Toñi Torres en Sant Antoni tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Toñi Torres (Sant Mateu, 1956) creció en el Sant Antoni de manera paralela al crecimiento del turismo en su pueblo. No niega la influencia que tuvieron los extranjeros en el desarrollo de su generación, aportando una pincelada de modernidad a la juventud que creció en los años 60.

—¿Dónde nació usted?
—En Sant Mateo, en Can Joan d’en Tià, la casa de mis padres, Maria de Can Joan Cova y Toni, al que llamaban ‘patilles llargues’ desde que volvió de la mili. Que por cierto, entonces se libró por los pelos de tener que ir a La Guerra. Somos cinco hermanas y yo soy la de en medio. María y Cati son las mayores y Pepita y Teresa las pequeñas.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi madre suficiente tenía con cuidarnos a nosotras y de la casa. Mi padre acabó ganándose la vida como maestro de obras, pero antes, cuando vivía en Sant Mateo pescaba. Tenía un llaüt que guardaba en una caseta de pescadores de Cala Ubarca o en otra de Es Portixol.

—¿Creció en Sant Mateu?
—No. Cuando solo tenía tres meses nos mudamos toda la familia, junto a mi abuela Catalina y a mi tío Pep, a Sant Antoni. Allí es donde me crecí. Fuimos a Can Pratets, donde mi familia hizo de mayoral hasta que mi padre pudo comprarse un terreno y hacerse la casita.

—¿Cómo pasó su infancia en el Sant Antoni de los años 60? Hablamos de la época en la que empezó el ‘boom’ del turismo, sobre todo en su pueblo.
—Era bastante rebelde, sin dejar de ser respetuosa, eso sí. Yo era muy ‘penyalera’, siempre encaramada a las paredes, los árboles o escondiéndome en el bosque cuando mi padre me reñía. ¡Éramos muy salvajes! (Ríe). En una ocasión montamos una guerra tremenda a base de pedradas en el colegio, chicas contra chicos. El director del colegio, el señor Torrens, pasó a todos los chicos por su regla de madera, pegándoles en los dedos. Una vez por poco me arranca una oreja.

—¿Dónde iba al colegio?
—Íbamos a Vara de Rey, primero con Doña Angelita y después con Doña Matilde. Ambas eran muy buenas. Cada día íbamos al colegio caminando, menos cuando nos cruzábamos con algún carro que nos acercaba y nos daba una alegría que ni os imagináis. Aquellos años todavía no había autobús. Después fui al instituto, entonces sí que íbamos en autobús hasta Vila. Con los horarios que había, si lo perdíamos, perdíamos también toda la mañana. Mientras tanto empezaba a estudiar idiomas, primero inglés, después francés y alemán y, más adelante, me puse a aprender italiano.

—¿Cómo vivió su generación la llegada del ‘boom’ turístico en Sant Antoni?
—La verdad es que lo pasé muy bien. Es innegable que crecimos con el turismo y tuvimos mucha influencia de los extranjeros que venían. Quieras o no, tenían una mentalidad más abierta de la que teníamos aquí y eso nos gustaba. Queríamos ser como esas turistas que había en Sant Antoni. Si ellas iban en minifalda, nosotras queríamos ir igual. No era raro que en casa nos dijeran eso de «¿dónde vas con esa falda tan corta?» (ríe), «pues a pasear», contestaba yo. No tenía 18 años y ya nos habíamos recorrido todas las discotecas del pueblo junto a mis hermanas.

—Los hombres de su generación hablan mucho de cuando se iban ‘de palanca’, ¿las chicas también ligaban con los extranjeros?
—¡Hombre! Todas las chicas que éramos simpáticas y divertidas, claro que ligábamos, por supuesto. Otra cosa es hasta dónde llegábamos, porque para los chicos estaba muy bien visto eso de ligar con extranjeras, pero para las chicas era otra historia. En esa época es verdad que venían todos los chicos de Vila de palanca a Sant Antoni. Solían venir en moto, y es que era una época en la que hubo una especie de ‘boom’ de las motos de cilindradas grandes. De hecho, mi hermana Pepita y yo nos compramos una Moto Guzzi de 400 cc. Era tan grande que, si se caía al suelo no podía con ella para levantarla. Siempre había ido en bicicleta y en Mobilette, así que sabía ir en moto. De hecho, probablemente fuéramos las primeras chicas, al menos en Sant Antoni, que tuvimos una moto grande. Yo llevaba un casco azul y mi hermana uno amarillo. La verdad es que llamábamos mucho la atención.

—¿Cuándo empezó a trabajar?
—Desde muy jovencita. El primer trabajo que tuve fue con 14 años, en la perfumería Ducs un par de meses. Trabajaba durante la temporada de verano, el primer año en la perfumería y después en hostelería. Estuve en S’Anfora, en el San Remo, como guía… Entonces estabas trabajando en un sitio y te venían a buscar de otro para que te fueras con ellos. Más adelante, en el 79, acabé abriendo una boutique de ropa femenina en Sant Antoni que se llamaba Cactus.

—¿Mantuvo mucho tiempo su boutique?
—Hasta 1982, cuando me casé con Alfonso. Entonces nos fuimos a vivir a Puig d’en Valls y, en el 83, empecé a trabajar en el hotel Torre del Mar, primero en la recepción y después, tras la reforma que hicieron, estuve en el departamento de ‘guest experience’, hasta que me jubilé el año pasado. Estuve unos 40 años trabajando allí, aunque lo dejé un par de veces cuando nacieron mis hijos. Primero nació Diana, que hace un mes que ha tenido a mi nieto Axel, y después Alex, un par de años antes de separarme.

—¿A qué se dedica en su jubilación?
—La verdad es que estoy muy contenta con mi jubilación. Siempre he sido una persona muy activa y me ha gustado trabajar y colaborar. Por eso pienso implicarme un poco en el club de mayores de Sant Antoni para ir haciendo cosas. Para mí es muy importante hacer cosas para los demás y, mientras no me duela nada y siga teniendo energías, no pienso quedarme en casa.