Joan Lluc Marí tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Joan Lluc Marí (Kouba, Argelia, 1951) llegó a la Ibiza de los años 60 con 11 años tras haber pasado toda su infancia en la Argelia a la que emigraron sus padres a principios del siglo XX. Tras superar el trauma que supuso para él mudarse de la modernidad de la Argelia de esos años a la vida de campo de Sant Joan, trabajó en la hostelería viviendo los inicios de las discotecas ibicencas como camarero y Dj en el Mar Blau antes de terminar su vida laboral como representante de bebidas y alimentación.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Argelia. Mi familia, que era de Sa Cala, fue una de las primeras ‘colonizadoras’ de Argelia: mi tía María, que nació en el siglo XIX, fue la primera en emigrar allí. Detrás de ella fue yendo casi toda la familia. Mi padre, Joan de Can Jaume Morna, fue allí con 18 años, en 1918, con mi tía Eulària, que era dos años mayor que él. Mi madre, Francisca de Can Joan Serra, que también era de Sa Cala, emigró hasta allí tras casarse con mi padre en 1924. A mí me tuvieron muy mayores, 16 años después que a mi hermana Margalida. De hecho, mi madre fue al hospital pensando que tenía un tumor y resultó que lo que tenía era yo (ríe).

—¿A qué se dedicaba su familia en Argelia?
—Mi padre era ebanista. Se compró un solar en Argelia y se hizo una casa dos años después de llegar y antes de volver a Ibiza para casarse con mi madre. Aunque se libraron de pasar la Guerra Civil española, tuvieron que vivir allí las consecuencias de la II Guerra Mundial. Cuando vieron que las cosas se iban complicando en Argelia, antes de la revolución, decidieron volver a Ibiza. Por desgracia, mi padre no era una persona muy cultivada y, al volver a Ibiza se quedó sin ningún tipo de pensión. Estuvo tantos años fuera que apenas hablaba castellano. Hasta que Munné no puso la antena para poder sintonizar TV3, no entendió nada de lo que echaban por la televisión.

—¿Creció usted en Argelia?
—Así es. Allí teníamos de todo: tele, coche, w.c…. No volvimos a Ibiza hasta 1962, cuando yo tenía 11 años. Al venir a Ibiza fue todo un trauma, vivíamos en Sant Joan y aquí no había ninguna de las comodidades a las que estaba acostumbrado en Argelia. No había ni luz, ni agua corriente ni nada. Hasta para ir al baño había que salir a la ‘figuera de pic’, al lado de las gallinas. Durante la primera semana me estuve aguantando las ganas de ir al baño por miedo a que las gallinas me picotearan el culo. Creía que iba a reventar (ríe). Cinco años antes habíamos venido unos tres meses a visitar a la familia, nada más llegar fuimos a comer a la Fonda Mariner, me pusieron una ensalada que, al probarla, no pude evitar escupirla al momento por ese aceite ácido ibicenco que no tenía nada que ver con el aceite refinado que teníamos en Argelia. El segundo día comimos en Sa Cala, mi tío comía pescado e iba echando las espinas al suelo para que se las comieran los gatos. Le dije a mi madre que quería marcharme cuanto antes de ese país de salvajes. Cuando nos mudamos definitivamente y ya fui a la escuela, también fue traumático. De ir a un colegio con gimnasio, de hacer básquet, rugby… a ir a uno que ni siquiera tenía baño, ¡imagínate!

—¿Hablaba castellano o ibicenco?
—No. Lo único que sabía decir era ‘menjau, menjau’, que era lo que mi madre les decía a los conejos cuando les echaba comida y a contar hasta diez, que me enseñó mi padre en el barco de camino a Ibiza. Aprendí castellano e ibicenco en dos meses en la escuela con Don Manolo. Como yo estaba más adelantado que los demás, el maestro me ponía a ayudar a los más pequeños del pueblo, entre ellos ayudé a ‘Carraca’.

—¿Continuó estudiando?
—No. Aunque el cura, Pepe ‘Costera’, insistió mucho en que fuera a continuar con los estudios al Seminario, me negué. Yo ya trabajaba en el bar Vista Alegre a cambio de comida y lo que me sacara de propina desde que iba al colegio, y es que mi madre murió seis meses después de que llegáramos a Ibiza y había que echar una mano. Como hablaba francés e inglés, los extranjeros me solían dejar bastante propina. Así que me quedé trabajando en el bar hasta que tuve 16 o 17 años.

—¿Qué hizo entonces?
—Me fui a trabajar al Mar Blau, donde trabaja mi tía Eulària como cocinera, con Xicu del Mar Blau. Allí me daban habitación y mi tía me limpiaba la ropa: vivía como un señor. Allí trabajaba como camarero y metre en verano y, en invierno, echaba una mano con obras que iban haciendo. Más adelante, Laura la hija de Edmundo, el director, propuso hacer una gala juvenil para recaudar dinero para el viaje de estudios de la Consolación en la sala de fiestas. Ese fue el inicio de la discoteca donde, hasta entonces, se hacían conciertos de gente como el Dúo Dinámico, La Chunga o Carmen Amaya y solo ponía discos en los descansos. A partir de la fiesta de Laura, se convirtió en discoteca y yo mismo me seguí encargando de poner los discos en una cabina que se hizo a propósito. Teníamos un equipazo de música igual que el que, después, puso Pachá cuando abrió.

—Según explica, usted sería uno de los primeros djs de Ibiza.
—Probablemente. El que me enseñó a pinchar fue Lorenzo Santamaría. Las guías de Thompson nos conseguían singles de Londres. Tenía dos maletas llenas de discos, como eran de contrabando, me acabaron requisando en una inspección de la SGAE.

—Me está hablando de los tiempos de la ‘palanca’.
—Sí (ríe). El maestro de la palanca era Juanito del bar Alhambra. A diferencia de los ‘murcianos’, que entraban a las chicas sin ninguna educación, él se acercaba y, muy elegantemente, les daba las buenas noches, les preguntaba de dónde eran, las invitaba a bailar y, en un momento ya estaba ligando (ríe).

—¿Hasta cuándo estuvo en el Mar Blau?
—Hasta unos años antes de que cerrara definitivamente en 1983. Entonces yo ya trabajaba como representante de bebidas y alimentación, que es a lo que me dediqué hasta mi jubilación hace siete años. Unos años antes me casé con Joana, de la juguetería Navarro, con quién tuve a mi hija Sandra, que tiene a mis nietas Carla y María, y a mi hijo David, que tiene a la peque: Nadia.

—¿A qué se dedica en su jubilación?
—A arreglar el mundo con Juanito de Can Alfredo (ríe), a cocinar para la familia y a cuidar de mis tres nietas y de mi suegra, María. También voy mucho en bicicleta, que ha sido una de mis grandes pasiones desde que, en 1964 le compré mi primera bicicleta a Valentín por 1.500 pesetas y comencé a corres hasta el 77, cuando lo dejé por una caída. Fundé uno de los primeros clubes ciclista de Ibiza junto a Juanito de Can Imprés y de Mariano del Diario en 1970.