José María Torres ante la iglesia de Santa Cruz. | Toni Planells

José María Torres (Mallorca, 1959) ha dedicado más de tres décadas al oficio de la náutica en Ibiza, desde donde ha visto la evolución que ha sufrido este sector a lo largo de los años. Sin embargo, su vida laboral comenzó como botones en el hotel Montesol, desde donde tuvo la oportunidad de conocer a todo el crisol de personajes que se movían en la Ibiza de esa época.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Mallorca, pero mis padres eran ibicencos. Mi madre, Margalida, era de Jesús, de Can Lluís; mi padre, Xumeu, era de Can Pujolet de Benirràs. Mi padre era marinero, al principio estaba embarcado en los pailebots de Matutes o de Naviera Mallorquina que navegaban por toda la costa de la Península, incluso creo que llegó a ir a Argelia. Al final estuvo trabajando en las barcas de Formentera con el San Francisco, uno de los primeros barcos rápidos. Yo soy el penúltimo de cinco hermanos.

—Siendo su familia de Ibiza, ¿por qué nació en Mallorca?
—Porque mi madre se había ido a Mallorca a trabajar y buscarse la vida. Allí fue donde conoció a mi padre y donde nacimos sus cuatro primeros hijos. El más pequeño, Ángel, ya nació en Ibiza.

—¿Vivió mucho tiempo en Mallorca?
—No. Nos mudamos a Ibiza cuando yo solo tenía tres años. Fuimos a vivir a la casa payesa de nuestra familia en Jesús, Can Lluís, un par de años antes de irnos a Vila. En Jesús nos juntamos los hermanos con los primos (entre todos éramos más de una docena) y siempre estábamos jugando en la era, subiéndonos a los algarrobos y molestando a los viejos. Los de Can Lluís éramos un poco tremendos, no parábamos, poníamos motes a los demás, molestábamos a los pocos coches que había entonces en Jesús poniendo piedras en medio del camino para que el chófer tuviera que bajar para quitarlas. Por cierto, uno de los primeros SEAT 600 de Jesús fue el que se compró mi tía Pepa, que vivía en casa con nosotros. Como mi padre estaba siempre fuera navegando, Pepa era una especie de ‘tía-madre’.

—Ha dicho que se mudaron pronto a Vila.
—Así es. Sería el año 68 cuando vinimos a vivir a la calle Catalunya. Esta zona ha cambiado muchísimo, nos pasábamos el día en la calle jugando a fútbol. Para que os hagáis una idea: al rededor de Santa Cruz no había ni un edificio. Había tres o cuatro barrios y siempre estábamos enfrentados entre nosotros. Los partidos de fútbol que jugábamos siempre acababan a pedrada limpia. Lo mejor de todo eran los fuegos de Sant Joan, que hacíamos con Salvador Petit, Paco, Fita, Juanito Planells… Montábamos las fallas en la calle Abad y Lasierra. No eran hogueras, eran monigotes muy bien trabajadas que construíamos a base de moldes, papel y cola. Íbamos casa por casa pidiendo dinero para los ‘guateques’ que organizábamos durante dos o tres noches antes de la de Sant Joan. Se hacían concursos de piernas feas, de salto de altura, poníamos música. Era bastante habitual que nos lloviera alguno de esos días. Entonces cubríamos la falla con plásticos de manera que quedaba una especie de tienda de campaña donde los chavales nos escondíamos a fumar. Cuando las viejas nos pillaban con un cigarro, les decíamos que eran para encender los petardos (ríe).

—¿Dónde iba al colegio?
—A Sa Graduada. Siempre que podía me escapaba [ríe]. Pero es que, al principio, teníamos que ir hasta los sábados, que nos llevaban a misa, nos hacían subir a Dalt Vila con flores… En el colegio iba con don Joan y doña Margarita. Tuve la suerte de que no me tocaran don Manolo ni don Fernando.

—¿Siguió estudiando tras terminar la Primaria?
—No. A los 14 años dejé los estudios y me puse a trabajar como botones en el Montesol hasta que me tocó hacer la mili. Al terminar encontré trabajo en una Náutica, Plastimar, que con el paso de los años fue cambiando de manos y de nombre para convertirse en Marina Marbella. Sin embargo, siempre me fueron renovando. Estuve siempre encargándome de los recambios a la vez que hacía funciones en el taller, como hacer presupuestos, pedidos… Con el tiempo me hicieron jefe de taller. Estuve 31 años trabajando allí, hasta que hicieron un ERE y ya dejé de trabajar. Ahora ya estoy jubilado, vivo de rentas y de la pensión de viudedad.

—¿Con quién se casó?
—Con Margarita de Can Peixet, en 1997, con quien tuve a mi hija Tánit. Nos conocimos en uno de los bares de moda de la época, el Hollywood. Nos conocíamos hacía muchos años, tardaríamos como 20 años desde que nos conocimos hasta que comenzamos a salir.

—No me resisto a preguntarle por su experiencia como botones en el Montesol.
—Estuve trabajando desde el 74 al 77. Más que un hotel turístico era un hotel de viajantes. Era una época en la que había una serie de personajes que no tenían desperdicio. Allí coincidían Elmyr D’Hory, Smilja Mihailovitch, Xavier Cugat, Ángel Nieto, Paco de Lucía, el ‘Madriles’… En esa época el fotógrafo Toni Riera hizo la famosa foto de la fachada del Montesol con los personajes de la Ibiza de la época en la que estaba yo allí. Había clientes que iban a recepción como el que iba al confesionario, yo escuchaba de todo allí [ríe]. Entonces no había móviles y solían llamar a los clientes a la recepción y yo tenía que ir a llamarles. Recuerdo que había un cliente francés muy mayor que llevaba mucho tiempo alojado en el hotel. Al parecer era bastante guarro y le ‘invitaron’ a que se fuera. Cuando fueron a desalojarlo se quemó en la habitación y murió.

—Tantos años en la náutica, también tendrá miles de anécdotas al respecto.
—Fueron muchos años, sí. En este oficio he visto cómo ampliaban Ibiza Nueva, cómo se construía Botafoc, cómo ampliaban el Club Náutico, cómo construían los puertos deportivos de Santa Eulària o de Sant Antoni… He visto cambiar la náutica de Ibiza de arriba a abajo. Cuando empecé la gente no tenía nada más allá de una lanchita o un llaüt, cuando me retiré tocábamos yates de más de 40 metros.