El archiduque Luis Salvador de Austria no ocultaba que en la modesta fonda d'es Coix «se congregaban ruidosas tertulias de ibicencos y confinados políticos, muchos de los cuales se hospedaban en ella». Mucho peor trataba la fonda un dibujante francés, Gastón Vuillier, que describió en 1893 al hostelero José Roig, es Coix, como un monstruo que pasaba entre las mesas de sus huéspedes con balanceos de oso, escupiendo sin cesar y fumando tabaco pestilente. Las comidas, según Vuillier, eran bárbaras, y la camarera, Vicenta, una bruja disfrazada de sirvienta.
Eran los primeros pasos de una industria millonaria y que recopiló Enrique Fajarnés Cardona en su libro Lo que Ibiza me inspiró. Hoy, casi 150 años después, los dos últimos dueños de un hostal que acabaría llamándose La Marina, Antoni Marí y Pedro Royo, el actual, conversan bajo las antiguas vigas de 1862, que algún día conformaron la cocina de la fonda y hoy forman parte del restaurante del hostal. Entre los dos seleccionan lo más destacado de lo que han oído decir del establecimiento que han dirigido.
Antoni Marí rememora que antes de que construyeran el muelle, los barcos fondeaban muy cerca del hostal, «a penas había un metro desde la fachada hasta el mar, desde el balcón podías pescar», insiste. Por ese motivo la fonda ofrecía su propio muelle hecho con pocas maderas y disponía de una pequeña barca para ir hasta el barco a por los clientes que se quisieran alojar.
Cuando Antoni Marí se interesó por la fonda, la llevaba un matrimonio, Fany y su marido José Roig, «que también era cojo, como el primer dueño», sonríe Marí por la casualidad. El matrimonio llevó el establecimiento durante «unos 20 o 30 años y lo dejaron porque ya eran mayores». Pero ellos no eran los dueños, indica. El propietario real era un ibicenco que tenía nacionalidad mexicana y vino sólo para firmar el contrato de compra-venta.
Marí se hizo cargo de la fonda con su familia en 1971, aunque asegura que cuando lo compró el edificio mantenía la estructua original y tenía nueve habitaciones. Recuerda que lo adquirió por cinco millones de pesetas de la época, «más otros cinco que me gasté en la reforma que hice en 1975, porque yo le añadí una altura y media y le di la estructura que tiene actualmente», apostilla.
Época actual
El propietario actual, Pedro Royo, quien le compró La Marina a Antoni Marí en 1998, bromea con los precios y asegura que «a mí me costó un poquito más, tanto el negocio como la reforma que le hice. Yo le puse baño a las habitaciones, que antes había uno por planta, teléfono, televisión y todo tipo de comodidades», bromea Royo, quien añade que, todavía conserva los planos de 1897 del inmueble, donde «se puede apreciar la distribución inicial, el número de habitaciones y el nombre del autor, Bernardo Larrañeta».
Antoni Marí señala que en 1971, en pleno boom turístico, la mayoría de sus clientes eran los famosos hippies, «aunque también se alojaban muchos obreros de la construcción que venían de la Península a trabajar y comían y dormían en el hostal». De los hippies recuerda que «tenían sus barbitas, sus guitarras y sus cantos. Eran buena gente. Muchos americanos, algunos de los que trataron de evitar la guerra de Vietnam. También se alojaban muchos artistas, pintores y escritores, del norte de Europa que venían a inspirarse. Se mezclaban todo el mundo».
En cuanto al origen de los turistas, Marí dice que la mayoría eran franceses, ingleses y alemanes en ese orden y por ello le tocó aprender los tres idiomas. «Siempre recordaré cuando tenía el comedor lleno de ingleses conversando y no se oía una palabra, hablaban muy bajito y sin chillar, igual que ahora», señala en tono jocoso.
La alegre Massiel
En lo referente a los personajes populares que se hospedaron a partir de 1971, Marí recuerda con una carcajada a Massiel, «venía con el chico con el que estaba, que era de Zaragoza, y con su hijo Aitor, un niño al que a veces teníamos que cuidar mientras comían. Era una mujer muy alegre que siempre iba muy acompañada».
Los motivos que llevaron a Antoni Marí a vender el hostal a sus 65 años de edad fueron «la edad y la salud, porque el negocio funcionaba muy bien pero yo estaba realmente estresado». El fallo que cometió, reconoce, «es que yo era el director, el jefe de la recepción y el jefe del baño, incluso hacía chapuzas y eso no puede ser». En cuanto a sus hijas, «quizás hubieran ganado más dinero si lo hubieran seguido llevando, pero lo hubieran perdido en salud».
De un modo bien distinto se lo tomó su actual dueño, Pedro Royo, quien nada más adquirirlo realizó una reforma en la que trató de recuperar la esencia del lugar tan tradicional que había comprado. «He intentado restaurar las cosas que había aquí desde hacía mucho tiempo, como las vigas de 1862, que se ve que fueron cortadas con hachas porque son muy uniformes».
Ahora Pedro Royo sólo se dedica a la gestión del La Marina que muchas veces controla desde casa con las cámaras que ha instalado. También conversa con sus clientes distinguidos como Rafa Nadal, Bebel Gilberto o Sade, «que una noche empezamos a hablar y me contó su vida».