Desde hace unas semanas el altar mayor de la iglesia de Santo Domingo vuelve a ofrecer su imagen original gracias a la reposición de parte del cortinaje que fue destruido en el incendio registrado en 1971 en el interior del templo. «El fuego se produjo en el retablo de la capilla de la Inmaculada el último día de la novena de la Virgen en diciembre del 71. Parece ser que una vela caída fue la causante de las llamas que comenzaron por una alfombra y se extendieron por gran parte del interior del templo sufriendo desperfectos, además del retablo de la Inmaculada, parte del fresco de la bóveda y el cortinaje del retablo mayor», recordó el párroco de Santo Domingo, Juan Ribas Vich.

Hasta el mes de agosto el altar mayor del templo conservaba únicamente la parte superior del cortinaje original que pudo salvarse de las llamas registradas tres décadas atrás. Al igual que el retablo de San Vicente Ferrer el cortinaje data de finales del siglo XVII o principios del XVIII, fecha en la que llegó a Eivissa previo encargo del Ayuntamiento de Eivissa en 1655, en aquel entonces denominado Universidad, a una escuela italiana de Génova que lo vendió por 4.800 reales de plata.

Cuatro siglos después el retablo vuelve a tener el mismo aspecto que antaño después de un paréntesis de tres décadas en las cuales el retablo ha estado acompañado de las paredes desnudas del prebisterio de la iglesia. Fue el propio párroco, Juan Ribas junto con Luis Llobet, feligrés de Santo Domingo, el que decidió centrar los trabajos de mejora y recuperación del interior del templo, que ya han recuperado el órgano y varias capillas con problemas de carcoma, en la restauración del cortinaje del altar de San Vicente Ferrer.

Después de reunir los fondos necesarios para pagar los gastos de restauración del cortinaje, 230.000 pesetas sufragadas por numerosos particulares, Juan Ribas se puso en contacto con José María Velasco, un restaurador que ya había trabajado anteriormente en la recuperación de otros retablos de Santo Domingo. «Hemos recuperado la cortina del retablo empleando una tela de algodón similar a la de los lienzos a la que hemos tratado mediante la técnica del drapeado», comentó José María Velasco.

El drapeado es un tratamiento de la tela que también data del siglo XVIII, muy común, que también se utiliza en la escultura para los pliegues de ropajes de alguna figura en la que se utiliza tela en lugar de madera. El proceso comienza con un preencogido de la tela que se consigue introduciéndola en agua hirviendo. Una vez seca y encogida la tela se somete a un tratamiento ignífugo (contra el fuego) y fungicida (para la carcoma) para después ser sometida a varias capas de cola de conejo y estuco con las que se consigue el aspecto tieso y un tanto apelmazado del cortinaje. El último paso consiste en aplicar policromía roja con óxido de hierro y dorados.