegó un momento en el que tocó emigrar a Barcelona para que la familia pudiera prosperar.

—De Melilla a Barcelona, ¿fue un cambio duro para usted?
—Melilla es una ciudad muy pequeña, no tendrá más de 12 kilómetros cuadrados. Sin embargo, siempre se emigra donde hay otros emigrantes y siempre te encuentras a gente de tu ciudad y eso te ayuda a acoplarte mejor. No tuvimos ningún problema a la hora de adaptarnos. Fui al colegio, pero tampoco es que los estudios fueran lo mío y, al terminar los estudios primarios, a los 14 años, ya me puse a trabajar.

—¿Dónde empezó a trabajar?
—Empecé como aprendiz en una empresa de instalación de suelos, pavimentos y moquetas que se llamaba Poli Ruber. Así aprendí el oficio de instalador poco a poco, como se hacía antes. Al principio te ocupas de llevar los bocadillos del desayuno y a echar una mano en lo que hiciera falta, con el tiempo me iban dando tareas con más responsabilidad hasta que ya me dejaban solo. Viajábamos por toda España haciendo todo tipo de instalaciones de suelos.

—¿Estuvo mucho tiempo en esa empresa?
—Cuatro años, hasta que me tocó ir a hacer la mili a Cartagena. Cuando terminé, me involucré con un grupo de instaladores y continué con el oficio otros cuatro años más hasta que me ofrecieron venir a Ibiza a hacer unos montajes de suelo ligero. Me contrató Toni Munné, que tenía el negocio Deconfort.

—¿Qué le pareció Ibiza a su llegada?
—La verdad es que, según se hablaba de Ibiza por ahí, me esperaba encontrarme un lugar lleno de hippies. Pero en realidad no vi tantos, más allá de cuando íbamos a trabajar a San Vicente y nos parábamos a desayunar en Cana Anneta (ríe). Menos hippies, había de todo (ríe). Tengo que reconocer que me sentí muy bien acogido, cada día comíamos y cenábamos en Can Alfredo, donde tuve la oportunidad de conocer a mucha gente de aquí. Toni Munné no solo nos pagaba la comida y la cena, sino que también me acogió en su casa durante todo ese año. La verdad es que me tenía muy buena consideración y me mandaba a trabajar a casas de gente bastante importante en esa época.

—¿Se quedó en Ibiza definitivamente?
—No. Cuando vine estaba prácticamente recién casado con Luisa y mi hijo mayor, Sergio, no era más que un bebé. Yo iba y venía a Barcelona cada 15 días para verlos, pero lo que quería era traerlos a Ibiza conmigo. Así que, trabajando en el hotel Los Molinos, su director, Bonet, me pasó un contacto para conseguir un piso en Ramon Muntaner y traerme a mi familia. Pero yo estaba todo el día trabajando y Luisa se encontraba bastante sola en casa todo el día, así que volvimos a Barcelona al cabo de un tiempo.

—¿Tardó mucho en volver a Ibiza?
—No. Estuve unos seis meses trabajando en Barcelona con la misma gente que estaba antes de marcharme a Ibiza, pero Toni Munné me llamó para que hiciera unos trabajos para los que no tenía a nadie preparado para hacer. Fueron pasando los días hasta que me salió un apartamento en Figueretes, al lado del mar, así que llamé a Luisa desde la cabina que había en la plaza del Parque, se lo conté y decidimos volver a intentarlo. Desde entonces no nos movimos más de Ibiza. Aquí nacieron nuestras dos hijas, Laura y Sandra, que ahora tienen a nuestros nietos: Simón y Laura, y José, Ainoa y Sandra respectivamente. Con el tiempo pude apañármelas para conseguir un piso del IBAVI en Cas Serres, donde seguimos viviendo a día de hoy.

—¿Trabajó mucho tiempo con Munné?
—Sí, trabajé más de 30 años en Deconfort. Hasta que falleció Toni y cerró la tienda. Toni siempre se portó de maravilla conmigo, eso sí: yo también cumplía. Que a lo mejor me despertaba un domingo por la mañana para que fuera a echarle una mano con algo (ríe). Conseguí ganarme la confianza de la gente. Una vez fui a trabajar a la casa de un futbolista famoso, allí estaba Juan, ‘el Labi’, que cuando me vio me dijo que si llega a saber que si llega a saber que era yo el que iba a ir, me hubiera dado las llaves directamente. El mismo Labi me pidió que le pusiera moqueta en su barco. Fui con la furgoneta cargada de metros y metros de moqueta y, cuando llegué al barco, resultó que era tan pequeño que con un par de metros hubiera sido suficiente (ríe).

—¿Siguió con su oficio al cerrar Deconfort?
—No. Al cerrar la tienda un buen amigo, Constantino, que era el director de lo que ahora se ha convertido en Valoriza, me propuso trabajar con él en la limpieza urbana. En casa se comía y había que trabajar, aunque tuviera dos años de paro me incorporé enseguida. Trabajé allí durante ocho temporadas, empezaba a las diez de la noche y terminaba a las seis de la madrugada.

—Vería muchas cosas trabajando por las noches en ese contexto, ¿no es así?
—Ya lo creo. Pero hay muchas cosas que prefiero ni contar. Una de las personas que más me solía encontrar por la noche era a Pocholo, que siempre me contaba la misma historia sobre un olivo que hay frente al ‘Elefante Blanco’ que él decía que lo había plantado su padre. Otro personaje que me solía encontrar muy a menudo era Morales, que cuidaba de varias terrazas de la zona del Puerto y al que normalmente acababa invitando a un cafecito.

—¿Hasta cuándo trabajó en la limpieza?
—Hasta que me jubilé hace ocho años. Ahora me dedico a vivir, a llevar a mi nieto José al fútbol, que juega en la UD Ibiza.

—Ha sido testigo del cambio que ha vivido Ibiza durante más de cuatro décadas
—Antes era muy distinto. Todo el mundo se conocía y había un ambiente muy distinto al que hay ahora, que todo se mueve solo por dinero. Ha venido un montón de gente que lo ha cambiado todo. No puedes ir a ningún lado un domingo cualquiera sin que te metan un buen palo. Sin embargo, no tengo más que buenas palabras hacia Ibiza por lo bien que me acogió desde el principio.