José Enrique Garcerán Azorín-Gómez (San Pedro del Pinatar, Murcia, 1958).Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Murcia. Reside en Eivissa desde 1987, donde empezó trabajando en un centro médico turístico para los hoteles. Ejerce de inspector médico en las Pitiüses aunque también ha trabajado en Atención Primaria y ha sido incluso médico en el centro penitenciario. «De lo único que se me puede acusar es de trabajar mucho», confiesa. Actualmente es vicepresidente insular del PP, de la corriente que apoyó a Carlos Delgado. Es un murciano militante, uno de los impulsores de la Casa de Murcia en Eivissa.

-'Ni murcianos, ni gitanos, ni gente de malvivir'. ¿Por qué se meten tanto con los murcianos en el refranero?

-El murciano ha sido una persona muy trabajadora, bastante fenicia en cuanto a negocios y, además, ha salido de su tierra. Nosotros hemos salido de nuestra tierra, hemos sido grandes negociantes y, por eso, de hacer negocios y del trato creo que viene nuestra fama de fenicios.

-¿Se siente como tal?

-Soy de San Pedro del Pinatar, al lado de Cartagena, y llevo en mi sangre una parte de negociante.

-Ha sido uno de los impulsores de la Casa de Murcia en Eivissa.

-Esto es como la historia de «Vente Alemania, Pepe», que cuando naces rodeado de jotas y trovo murciano y sales fuera lo echas de menos.

-Casado con una ibicenca y con dos hijas... ¿Cómo se vive esa mezcla?

-Es muy bien recibida. La cultura murciana está totalmente imbrincada. Conocen Murcia y les gusta, conviven las dos culturas. Y también la andaluza, puesto que las raíces de mi mujer son andaluzas.

-¿Lo ha tenido difícil por ser forastero?

-Cuando llegue existía la palabra mursiano, pero creo que es más bien un bulo que una realidad. Eivissa es una tierra de igualdad de oportunidades para todo el mundo. El ibicenco es una persona muy generosa y muy liberal. Nunca me he sentido discriminado. Ahora en estos tiempos vienen corrientes nacionalistas no autóctonas, que vienen de la mano de los catalanes, que son más intransigentes con el idioma.

-¿Habla ibicenco?

-Tengo el nivel B. Lo hablo, lo escribo y lo leo con un acento murciano muy bonito, según me han dicho.

-Compagina su actividad profesional con la política. ¿Por qué tiene tanto interés en hacer carrera política, tal y como está el panorama?

-Siempre he querido que mi opinión se tuviera en cuenta. Me ha gustado opinar. Las personas que me conocen saben que me callo sólo cuando estoy dormido y he querido que mi opinión sea, al menos, escuchada. La manera de que se escuche tu opinión es meterse en política.

-Usted es del PP. ¿Le molesta que le llamen facha?

-Hay muchos amigos que me llaman facha y me molesta porque he corrido bastante delante de los grises en la Universidad de Murcia. A la gente de izquierda no les llamo rojos. Si te llaman facha en tono coloquial y cariñoso, se lo consiento; pero si lo hacen en tono serio, me tendrían delante muy serio.

-Usted como inspector médico se encarga de las altas y bajas laborales. ¿Tiene muchos enemigos?

-La inspección médica es la extensión del servicio sanitario que se da a los pacientes y a los ciudadanos. A primera vista parece restrictivo, pero es un trabajo en defensa de los ciudadanos. Es mucho más fácil dar una baja a alguien que está enfermo. La gente, a veces, se muestra remisa a que le des el alta porque cree que no está capacitado, pero en los informes y las historias clínicas que tenemos sobre la mesa se ve que su capacidad de funcional se ha recuperado. La barrera es muy difusa pero bastante objetiva con los pacientes.

-¿Dónde ha pasado más miedo, dando un alta o como médico en la cárcel?

-No se pasa ningún miedo como médico en la cárcel. Yo he pasado miedo ejerciendo de verdad la medicina, como cuando un paciente se te pone grave en un momento; trabajando en la puerta de Urgencias o incluso parándome por la carretera para atender a un herido en un accidente de circulación.