La aristocracia europea vuelve de nuevo a las islas. El príncipe de Holanda, Bernardo de Orange-Nassau, ha recalado unos días en nuestras costas, afín de convalecer de una reciente operación que hoy por hoy, aunque con una buena presencia, le mantiene indispuesto en algunos aspectos, pero que tampoco le impide la práctica de sus deportes favoritos. Acompañado de su equipo médico "compuesto por dos profesionales" y cuatro guardaespaldas, el padre de la reina Beatriz fue sorprendido por las cámaras del periódico en el golf de Cala Llonga.

En un perfecto castellano a sus ochenta y ocho años este miembro de una de las casa reales más vinculadas a la monarquía española, demostró su pasión por una isla en la que despliega todas sus ganas de vivir. De ahí sus planes para visitar el mercadillo hippy de Punta Arabí y su entusiasmo a la hora de hablar de una tierra que le ha acogido con cariño estos días.

Bernardo lleva comprometido desde 1936 con la entonces princesa Juliana, a la que conoció en los Juegos Olímpicos de Berlín. El 7 de enero del año siguiente se celebró una boda que levantó no pocos recelos, dada la fama de playboy que arrastraba y su procedencia alemana.

De su unión nacieron cuatro hijas, la mayor de las cuales es la actual reina Beatriz, que alcanzó el título tras 32 años de gobierno de su madre. Durante este periodo un escándalo sobre sobornos apartó, por petición del parlamento, al marido consorte de sus tareas. A pesar de todos los avatares que ello arrastró, en 1987 celebraron sus bodas de oro como matrimonio.

Hoy, escándalos y responsabilidades únicamente en la memoria, disfruta de unos días de vacaciones en un paraíso como Eivissa.