Extranjeros y formenterenses se distribuyen equitativamente durante toda la mañana en torno a la antigua barra de madera que regenta Catalina Verdera.

Traspasar el umbral de Can Blaiet es retrotraerse al pasado, es entrar en un mundo en el que el tiempo parece haberse detenido en el dintel quedando suspendido en cada uno de sus rincones. Can Blaiet, el bar de Correos o Casa Catalina, como también se conoce a este local, es un reducto del pasado que se mantiene inalterable desde hace tanto tiempo que ya nadie recuerda exactamente desde cuando.

Este bar, restaurante y oficina de Correos, situado en el Pilar de la Mola sigue conservando un aire decimonónico que le confiere un encanto peculiar al que es difícil sustraerse. Desde primeras horas de la mañana es fácil encontrar acomodados en la vieja barra de madera a un sinfín de personas y personajes de la zona, entre turistas que yendo o viniendo del faro a lo largo de la mañana se sienten atraídos por este lugar. Es hora de aperitivos en los que los visitantes aprovechan para comprar quesos, sobrasadas o pan de higo artesano, que posteriormente se llevarán a sus casas. A la hora de comer el cliente siente un pequeño desconcierto ya que en Can Blaiet no hay carta y cada día el plato es una sorpresa, casera, sencilla, pero siempre suculenta. Y al atardecer nuevamente turistas y vecinos de la Mola, extranjeros y formenterenses se van alternando hasta bien entrada la noche. Catalina Verdera lleva 39 años regentando el local y dice que el anterior propietario, fallecido hace una década, aseguraba que la casa siempre había estado ahí.

Ella señala que nunca se ha retocado el edificio, lo cual, en algunos casos es un engorro, pero al mismo tiempo llena de orgullo. Hace poco, un responsable de turismo visitó el local y recalcó esta misma opinión, puntuando hasta diez, la clasificación que, en su opinión, merecía el local.