Joan Riera, frente a su restaurante Ca n’Alfredo. | Toni Planells

Joan Riera (Vila, 1942), ‘Juanito de Ca n’Alfredo’, es una de las personas que apenas necesitaría presentación en Ibiza. Acaba de cumplir 82 años en el mismo lugar que le ha visto hacer toda su vida, el restaurante Can Alfredo en Vara de Rey. De su liderazgo en el restaurante abanderado de la cocina ibicenca o de su implicación como miembro fundador de la PIMEEF y su presidencia durante ocho años en PIMEEF Restauración o impulsor de la marca Sabors d’Eivissa han corrido ríos de tinta, por eso prefiere dedicar su charla con Periódico de Ibiza y Formentera a hablar de su verdadera pasión: el fútbol y su gran preocupación: la salud mental.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Vila, en el Carrer d’Enmig. Mis padres eran Antònia de Can Parra y Pep Tanqueta, que también tuvieron a mis hermanas: María, Adela y Lina. Cuando yo no tendría más de dos o tres años nos mudamos al mejor barrio del mundo: Sa Capelleta, que donde hice mi vida y de donde sigo manteniendo las amistades. Allí éramos todos una gran familia.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Un año antes de que yo naciera, en 1941, mi padre se quedó un restaurante que había abierto una familia de judíos, los Anauer, que llegaron a Ibiza huyendo del nazismo. Eran siete hermanos, el mayor se llamaba Alfred. De allí el nombre del restaurante: Ca n’Alfredo. Desde pequeño ya me encargaba de ir a buscar el vino a La Bodega, una garrafa de vino blanco y otra de vino tinto, para después ponerme a llenar las botellas y llevarlas a las mesas del restaurante. Iba al colegio de las monjas cuando era pequeño, después a Sa Graduada y al instituto. Pero los estudios no acababan de ser lo mío y con 15 años ya iba vestido con el uniforme de camarero: chaquetilla y camisa blanca, pantalón y lacito negro y zapatos bien lustrados. ¡Todavía no me lo he quitado! [ríe]. Mi oficio siempre ha sido el de camarero.

—Un oficio duro.
—Así es. Tengo que reconocer que con 18 años me ‘cagaba’ en el dichoso restaurante. Mi padre tenía buen ojo con eso y con 16 años me compró una Vespa. Más adelante me compró un 600. Ya os podéis imaginar que, tan joven y con la Vespa y el 600, no me perdía ni un baile. Llegamos a ir de viaje a dar la vuelta a la Península con el 600 con Carlos Puvil, Pepito Bonet y Nebot. Mi vida consistía en trabajar todo el día todos los días y, al salir, irme al bar Bagatella con los amigos. En verano íbamos al Mar Blau. Eran tiempos de palanca y yo hice lo que pude hasta que me casé y senté un poco más la cabeza [ríe].

—¿Se reconcilió entonces con el oficio?
—La verdad es que también lo he pasado mal. A base de tanto estrés, el cuerpo se dispara y se convierte en ataques de ansiedad. Es un problema difícil de llevar cuando tu entorno no lo comprende. El primer ataque fuerte cuando era muy joven. Salí corriendo del restaurante, que estaba a tope. Me salvó mi madrina junto a un vecino, Abelito d’es Niu. Entre los dos me tranquilizaron y me serenaron. La responsabilidad ante mi padre de heredar el restaurante y llevarlo en el día a día me pesaba mucho. De hecho, nunca dejé de tener estos ataques y es que la hostelería es un negocio muy estresante. Los médicos no me encontraban nada hasta que un buen amigo, que es psiquiatra, me ayudó a base de pastillas, terapia y yoga.

—Me ha hablado de que se casó y ‘sentó la cabeza’. ¿Cuándo sucedió eso?
—Cuando tenía 30 años. Todos mis amigos ya se habían casado y algo indeciso al principio, lo reconozco, yo me casé con Catalina de Can Mayol. La había conocido cuando iba con la Vespa a los bailes de Santa Eulària y pronto se convirtió en el puntal de mi vida. Tuvimos a nuestros hijos, Núria y Alfredo, que tiene a mis nietos Joan y Pau. Cuando me casé mi padre me cedió ‘los trastos’ del restaurante y, no sin dificultades, logramos sacarlo adelante. Hemos tenido grandes cocineros, como El torero, Pepa o Antonia siempre bajo la dirección de Cati. A día de hoy está Vicent en la cocina. El restaurante lo dirige mi hija Núria, aunque yo sigo estando por aquí todas las mañanas. ¡Ya os he dicho que no me he quitado el uniforme! [ríe]. Estoy muy orgulloso de los premios que nos han dado; el más importante para mí es la Medalla de Oro de la ciudad de Ibiza.

—¿Ha podido desarrollar alguna afición fuera del restaurante?
—Sí: el fútbol. Cuando tenía unos seis años. Mi padrino, Toni Parra, tenía un taller de bicicletas en Vara de Rey. Allí trabajaba un joven, Gabriel Poll que me pilló cariño. Me llevaba a cazar erizos por las noches, pájaros con filats y de la mano con el autobús para verle jugar a fútbol con su equipo, el Ibiza Club de Fútbol. Parece que todavía los puedo ver, vestidos de amarillo y azul, como la bandera marinera de Ibiza. De aquí me viene la afición al fútbol.

