Se trata de una modesta intalación con un espíritu de ayuda que supone algo más que un plato de comida. Foto: GERMÁN G. LAMA.

I deado inicialmente para transeúntes e inmigrantes, el comedor social de Cáritas se adapta en su rutina a una realidad más amplia en la que cualquier persona sin techo puede, al menos en su primera petición, acceder a un plato de comida caliente.

A partir de ahí, se inicia un proceso global en el que se profundiza en la situación individual, a la vez que se facilitan todos los medios para lograr, a partir de su propia iniciativa, su readaptación social.

Ana Andreu y María de las Heras son las dos trabajadoras sociales que se distribuyen las labores de atención y valoración de los diferentes casos que se les plantean. Para ello toman en cuenta desde aspectos evidentes como la falta de vivienda a carencias concretas como ropa o comida.

El servicio, a punto de cumplir dos años de vida (el aniversario tendrá lugar en enero del 2000), acoge a diferentes grupos de individuos: gente que acude puntualmente; derivada de agentes sociales (como el Ayuntamiento o el Insalud) o aquellas de las que se encarga la entidad desde el principio. Este último colectivo supone la mayoría de los que acuden. En el extremo contrario se encuentran los denominados «carrilanos», aquellos cuya forma de vida supone un camino itinerante de albergues.

El local cuenta con 15 plazas, «aunque lo ideal es que no superen las diez» afirma Ana. Actualmente, las posibilidades «están a tope» y en estos días de frío las peticiones han sido mayores: «Ciertamente hemos notado un incremento de la demanda», al igual que ha ocurrido con el resto de solicitudes de medicamentos o mantas. La Residencia Reina Sofía es la encargada de elaborar los menús diarios que se trasladan al centro de la ciudad y que han dado hasta 18 almuerzos, «multiplicándose a veces, como los panes y los peces».