Christine Lambrechts con Kira tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Christine Lambrechts (Wilrijk, Bélgica, 1967) llegó por primera vez a Ibiza en 1994. Desde entonces no dejó de visitar la isla, que se convirtió en distintos puntos de inflexión durante toda su vida y en su lugar de residencia desde hace 14 años.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Bélgica. Mi hermana Dominique y yo nacimos en un pueblo que se llama Wilrijk, muy cerca de Amberes.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi padre, Eduard, era carnicero al igual que mi abuelo, Adolf. Sin embargo, mi padre pasó de la pequeña carnicería de mi abuelo a encargarse de la sección de carnicería de un gran supermercado con muchas tiendas. Mi madre, Catherina, era de Luxemburgo. Su padre, Gustaf, fue campeón olímpico de esgrima en su tiempo. Eso le dio la oportunidad de viajar por el mundo y acabó montando un negocio de importación de cámaras fotográficas desde Japón y China. Mi madre trabajaba como administrativa en la selección de personal de la gran cadena de hamburgueserías Kweek. Sin embargo, recuerdo que cuando era pequeña, hasta que cumplí cinco años, mi madre no trabajaba y en casa el dinero entraba muy justo. Mi madre, para Navidad, nos hacía ella misma los regalos porque no había suficiente dinero. Poco a poco mi padre fue prosperando en su negocio, mi madre se puso a trabajar, y ya no volvimos a tener problemas económicos.

—¿Creció en Wilrijk?
—Vivimos allí hasta que tuve nueve años. Entonces nos mudamos a Edegem, donde crecí y viví hasta los 20 años. Mi corazón sigue allí (ríe). Allí fui al colegio, pero los estudios no se me daban bien, lo que yo quería era pintar. Siempre tenía la cabeza en otro mundo y era incapaz de concentrarme, así que mi padre encontró una escuela en Amberes, Santa María, donde enseñaban arte. Allí se me abrió el mundo, salíamos a pintar a la naturaleza o a la calle casi cada día y eso me hizo feliz y me ayudó a centrarme. Aunque lo que me interesaba a mí era la moda, mi padre me acabó convenciendo de que estudiara la rama de publicidad, que era más rentable cara al futuro. Al final le acabé pillando el gusto: estudiábamos fotografía en el laboratorio, Historia del Arte, Escaparatismo y todas las disciplinas de dibujo y pintura. Desde bodegones y desnudos al natural hasta caricaturas.

—¿Pudo dedicarse profesionalmente a la publicidad?
—Sí. Tuve suerte y, a pavés de mi abuelo Adolf, entré a trabajar en una agencia de publicidad, Von Sintjan, en la que un sobrino suyo, Leo, trabajaba como jefe de uno de sus departamentos. Yo me dedicaba a hacer los diseños y los colores de, por ejemplo, las cajas de productos. Entonces lo hacía todo de manera manual, recortando un film para cada color y, finalmente, poner el logo de la marca. En esa misma época, finales de los 80, llegaron los primeros ordenadores y hubo un gran debate en la empresa. Por un lado, Leo era reacio a que yo aprendiera a usar los ordenadores. Por otro lado estaba Paul, que era jefe de otro departamento y defendía la introducción del ordenador en la empresa. Al final Leo me acabó cambiando de puesto de trabajo y para ponerme en el departamento de Paul. Pese a que tanto él como yo teníamos nuestras respectivas parejas, nos acabamos enamorando. Cuando se enteraron en la empresa, acabé yéndome a otro trabajo y casándome con Paul unos años más tarde.

—¿Cuándo vino a Ibiza por primera vez?
—Fue un par de años antes de casarme, en 1994. Paul me propuso venir de vacaciones a Ibiza y, aunque yo no tenía ningún interés, acabé accediendo. Estuvimos tres semanas, cada día íbamos a Es Cavallet, donde conocimos a Cristina y José Luis en el chiringuito. Por ahí siempre había un hombre alto y de piel oscura que me llamaba la atención. Como tenía el pelo negro pensábamos que era español, pero un día que se le voló la sombrilla yo me reí y me contestó en holandés. A partir de allí comenzamos una conversación en la que nos contó que tenía una discoteca en Holanda y, como Paul era dj en su tiempo libre, nos invitó a que fuéramos a su discoteca para que Paul pudiera pinchar. Acabamos yendo todos los fines de semana y haciéndonos muy buenos amigos. Tanto que en el 96, cuando Paul y yo nos casamos, él fue uno de nuestros testigos. Todo cambió en nuestra luna de miel.

