María José Real Lo que ahora es mi profesión empezó porque a mi padre siempre le gustó vestir con trajes. Mi padre pensó que si aprendía la profesión le haría los trajes», afirma Manuel Fernández, un sastre de 60 años que empezó en esta profesión cuando tenía 12 en una pequeña sastrería del Mercat Vell. Según recuerda, allí no entró directamente para aprender el oficio: «Al principio trabajaba de recadero y en los ratos libres me enseñaban a coger la aguja y el dedal porque para coser el dedo tiene que estar acostumbrado al dedal, que es muy importante; sin él no se puede coser bien». Con la suma de ese escaso tiempo libre, Manuel fue formándose en la que ahora es su profesión: «Es muy difícil aprender a coser; pasa tiempo hasta que dices 'sé hacer un traje'. Tienes que llevar muchos años haciéndolo y aún así todavía me quedan cosas por aprender con mis 60 años».

En la sastrería Es Puig del Mercat Vell, este profesional de la costura aprendió a coser, pero le quedaba por aprender una segunda parte y tras unos 10 años en Es Puig decidió marcharse a Barcelona para obtener una titulación oficial: «La segunda parte básica de mi profesión es el corte. Por eso me marché a Barcelona. Allí estuve dos meses y regresé a la isla con mi título oficial». Este madrileño afincado en Eivissa desde pequeño volvió, pasó algunos años más trabajando en la sastrería del Mercat Vell (en la actualidad ya desaparecida) y decidió lanzarse al mundo laboral con su propio negocio. De su paso por Es Puig aún guarda sus primeras tijeras y su primera plancha de carbón: «Tenía que ir a por carbón a una carbonería que había en la calle de la Virgen y después de planchar me tenía que duchar porque me quedaba negro», recuerda entra risas. Y añade: «Las primeras tijeras propias que tuve me costaron 200 pesetas».

Sobre sus primeros años con negocio propio recuerda: «No fueron muy difíciles porque muchos clientes ya me conocían de mi anterior puesto de trabajo», explica Manuel.

Sin embargo, esta trayectoria se vio alterada hace unos 20 años: «En ese momento hubo un bajón considerable de trabajo, por lo que tuve que buscarme otra profesión; empecé a trabajar de pastelero». Superado este bache, la sastrería Manolo que en la actualidad dirige es un negocio al que acuden personas que quieren cualquier tipo de vestuario, desde trajes masculinos o faldas hasta trajes de boda. Dentro de éstos últimos, Manuel reconoce que hacer trajes de novia es una de las labores más complicadas de su trabajo: «Durante todos los años que llevo de profesión sólo he hecho el traje de novia de mi hija y le dediqué mucho tiempo; tienes que trabajar sólo en el traje de novia, por eso no los suelo hacer».

Con 60 años Manuel ve la jubilación de lejos: «No sé si retirarme a los 65 o a los 70; estaré hasta que el cuerpo aguante». Por muchos años.