La meteorología no respetó la celebración de los actos más tradicionales de la festividad de Sant Miquel y la mala suerte quiso que precisamente a la hora en que la procesión inició su recorrido, comenzase a llover. Lo que en un principio no eran más que unas inofensivas gotas de agua dieron paso a un repentino aguacero que obligó a suspender la tradicional exhibición folklórica que siempre sucede a la procesión. «Es demasiado peligroso, aunque dejase de llover el suelo está mojado», comentaba uno de los balladors de la Colla de Balansat.

A pesar de todo fueron pocos los que abandonaron el porche de la iglesia. La mayoría buscaron cobijo bajo los paraguas y las copas de los árboles y esperaron a que se repartiesen los buñuelos, orelletes y los licores, que devolvieron a muchos el calor corporal.

El obispo de Eivissa, Agustín Cortés Soriano, celebró la misa, tan concurrida que se tuvieron que colocar sillas de plástico además de los bancos. La procesión finalizó sin ningún percance destacable a excepción de que el recorrido fue algo más corto de lo habitual. Los portadores de las imágenes volvieron mojados pero orgullosos, mientras que la mayoría de los representantes políticos (todos del Partido Popular menos el conseller Vicent Tur) se permitieron el lujo de sacar los paraguas, para resguardarse del chaparrón.

Al término de la misa el párroco, Vicente Ribas, comunicó a los feligreses la posibilidad de visitar la recién restaurada sacristía y dio las gracias, entre risas, al maestro de obras. Los primeros en hacerlo fueron los políticos, que admiraron la imagen renovada de la pequeña estancia después de haber sido rehabilitada y haberse sustituido el mobiliario. «Las obras han durado quince días y eran necesarias porque estaba en un estado de deterioro», señaló el párroco Vicente Ribas.

La jornada finalizó con la lectura del pregón, la actuación del grupo 'Culs bruts' y los fuegos artificiales.

Sara Yturriaga