ÓSCAR DELGADO Poca gente salió ayer a la calle. El frío, el viento y la lluvia se convirtieron en los factores que contagiaron la pereza a los ciudadanos. Sin embargo, algunos encontraron en la adversidad meteorológica el pretexto para disfrutar de una afición de riesgo: el windsurfing. Varios osados se juntaron de manera improvisada en un punto de Platja d'en Bossa para pelearse con las olas de casi siete metros.

A media mañana se concentraron en Platja d'en Bossa varios coches con tablas de windsurf apoyadas en sus bacas con el objetivo de echarse con ellas al mar. Uno de ellos era Peter Whaley, un inglés que lleva 30 años aprovechando días como el vivido ayer para subir su adrenalina. Ataviado con un traje de neopreno para aislarse de las bajas temperaturas se metió en el agua y comenzó a trazar piruetas gracias a las olas enormes de ayer.

«No son las mejores condiciones pero hay que aprovechar un día así, ya que Eivissa no es una isla de windsurfing. El viento viene del norte y eso nos dificulta la tarea, siempre es mejor el poniente o el levante. Nosotros vamos a contracorriente, en días así lo primero que nos apetece es salir para jugar con la tabla. Empleo vela por las condiciones, aunque también me gusta practicarlo con parapente. Para eso normalmente viajo a Tarifa (Cádiz)». Los windsurfistas estuvieron en el lugar casi dos horas. Era un espectáculo ver cómo desaparecían por unos instantes para luego sortear las olas con unos saltos propios de cualquier capítulo de «Los vigilantes de la playa». El mal tiempo beneficia a colectivos como este.