Toni Marí y Maria Marí posaron en su bar en 1997. | VICENT MARÍ, del libro 'Gent de la Marina'.

«Mi padre lo hizo sin pensarlo demasiado. Un día de 1948 bajó a Vila y cuando subió a casa le dijo a mi madre: 'Maria, hemos alquilado el bar San Juan'. Y así fue, mi padre tenía estas ideas emprendedoras». De este modo recuerda la hija de Antoni Marí, Maruja Marí, la historia de los inicios del bar familiar que tantas veces ha escuchado en casa. Por su parte, la esposa de Antoni, Maria Marí, asegura que la idea le pareció bien: «¿Qué le tenía que decir? En aquella época si el marido decía una cosa, pues era lo que decía», analiza risueña Maria, a sus 89 años.
El bar estaba abierto desde 1875 y ya era una fonda. El edificio completo lo construyó un señor de Sant Joan que, en homenaje a su procedencia, decidió darle el nombre. Pero no fue hasta 1948, y después de que el establecimiento tuviera distintos dueños, que Antoni, que ya había regentado el bar del cine de Santa Eulària y tenía una cierta experiencia, decidiera probar suerte.
Comidas San Juan reabría sus puertas el 9 de octubre de 1948 pero, a los pocos meses, la cocinera que había decidió jubilarse porque ya era muy mayor. Entonces Maria le propuso a su marido quedarse en la cocina. «'Haré un plato casero y lo que mi madre me ha enseñado', le dije, pero él se sorprendió mucho y me preguntó: '¿pero tú estás segura?' Porque mi hija Maruja era muy pequeña y tuvimos que ponerle una niñera para que la cuidara», recuerda.
Y así fue, Maria comenzó a cocinar platos caseros como alubias, potaje, macarrones o guisados, en la cocina del bar San Juan ganándose el cariño y los estómagos de sus primeros clientes. «La mayoría eran los taxistas de la cercana parada de Vara de Rey, también los guardias civiles solteros del cuartel que estaba enfrente del bar y mucha gente que bajaba de los pueblos a Vila por distintas cuestiones y se quedaban a comer, porque antes no había tantas facilidades como ahora», explica Maria Marí.
Y tan asiduos eran los clientes a los platos caseros de Maria que en Comidas San Juan tuvieron que diseñar un sistema de 'abonados'. Cada cliente habitual tenía su cartilla donde se le apuntaban las comidas que realizaba al día para controlar los que iban a comer y cenar y los que no; cada uno tenía su servilleta de tela con un número asignado en un armarito que estaba ubicado en el comedor, al lado del lavabo y el espejo en el que se aseaban. En 1948, los más de 20 abonados podían comer y cenar en el bar San Juan por siete pesetas al día y pagarlo a la semana.
«Incluso el día de Navidad comía la familia aquí, con todos los abonados, y mi padre no les cobraba nada porque decía que si habían comido aquí todo el año, en un día tan especial no se les iba a dejar en la calle», apunta Maruja Marí, quien añade que, el menú siempre era el mismo. «El tradicional de Eivissa: paella, sofrit pagès y salsa de Nadal. A lo mejor éramos 15 o 20, todos los que estuvieran abonados y quisieran venir. Comíamos todos a la misma hora y recuerdo que mi padre les decía: 'comed ahora todo lo que queráis que esta noche no vamos a hacer cena'».
Sobre el carácter de Toni Marí, su familia recuerda el buen humor que tenía y con el que trataba a los clientes. Su nieto Carlos rememora una anécdota que ha escuchado muchas veces sobre su abuelo y que todavía le hace mucha gracia: «Una vez estaba un cliente comiendo paella en el comedor y mi abuelo le preguntó: '¿Está buena la paella?' 'Las he probado mejores', le contestó el cliente, y mi abuelo le dijo con sorna: 'No será en esta casa'».
Maruja Marí también recuerda divertida al perico, de nombre Pepe, que tenían en una jaula en el salón, pero que la mayoría de las veces andaba suelto revoloteando entre los clientes y al que cazaban con la red amarilla de la botella del coñac Terry.
«Fue en uno de los mundiales que los trabajadores telefónica que venían a comer le dijeron a mi padre: 'Toni, tienes que poner una tele para que podamos ver el fútbol'. Y mi padre les dijo: 'sí ¿y dónde la pongo?' Ellos le contestaron: 'Tú compra la tele, que nosotros buscaremos el rincón para ponerla'. Y así fue», recuerda Maruja mirando hacia la obra que hicieron y que todavía existe en el bar.
A mediados de los 80, Maria tuvo que retirarse de la cocina por recomendación médica y Toni Marí decidió, aprovechando que acababa de llegar el IVA y que no le apetecía echar tanta cuenta, jubilarse con su mujer.
Pero al bar San Juan le quedaba la etapa de la segunda generación familiar, la que llevaron sus dos hijos, Juanito y Maruja, que también acabaron jubilándose en el negocio familiar.
Hace nueve años fue uno de los nietos, Carlos, el que decidió enfrascarse en la ardua labor de defender un negocio que históricamente había funcionado tan bien. «Ha sido una responsabilidad muy grande, porque el listón familiar estaba muy alto y yo quería estar a la altura. Ahora estoy encantado porque funciona de maravilla, estoy contento conmigo mismo», confiesa Carlos.
Sobre cómo lleva el negocio Carlos, su abuela Maria está encantada, «lo lleva bien», confirma. «Hasta hace poco venía a comer todos los martes y algún día más a la semana, pero no le pregunto qué le debo, igual cuando ya he comido», comenta entre risas.

«Maria, 'haricot vert' y 'pomme de terre'»
Maria Marí asegura que, desde que abrieron las puertas del bar San Juan en 1948, comenzaron a acudir turistas. Los primeros eran de nacionalidad francesa e iban en familia, con niños pequeños. «Se encontraban tan a gusto como en su propia casa, hasta tal punto que me pedían que cocinara sus platos preferidos, pero los pedían en francés: 'María, haricot vert (judías verdes) o pomme de terre (patatas) y yo me reía porque, de tantas veces que me lo habían pedido ya, sabía a lo que se estaban refiriendo».
Desde entonces los turistas no han abandonado el bar San Juan, muestra de ello es que figura en las principales guías de viaje sobre Eivissa.