La mayoría de los turistas que acuden son ingleses que optan por los grupos para ir a los bares y discotecas. Foto: Nieves Ibarrondo.

C ada noche se congregan, en apenas cuatrocientos metros, miles de personas, jóvenes, en su mayoría que afrontan la otra cara de la diversión a base de excesos y amistad envueltos en una imagen en ocasiones distorsionada de una ciudad que ofrece un paraíso en forma de bar y música disco.

La publicidad desde sus países de origen (generalmente Inglaterra) les convence de un ambiente que ellos superan con creces al pie de una calle que engloba parte de la esencia y también los problemas de la isla.

Desde estridencias a posturas comedidas, el West End es la zona emblemática de los británicos en Sant Antoni y probablemente de toda Eivissa, gracias al empeño de touroperadores y compañías de viaje.

Propietarios y responsables de bares de la zona se constituyeron en febrero de este año como asociación, a fín de solucionar problemas en común, cuestiones que, tal y como recalcó en su día su presidente, Joan Pantaleoni, no son independientes del resto de la localidad o diferentes a otros municipios sino, simplemente, más exteriorizadas.

En el seno de un verano tranquilo en el que excepto algunas trifulcas entre individuos o grupos, apenas se han producido altercados, la vertiente más humana de este microcosmos lo constituyen los propietarios de locales quienes, mil y una historia que contar sobre sus clientes, han intentado aportar su granito de arena con la campaña de reciclaje iniciada en la época estival, instalando hasta setenta contenedores en el área.

Es la misma contradicción que preside un territorio marcado por continuos antagonismos, que combina naturaleza y copas, tradiciones arraigadas con modernidad exportada, ball pagès o música dance, de forma que parece un conjunto en el que nada se considera anómalo ni disconforme.