Año tras año, Guillem de Montgrí contempla impertérrito desde su horizontal retiro la que se ha montado desde que entró por el agujerito de la capilla de Sant Ciriac allá en 1235. En este 8 d'agost, tanto el vicepresidente del Govern, Pere Sampol, como la presidenta del Consell Insular, Pilar Costa, juntando churras con merinas, aprovecharon la ocasión para lanzar una diatriba a favor de las incómodas normas cautelares de ordenación territorial que se aprobaron recientemente entre pitos y pancartas. Y, cómo no, también dedicaron algunas líneas de su discurso al recordatorio de la Conquesta, que algo queda.

Costa fue más previsora y se grapó los folios de su discurso, mientras que Sampol tenía que lidiar contra la brisa para que no escapasen volando hacia el grupo de colles de ball pagès. A pesar de que un día antes posara sonriente junto a Gerhard Schröder, Francesc Antich no acudió a la Diada pitiusa por encontrarse de vacaciones. No sabemos si fue por la sudada de camisa que se pegó el president del Govern el año pasado, pero lo que sí es cierto es que este año los organizadores decidieron sentar a las autoridades al cobijo de los pinos de la plaza del Ayuntamiento. Todos menos Antoni Marí, Carraca, que quizá por no ser de la familia progresista le tocó sentarse en la esquinita en la que pegaba el sol de lleno, y aguantó como un señor, que no se diga.

En la equidad del reposo, el protocolo, con sus graciosos caprichos, nos brindó una de las parejas más curiosas de la mañana: Buades junto a Fajarnés (incluso hablaron). De vaporoso lino ellas, fueron los varones los que sufrieron más los estragos del encendido lorenzo que martirizó a los presentes. Los políticos iban ataviados con traje de chaqueta y, encima, en tonos oscuros -el sufridito gris marengo y el tradicional azul marino-. El más listo fue Buades, que vistió de tonos tierra (puede ser que por lo verde de su tendencia política). La elegancia de las asistentes casi supuso un esguince a más de una cuando acompañaron a la procesión desde la plaza de la catedral hasta el mirador del Consistorio. Mientras departían alegremente, más de una consellera o concejala derrapó con los tacones por el empedrado de Dalt Vila. Sin duda, la más elegante fue Fanny Tur, con un conjunto negro que, aliado con el viento, dejaba al descubierto sus piernas. Y mientras, Guillem de Montgrí, presenciándolo todo petrificado.