—¿En qué sentido?
—Vinimos de luna de miel a Ibiza, claro. Poco antes de volver, nos llamaron mis padres para contarnos que la agencia de publicidad, donde seguía trabajando Paul, había quebrado. Paul me propuso abrir una nueva agencia de publicidad, Nostradamus se llamaba. Al cabo de un año me llegó una carta de hacienda diciendo que no habíamos pagado nada durante el año. Paul no me había dicho nada y el negocio estaba a mi nombre, así que toda la deuda me cayó a mí. Claro, lo primero que hice fue separarme y lo segundo buscarme un abogado. También lloré mucho sobre el hombro de nuestro amigo, Adrian, que también se enfadó mucho con Paul y me ayudó mucho en ese momento tan duro. Mi madre fue la primera que me dijo que yo, de quien estaba realmente enamorada era de Adrian. Tardé unos años en darme cuenta de qué tenía razón y en el 2000 acabamos estando juntos.

—¿Siguió viniendo a Ibiza?
— Sí, nunca dejé de venir dos veces al año desde la primera vez que visité Ibiza. Veníamos, primero con Paul y después con Adrian, tres semanas en junio y otras tres semanas en septiembre. El 11-S nos pilló en Sant Miquel, en ese momento Adrian y yo decidimos tener un hijo. Pese a intentarlo durante años no lo conseguíamos. Fue en 2005, cuando nos ofrecieron comprar un piso en La Marina y Adrian vino a Ibiza a velo. Yo me quedé en Holanda estudiando. Y es que, como no lográbamos tener un hijo, decidí estudiar para ayudar a niños con necesidades especiales y ya me ocupaba de un chico que, aunque tenía 18 años, tenía la mentalidad de uno de cuatro. La cuestión es que, mientras Adrian estaba en Ibiza con lo del piso, yo me estaba tomando un café cuando entró un chico a la cafetería. Los dos tuvimos un flechazo. Como siempre he sido honesta, le expliqué que tenía a mi marido pero, sinceramente, si ese chico me hubiera propuesto irme con él a China en ese momento, me hubiera ido con él. Solo estuvimos juntos esa noche, nunca más lo vi. Esa noche me quedé embarazada de mi hija Luna.

—¿Cómo se lo tomó Adrian?
—No estoy nada orgullosa de ello, pero nunca le dije que él no era el padre. Es la única vez en mi vida que no fui honesta y me pesó como una tonelada en la espalda. Sin embargo, un amigo suyo le acabó convenciendo para hacer una prueba de ADN a mis espaldas solo cuatro meses antes de que Adrian falleciera. Pese a todos los problemas de salud que arrastraba, todo el mundo me echó la culpa a mí.

—¿Qué hizo entonces?
—Vendí la casa de Holanda y vine a vivir Ibiza con mi hija Luna en 2012. Ibiza es más dura cuando vives todo el año que cuando vienes solo de vacaciones. No sabía nada de castellano más allá de ‘hola’ y ‘una cerveza’. Luna aprendió enseguida castellano e ibicenco en el colegio de Jesús. Yo tuve la suerte de que los padres de sus compañeros me ayudaron mucho. Cuando adopté a mi perrita Kira, como me gustan los Chupa-chups, le puse ‘Chupa’. Cuando vieron que la llamaba diciendo, ‘ven Chupa’, me hicieron cambiarle el nombre (ríe). En otra ocasión llevaba un abrigo de piel de conejo y le dije a alguien que me acariciara el conejo, que era muy suave y también me enseñaron que no era la mejor manera de expresarme (risas).

—¿Ha trabajado en Ibiza?
—Durante un tiempo tuve una tienda de ropa en Santa Eulària, pero cerré hace tiempo. Estos años me he podido apañar con la pensión de viudedad y las ayudas a la maternidad de Holanda. Sin embargo, aunque yo no lo sabía, ahora que Luna cumple 18 años, voy a dejar de percibir estas ayudas y ya estoy buscando trabajo. Hablo cinco idiomas y soy una persona a quien se le da muy bien la gente, además soy responsable y organizada, así que espero encontrar algún trabajo en una recepción o algo por el estilo. Me siento preparada y tengo experiencia.