Después llegó el padre Morey, un gran hombre que hizo mucho por la juventud de Ibiza. Cada domingo conseguía que todos fuéramos a misa porque allí era donde desvelaba quienes se iban a enfrentar en los partidos de fútbol de la liga infantil que había organizado. Jugábamos entre barrios en el Portal Nou y, como uno de los capitanes, cada mañana corría a despertar a los compañeros para ir a entrenar. Nuestro equipo, el del padre Morey, era el C.D. Mediterráneo (nos entrenaban Pep Blanquet y Pedro de sa rojeta) y nuestro gran contrincante era el Ebusitano (que entrenaba el Conde de Quáquere) , que manejaba Abel Matutes. Íbamos de azul y blanco, por eso he sido siempre ‘periquito’. En una ocasión en la que nos enfrentábamos con el Ebusitano, ellos tenían una serie de bajas importantes. El partido era en el campo de Sa Palmera, las porterías eran desmontables y las llevábamos de campo en campo. Total, que a la hora de jugar el partido desaparecieron las porterías y se suspendió el partido. No solo eso, el padre Morey pilló tal enrabiada que suspendió el campeonato. Las porterías aparecieron tiradas por ses Feixes al día siguiente.

—¿Pudo seguir jugando?
—Sí. Seguimos jugando en la liga con equipos como el Unión, el Rondalla, el Portmany, el Ibiza Club de Fútbol y la Peña. Con el tiempo, todos estos equipos se unieron para formar ‘Sa Deportiva’, la Sociedad Deportiva Ibiza para poder jugar en regional con los mallorquines. Allí hice mis primeros pinitos entrenando con Pere de na Mussona y jugando algún amistoso o en pretemporada. En aquellos entonces vino Koubala a hacer una exhibición y después se organizó un partido de dos equipos de ‘promesas’ de Ibiza. Mi ilusión era haber sido jugador de fútbol, aunque no hubiera pasado de tercera. Sin embargo no me llegaron a fichar, que era la ilusión de mi padre. Lo primero era el trabajo.

—¿Se desvinculó entonces del fútbol?
—No, nunca he dejado de estar implicado en el fútbol, he sido directivo de la S.D Ibiza. Ya he contado que vi nacer a Sa Deportiva. Al principio, hasta que se llegó a tercera división, había que pagar los viajes y la manutención de los equipos visitantes de fuera. Sin los directivos que había entonces, el fútbol en Ibiza no hubiera funcionado. Estaban Ildefonso Pineda, Joan Mayans, el Conde de Quáquere, Julià Verdera o el gran artífice de todo: Cosme Vidal. Juanito del Bahía también fue una pieza importante, les daba de comer en su casa y les tenía en el Hostal Las Nieves. Cuando toca implicarse, todos nos implicamos con lo que tenemos, como Rafel de Ses Savines o yo mismo en el restaurante. Todos los jugadores que han venido a jugar a Ibiza han comido en Can Alfredo.

—Entonces, ha visto desde el palco la evolución del fútbol en Ibiza. ¿Me comenta ‘el partido’?
—Con la llegada de Paco Serra como entrenador, empezaron a llegar los primeros jugadores de fuera: Terrassa, Edo y Castro, que acabaron subiendo a Tercera y haciendo su vida en Ibiza. La primera vez que el Ibiza llegó a Segunda B fue mucho más adelante, cuando lo presidía Joan Colomar. Antes lo habían presidido Julià Verdera, Abel Matutes, Joan Planells, Gorreta… Hubo épocas duras también. Se debía mucha pasta y hubo que cambiar el nombre por U.D. Ibiza durante un tiempo. Cuando presidía Juanito Miró yo estaba en la directiva, serían los años 80 o 90 y se debía mucha pasta. Le conté el problema a Smilja para organizar un desfile de Ad Lib y recaudar dinero. Lo que hizo ella fue presentarnos a un amigo suyo, Calixto Bregantini, con mucho dinero. Saneó las deudas de Sa Deportiva y, en esa época se consiguió un ascenso. El presidente era Vicent ‘Matas’ y el campo se llenaba. Cuando este hombre dejó de involucrarse económicamente hubo otra crisis. Los jugadores llegaron a hacer huelga y se pasó de Segunda B a Regional. Aquí hubo una ‘travesía del desierto’ en el fútbol ibicenco.

—¿Qué momento vive el fútbol de Ibiza hoy en día?
—Hace unos años, junto a Marc Rahola decidimos volver a promover la S.D. Ibiza. Sin embargo, con tanta burocracia, Marc se acabó bajando del proyecto y yo con él. En esa época, de manera paralela, Amadeo se había dado cuenta de que había unas siglas por ahí olvidadas, UD Ibiza, y ya estaba iniciando un proyecto muy parecido al que íbamos a poner en marcha con Marc. Los cuatro nostálgicos de Sa Deportiva montamos el CD Ibiza sin un duro. Llegó un presidente, un mirlo blanco que puso pasta, pero no nos hizo ningún caso en ninguna de nuestras propuestas. Solo hacía caso a sus dos secretarios, que son los que siguen mandando aunque el presidente sea mi amigo ‘Moreras’. Se las apañaron para echarme de la directiva, por mucho que tuviera a los jugadores comiendo en casa durante tanto tiempo. Menos mal, porque me hubiera dado vergüenza estar allí mientras el equipo se hundía a Tercera división. Lo peor que hicieron fue lo de denunciar al Ayuntamiento y lo de no aceptar lo de jugar en Can Misses contra el Betis. Lo único bueno que ha conseguido este equipo es una buena escuela de fútbol y unas selecciones inferiores muy dignas, aparte de mis amigos de la peña ‘Som Sa Deportiva’. Con la UD Ibiza me equivoqué en su momento y me siento privilegiado porque Amadeo me haya abierto sus puertas.