CARMEN CIRES
«Mi padre fue un hombre muy avanzado para su época. Era muy listo, viajó a París, Londres y Berlín, aprendió idiomas y arriesgó mucho en los negocios». De esta manera recuerda hoy a Josep Rosselló Cardona su hija Vicenta, sentada en lo que fuera la terraza del hotel Portmany, hoy dedicada a otros negocios de hostelería.
Josep Rosselló fue un gran viajero que entre 1928 y 1930 visitó Francia, Alemania e Inglaterra. También estuvo en Mallorca y vio el auge turístico que había en la Isla. Estuvo en una de las reuniones con el 'skal club' «que solamente existía en Palma, en Eivissa todavía no. Mi padre fue el primer socio ibicenco de allí», asegura Vicenta.
Pero Josep Roselló no sólo impresionó a su hija, también a Walter Benjamin. Durante su estancia en Sant Antoni en los veranos de 1932 y 1933, Benjamin conoció a Rosselló Cardona y «quedó cautivado por la figura de aquel pagès ibicenco que, aunque había nacido en Sant Antoni, había viajado por Europa y dominaba diversos idiomas. Lo describió detalladamente en el relato Una tarde de viaje en el que, incluso, aparece su nombre: Don Rosselló. Así lo relata Joan-Carles Cirer en su libro De la Fonda a l'hotel.
También habló de él Vicente Valero en Experiencia y Pobreza. Walter Benjamin en Ibiza, 1932-1933. «Era el hombre más rico del pueblo. No era un hombre corriente. (...) Se convirtió en mayorista de vinos y llegó a exportarlos a Alemania. Creó la primera fábrica de hielo del pueblo y el primer vivero de langosta. (...) En 1932 inició la que era su personal utopía insular: un hotel en el mismo pueblo, en primera línea de mar».
A raíz de los contactos que hizo Rosselló en Mallorca, «le surgió el gusanillo del turismo», explica su hija, y fue entonces cuando pensó en construir el hotel. «La casa la tenía en propiedad, allí nací yo, y los terrenos anexos que necesitaba eran de una familia de Sant Rafel a la que se los fue comprando poco a poco», rememora.
El proyecto fue encargado al «ingeniero ayudante técnico de obras públicas de Eivissa, Martín González. Y yo siempre oí que los constructores fueron los Hermanos Portmany», afirma Vicenta Rosselló, quien matiza que, «el nombre del hotel se lo puso por la bahía de Portmany, no por los constructores, aunque coincidía».
El hotel fue inaugurado el 12 de julio de 1933, tenía 18 habitaciones aptas para 33 clientes. Todas tenían lavabo y, además, había dos cuartos de baño completos por planta. «Era un hotel de gran categoría, el primero del pueblo», sentencia Vicenta, que en aquel momento contaba con cinco años de edad.
«Siempre he oído que a la terraza del hotel venían desde los yates de un multimillonario catalán que veraneaba en esta zona. Se llamaba Sants Mora y organizaba unas cenas espléndidas aquí».
Lo que más recuerda Vicenta de aquella época son las playas, «que eran mucho más bonitas que ahora y había mucha más arena natural. La bahía de Sant Antoni era todo un arenal, desde ses Savines hasta la entrada del pueblo y tenía una gran belleza por las dunas».
La arena llegaba, según Vicenta, hasta casi la terraza del hotel, «e incluso había un riachuelo de agua dulce que desembocaba a la altura de donde ahora está la caja de ahorros que hay frente a la parada de taxis. Recuerdo que cuando era niña bebía agua del riachuelo que cogía con la mano».
Al final de la playa «había un vivero de madera, como un cajón muy grande lleno de langostas, y si un cliente le pedía a mi padre langosta para comer, se iba hasta el final de la playa, se avisaba al dueño y se servía aquí».
La hija de Josep Rosselló reconoce que no tiene muchos recuerdos del trabajo en el hotel Portmany porque desde bien joven se marchó con su madre a estudiar a Eivissa, aunque asegura que el hotel estaba siempre lleno. «Pero mi padre no se hizo rico con el negocio porque ofrecía mejores servicios de cocineros y camareros de los que podía asumir», analiza.
Rosselló rememora el 'boom', que llegó a finales de los 60. «Fue cuando se construyeron más hoteles y las agencias les daban el dinero a los empresarios a cambio de disponer de sus habitaciones. Ahí se masificó. Lo vivimos con mucha alegría, porque hay que reconocer que llegó la gallina de los huevos de oro», apunta.
El hotel se cerró en 1977, año en que murió Josep Rosselló Cardona. «Sin mi padre, el hotel no tenía sentido», reconoce su hija. El edificio continua formando parte del paisaje del pueblo de Sant Antoni y hoy la familia explota los bajos con diferentes negocios dedicados a la hostelería.
«Si a mí me tocara la lotería de Navidad, aunque ya tengo 81 años, pero igual sí que me planteaba reformar el hotel completamente y volverlo a abrir. Conservaría la estructura antigua del edificio, pero lo reformaría y haría más habitaciones. Las aislaría del ruido, tendrían calefacción...», fantasea.

«Un guardia se dedicaba a medir los pantalones de los hombres»

En aquellos primeros años del turismo, después de la Guerra Civil, «las normas eran muy estrictas», revive Vicenta Rosselló, quien cuenta que por la calle iba un guardia municipal que portaba una cinta métrica. La utilizaba cuando veía que un hombre, ya fuera turista o no, llevaba los pantalones «demasiado cortos, porque entonces, ni los hombres podían llevar los pantalones por encima de las rodillas».
Lo explica Antoni Planells en su libro Ibiza y Formentera, ayer y hoy. «El Excelentisimo Ayuntamiento colocó un guardia municipal, al que ayudaban gratuitamente algunos 'puritanos', frente al Hotel Ibiza. La finalidad de esta vigilancia era mantener la moral de algunos ciudadanos que no veían en el turismo su salvación. Cada señor que salía al balcón sin camisa o señora con escote iba el guardia, o uno de sus 'esbirros', a avisar al portero para que subiera a la habitación a obligar al 'atrevido' a cubrir su desnudez», apunta.
«Y si algún turista, por tener calor, se aligeraba de ropa, se le quitaba el pasaporte y al irlo a recoger a la Comisaría, aparte de la reprimenda, se le multaba», añade.