L os campos de golf están en entredicho. Por lo menos desde el punto de vista político, ya que el pleno de Consell acordó anteayer con el voto a favor del grupo mixto descartar la autorización de construir o ampliar estas instalaciones. Según esta decisión, el Golf de Ibiza seguiría siendo el único campo donde los aficionados a esta disciplina podrán desplegar sus golpes en la isla. Una instalación divida en dos, la correspondiente a la urbanización Roca Llisa y la del club de golf, que preside Lucas Torán, quien sitúa a esta actvidad más allá del deporte, como «una forma de vivir para muchos». Ultima Hora Ibiza y Formentera se ha acercado por este campo para comprobar in situ sus características, el funcionamiento de sus instalaciones, sus tarifas, el sistema de riego y el tipo de usuarios que acude a practicar el deporte.

«Soy más verde que nadie y si hay algo compatible con la naturaleza es un campo de golf bien diseñado, bien construido y bien llevado. Antes que prohibir habría que buscar soluciones, es decir, que dijeran que se podrían construir campos de golf siempre y cuando se dieran algunas circunstancias como las siguientes: construirlos en un sitio adecuado, sin grandes movimientos de tierra; que no implicara la construcción de nuevas urbanizaciones -sino que sirviera para atraer el turismo que habitara las viviendas u hoteles ya construidos durante el invierno- y que se regara con aguas residuales». El presidente del Golf Ibiza defiende su propuesta sobre los campos de golf antes de iniciar el recorrido por los 27 hoyos de un complejo que ocupa 60 hectáreas -60 campos de fútbol-.

En los primeros greens se comprueba que entre semana el perfil de usuario que acude a jugar a este campo es de nacionalidad extranjera, «aunque también viene mucha gente de aquí», matizó Lucas Torán. Los jugadores se dividen entre socios y aficionados. Los primeros pagan una tarifa anual -200.000 pesetas- además de contar con participaciones del Golf Ibiza, mientras que los segundos pagan 7.000 pesetas por jugar en los nueve hoyos correspondientes al campo antiguo, el de Roca Llisa -contruido a finales de los 70-, sin derecho al resto de instalaciones, o 13.000 si desean utilizar los 18 hoyos restantes -instalados en la década de los 90- y la cafetería, duchas y demás comodidades del complejo. Lucas Forán hizo un inciso en la visita para defender una ubicación de los campos de golf integrados con el paisaje: «Si hay algo compatible con la naturaleza es un campo de golf bien diseñado; salvo el césped todo es propio de Eivissa.

Si no se recurre a los sistemas de mantenimiento impuestos por los americanos basados en el uso de productos químicos que no permiten que nazca ni una sola mala hierba, una instalación de golf no perjudica al medio ambiente porque se integra sin la necesidad de cortar un árbol siquiera. Para algunos jugadores esto era inaceptable hasta hace 2 años por el inconveniente de que se perdían las bolas entre la maleza, pero ahora casi prefieren el mantenimiento natural que aquí encuentran». Sin embargo, el encargado apunta que Eivissa no es un destino turísitico de golf y que su campo nunca tiene mucha gente. «Eivissa no es un destino de golf porque para que un sitio atraiga a los aficionados éste debe contar con más de un campo. Es igual que , si eres esquiador, no vas a una montaña donde sólo hay una pista, por muy buena que sea», apunta el presidente.

El Golf Ibiza cuenta con varios estanques a partir de los cuales extrae el agua necesaria para regar la instalación. Lucas Torán asegura que son aguas residuales que se depuran por 'lagunaje': «Regamos el campo con aguas procedentes de la depuradora y ante la mala calidad de la depuración y la cantidad de sal que contiene ese agua los únicos que salimos perdiendo somos nosotros. Lo hacemos por lagunaje: va pasando de una laguna a otra hasta que se van eliminando la carga orgánica, salvo la sal, que es imposible y es lo que más perjudica al terreno. Y Eivissa tira cada año al mar tanta agua residual como para regar varios campos de golf», apunta Torán. Los meses más fuertes de presencia de jugadores en las instalaciones son los que corresponden a Navidad y Semana Santa, «cuando se juntan los amigos de los residentes que habitualmente juegan». Anualmente pasan 7.000 personas, que llegan a ser 15.000 cuando se juntan los amigos de los que viven en la isla.