Aunque huidizas, por su tamaño y aspecto ponen nerviosos a quienes se topan con ellas o con sus enormes y pegajosas telarañas en los bosques pitiusos, donde proliferan durante los meses de octubre y noviembre. Son las araneus angulatus (similares a las araneus diadematus), unas arañas que ahora se detectan con facilidad en el campo y que al llegar diciembre prácticamente desaparecen hasta el próximo otoño. Su tamaño es considerable, alcanzando en algunos casos cuatro centímetros y hasta 10 gramos de peso.

Miquel Roldán, entomólogo y especialista en artrópodos, advierte de que pese a su fiero aspecto los efectos de su picadura (que es venenosa) son similares a los de una abeja o una avispa. Se produce un fuerte hinchazón y salvo que la víctima sea alérgica su vida no corre peligro.

La incógnita es por qué son tan abundantes en estas fechas y decoran con sus enormes telarañas las zonas arboladas, muchas veces cortando el paso de los caminos más estrechos. Roldán supone que se debe a que este periodo coincide con la puesta de sus huevos, que cuelgan en una bolsa que pende de uno de los extremos de la resistente tela. Cuando la bolsa ha sido recién puesta es dorada. Pasados unos días adquiere un color grisáceo. Otra incógnita es dónde se esconden el resto del año. Roldán supone que mueren, como sucede con otros artrópodos tras el nacimiento de sus crías.

La explosión de arañas en esta época también puede ser debida, según añade Roldán, a que se dan las mejores condiciones de luz o, incluso, de alimentación, ya que los bosques bullen ahora de potenciales víctimas.