Un instante del castillo de fuegos artificiales que se pudo presenciar ayer en Eivissa. Foto: MARGA FERRER

Durante 20 minutos, una vez el reloj dio la medianoche, miles de ojos permanecieron atentos y abiertos de par en par. Las miradas se dirigieron al cielo para intentar no perderse ni un segundo de los fuegos artificiales que el Consell Insular organizó para este año con motivo de la fiesta de Sant Ciriac. Los pestañeos estaban prohibidos si el espectador no quería perderse ese mural de fantasía que tiene a la ciudad de Eivissa como fondo privilegiado.

Exactamente fueron 1.301 kilogramos de material pirotécnico, es decir, 26.445 euros, los que como por arte de magia se convirtieron en auténticas cascadas de luz y color que prendieron fuego al cielo de la isla. Y estuvieron bien elegidos, porque una vez se hizo el silencio definitivo en el puerto de Eivissa, se dejó oír una de las más grandes ovaciones escuchadas hasta ahora. Ese fue el punto y final de la noche, pero el espectáculo comenzó cuando se apagaron la luces de la ciudad y se escuchó la primera aclamación. Pasaban exactamente dos minutos de las doce cuando tres petardos dieron el aviso, pero ya desde horas antes la calle era una multitud; conforme se acercaba el momento todos buscaron un rincón desde el que se vislumbraran, con todo lujo de detalles, los esperados fuegos.

El Paseo Marítimo, el puerto de Eivissa y la vía de Juan Carlos I fueron algunos de los emplazamientos predilectos del público. «¿No son ya las doce?» o «¿Donde los viste el año pasado?» eran algunas de las preguntas más escuchadas en los minutos que precedieron a la apoteosis pirotécnica. Los más afortunados pudieron sentarse en su balcón, estratégicamente situado, para ver cómodamente la exhibición.

Estrellas, palmeras, corazones, lluvia de estrellas, silbadores... Fueron interminables las imágenes que, con más o menos imaginación, cada persona pudo reconocer en el firmamento. Los habituales ¡ooohhhss!, entremezclados con solemnes silencios, se dejaron notar en varios momentos de la intensa media hora que disfrutaron tanto ibicencos como visitantes. Los irreverentes fuegos que surgían del mar en calma crearon, tal vez, algunos de los momentos más hermosos de la noche. Cuando una estruendosa traca anunció el final del espectáculo las sonrisas se dibujaban en la gran mayoría de la gente.

Un buen humor que fue necesario para aguantar los consabidos atascos que siguieron a la concentración. La noche se cerró con buena nota y los organizadores pudieron dormir tranquilos cuando se dio por acabado un día en el que los chubascos matutinos y las nubes pasajeras hacían presagiar unos fuegos artificiales descoloridos. La madre naturaleza se portó bien y nos premió a todos con un inolvidable espectáculo.