La Asociación de Vecinos de ses Figueretes se alzó con el primer premio en su categoría con una representación de la civilización azteca. Foto: M.FERRER

Pocos acontecimientos son capaces de reunir a tantas personas en el centro de Eivissa. El Carnaval es uno de ellos, no sólo por la gran cantidad de público que se agolpa en las calles de la ciudad, sino por la gran participación e implicación vecinal que lleva consigo todo su desarrollo que puso a prueba un año más la gran capacidad de organización de las distintas agrupaciones vecinales y de distintos colectivos a la hora de hacer que las cosas funcionen.

Pasaban unos minutos de las 19'30 horas de la tarde cuando la Rúa de Carnaval echó a andar. Con una puntualidad británica y a un ritmo caliente y caribeño, partió una serpiente kilométrica que fue tiñendo de alegría y buen humor todo lugar por el que pasaba. Los protagonistas de la hazaña fueron las más de 1.400 personas agrupadas en 37 carrozas que desfilaron ante miles de curiosos que tomaron las aceras en un principio, y parte de la calzada después para no perder detalle ni de los disfraces ni de los mensajes con segundas y mucho rintintín que contenían los vehículos y parte de los disfraces que portaban.

«Salsa Tropical» fue la agrupación que se abrió paso ante el público con sonidos brasileños y caribeños. Con una coreografía a base de aspavientos, tres bellas bailarinas bailaron las batucadas y ritmos calientes con los que comenzaba a fluir una nutrida Rúa en la que la temática local estuvo presente en muchas de las carrozas del desfile.

El único toque discordante en todo este desfile del disparate y la informalidad permitida lo pusieron los elegantes y serios componentes de la Banda de Cornetas y Tambores de ses Figueretes, que cerraban la comitiva de la carroza de la agrupación vecinal del barrio: una tribu de indios aztecas con rey y trono incluido en el que sus componentes se dedicaron a entonar gritos de guerra y bailar al ritmo del equipo de música instalado en la carroza, al igual que la mayoría de las agrupaciones del evento.

Entre la riada carnavalesca que se prolongó durante más de dos horas tiñendo de serpentina las principales calles de la ciudad se repitieron disfraces. Hubo demonios para todos los gustos: desde un híbrido de Belcebú con alas y rizos dorados, hasta la versión más satánica de los mismos, acompañados de varias figuras de la muerte. La despedida de la peseta con entierro incluido fue otro de los temas que el público pudo ver en varias versiones. La del APA del Can Cantó fue una de las más originales al dotar de pies y manos a las populares monedas de cinco duros. Un volcán en Euro-Upción se pavoneó entre el público.

Los contrastes también formaron parte del reparto de la Rúa. A una pareja de «Meninas» con traje de espuma de embalaje, sin duda uno de los disfraces más llamativos y elegantes de la Rúa, le seguía el vertedero viviente cargado de sacos azules y electrodomésticos montado por la Asociación de Vecinos de San Pablo, fruto, según rezaba en un cartel, del progreso. «No a la guerra, vive el amor» fue el eslogan elegido por la Peña del Chuminín, presente en un desfile en el que no faltaron ni las Torres Gemelas, ni los aviones ni el mismísimo Bin Laden, que campó a sus anchas por toda la ciudad.

El pasado reciente y el futuro también formaron parte de la representación de alguna comparsa. Un Seat 600 abría paso a una agrupación de josepins resignados bajo el epígrafe «Els temps canvien» que marcaba el paso a ritmo de rock rural, y dos comparsas más tarde «Eivissa 2069» mostraba un desolador panorama de la ciudad dentro de unas décadas: «Eivissa, Patrimoni de la Vulgaritat», con ciudadanos enfundados tras una mascarilla.

Y con tanto mogollón un descanso para la publicidad de «D'apena el movistres», una empresa compuesta por una legión de sospechosos Papá Noeles vestidos de verde lima antes de entrar de lleno en la «Afro Party» repleta de pelucones de rizos. Y de nuevo a la chamuscada realidad: Esta vez un toque de atención a los incendios forestales con una legión de elegantes bomberos con un brillante casco negro acharolado con minicoche incluido. Y detrás un barrigudo miembro del clero pasando revista ¿Será gay?... Y Blancanieves con ¡Diez enanitos!

Una party fashion con mucha plataforma y go-go de curvas alucinantes y pelos en las piernas se entremezcló con una animada «Fiesta en paz de Benirrás» con imitador de vendedor de garrapiñadas y entierro del tambor incluido. Ponía punto y final a la comitiva una concurrida guardería de alumnos enlatados por falta de plaza en las aulas que se desperdigaron en Vara de Rey al ritmo de Franky Torres y su caña caribeña que amenizaron una gran fiesta de Carnaval bajo la carpa.

Una gran cosecha de confeti
El recorrido de la Rúa de Carnaval estuvo marcado por numerosos guiños con el público. La tirada de puñados de caramelos y miles de puntos de papel de colores, más conocido por confeti tiñó de colores la cabellera de cientos de personas. Estas pequeñas se afanaron en recoger parte de la cosecha de confeti para seguir disfrutando de la fiesta. El personal de limpieza se encargó de retirar todas las huellas del Carnaval al finalizar el desfile.