Nadie confiaba en que la expedición ibicenca en tierras asturianas pudiera subir hasta los lagos de Covadonga, situados en los famosos Picos de Europa. La lluvia y la niebla, que no aparecieron durante todo el viaje, son algo tan típico en Asturias como la fabada. Y estos factores metereológicos podían haber sido motivo suficiente para impedir el acceso a los míticos lagos. «Qué día tan espléndido», comentaba uno de los turistas mientras observaba el paisaje desde la ventana del autocar. Incluso una de las guías de la jornada exclamaba la suerte que estaban teniendo los ibicencos. «Habéis traido el sol de Eivissa», decía.

A medida que se acercaban al Parque Natural de Covadonga, uno de los primeros de España en obtener ese distintivo, el paisaje se iba haciendo más espectacular, más salvaje y también, más idílico. Poco a poco se iba estrechando el valle, y las montañas se hacían cada vez más más altas. De repente la basílica neorrománica de Santa María la Real de Covadonga se imponía en medio del camino. Catorce kilómetros después y a una altura de más de 1.000 metros aguardaban los lagos Enol y Ercina, enclavados en un impresionante paraje considerado Reserva de la Biosfera. Vacas, ovejas, caballos e incluso algún pastor daban la bienvenida a los visitantes. Una vez allí, los ibicencos abandonaron los autocares y se dirigieron caminando a la parte alta. Se convirtieron en senderistas durante algo más de una hora ya que el entorno bien merecía el esfuerzo. «Es la guinda del viaje», decía uno. «Parecía imposible que hiciera un día tan bueno y al final mira», comentaba otro. «Sin duda, es el colofón al viaje de Asturias», añadía un tercero. En los lagos de Covadonga hubo tiempo para retratarse con los compañeros de viaje, para pasear y para disfrutar de lo que reservaba el horizonte, que desde algunos tramos se alcanzaba a ver el mar. Tras retratarse otro millón de veces en el mirador de Entrelagos, la expedición comenzó el descenso, que recordaba a los visitantes el esfuerzo que debían hacer los ciclistas que han participado en ese dura etapa de la Vuelta a España.

Visita a la Santina

Antes de comer hubo tiempo para visitar a la patrona, la Virgen de Covadonga cuya fiesta se celebra el día 8 de septiembre. Su imagen está ubicada en la cueva donde en el año 722 se le apareció a Pelayo, que lideró la batalla en la que se echó a los árabes de Asturias. La cueva es el santuario más visitado del principado y prueba de ello fue que el domingo pasado el trasiego de fieles era continuo.

Al finalizar la visita de tono religioso, era el turno de la comida: fabada asturiana, carne de cordero y de postre, arroz con leche. Muchos creían que se irían de Asturias sin ver llover, pero antes de terminar el almuerzo comenzó a caer el 'orbayu', esa primera lluvia muy suave y fina que apenas moja.

El destino siguiente era Cangas de Onís, una villa que está cruzada por el río Sella y que durante la reconquista fue capital de Asturias. Allí, por fín, los ibicencos dieron uso a sus paragüas y chubasqueros de discreto color naranja. Los vecinos del pueblo sonreían sorprendidos al ver al enorme grupo caminar uno detrás de otro, formando una interminable hilera. Allí se pudo retratar el Puente Romano, que recibe su nombre porque fue construído en el lugar donde había una calzada romana, aunque corresponde a la época medieval.

La última parada fue en Ribadesella, famoso pueblo costero donde está la meta del descenso del Sella, considerada una competición y fiesta de Interés Turístico Internacional. La despedida de las vacaciones se hizo en Villaviciosa, un pueblo de tradición sidrera. Allí se celebró una 'espicha', o 'picoteo' de productos típicos, en un 'llagar', que es una nave donde se encuentran las barricas que albergan la sidra. Todo ambientado con un gaitero y una tamborilera vestidos con los trajes tradicionales. Qué mejor forma de despedir el viaje que con lo más tradicional de Asturias, incluído el 'Patria querida'.